Cultura

Sobre la caducidad del arte y la modernidad de Werner Herzog

  • Metropolisiana publica los dos primeros títulos de su colección ensayística, 'El arte inútil', de Manuel Gregorio González, y 'Un cine febril', de Alfonso Crespo

Tras su puesta de largo la semana pasada, con Oro, un poemario de Manuel Rosal, y Deriva, una novela de Alberto Marina Castillo, la editorial sevillana Metropolisiana lanza ahora otros dos títulos, ambos ensayísticos y dentro de la colección El Observatorio. Son El arte inútil, de Manuel Gregorio González, y Un cine febril. Herzog y El enigma de Kaspar Hauser, de Alfonso Crespo, colaboradores de Diario de Sevilla como los dos primeros autores citados.

El arte inútil, un "viejo proyecto hasta ahora escondido" por su autor, revisado y rehecho por completo durante un mes, Manuel Gregorio González, escritor, articulista y crítico literario, propone un recorrido por la historia del arte a través de una treintena de "estampas cortas" que arranca con la Venus de Willendorf, una de las obras de arte más remotas de las que se tiene noticia, y que llega hasta la modernidad.

El autor ha querido "adivinar el hombre concreto" y la "situación histórica o cultural" que late detrás de cada obra. Y así, de Quevedo a Chillida, de Velázquez a Chagall, e incluyendo a célebres "orillados" y heterodoxos (Arcimboldo, Jung, El Greco...), explora también la "caducidad de todas las estéticas", las zonas "muertas" de la creación. La cualidad más perecedera del arte actual, piensa, es su propensión a "recurrir a herramientas ajenas al hecho estético". "Para hablar en serio de cosas serias -afirma- ya están los ensayistas, que lo sabrán hacer mejor que una caja vacía o una silla colocada encima de un buzón de correos".

En Un cine febril..., Crespo recupera un trabajo académico de sus tiempos de investigador académico, ahora depurado con ayuda de su editor, José Daniel M. Serrallé, para "despojarlo del lenguaje viciado de la universidad". Un análisis "muy pormenorizado" de algunas secuencias de El enigma de Kaspar Hauser, filme de 1974 de Werner Herzog, le sirve al autor para "esquivar" la "teoría teleológica del proceso evolutivo" del cine, cuyas estrategias de representación, dice, han cambiado en función de los sucesivos "conflictos" entre las máquinas disponibles en cada momento, "apáticas" y carentes de "sensibilidad", y los hombres que las manejan.

Herzog, explica el crítico, es un "cineasta muy admirado por los cineastas" que siempre ha ejercido gran atracción por su "aura de visionario" que "lleva al límite las posibilidades del cine, tanto que este empeño se desplaza a la dimensión moral". Crespo se refiere a la muerte de un ayudante durante el rodaje de Fitzcarraldo (1982) en la selva amazónica.

Una de las claves del cineasta alemán, añade, es su búsqueda de "una verdad que va más allá de la representación". En materia de representación, Crespo sostiene que lo que siempre ha tenido por "la normalidad del cine", es decir, el cine clásico, es en realidad "la excepción", por su "ocultación de la máquina" (en referencia a ese canon que aspiraba a la narración de historias sin mediación aparente, con un director que no debía dejar sus huellas en la imagen) precisamente en el siglo de las máquinas.

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