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El caso del artesano comercial que pasó por autor contestatarioMilos Forman

  • Fallece a los 86 años el director de 'Alguien voló sobre el nido del cuco' y 'Amadeus'

  • Fue un autor desigual que hizo sus mejores trabajos al principio de su carrera

El caso del artesano comercial que pasó por autor contestatarioMilos Forman

El caso del artesano comercial que pasó por autor contestatarioMilos Forman

La previsible catarata de exageraciones se desató en cuanto se conoció la muerte de Milos Forman, un director interesante que por razones sobre todo ideológicas ("se mantuvo al otro lado del poder… contestatario, desmitificador, iconoclasta", se apresuró a escribir Guillermo del Toro) fue elevado a la categoría de maestro del cine por la crítica y muchos de sus colegas que se tienen por contestatarios (nuevamente Guillermo del Toro, con un cierto tono autojustificativo: "Lo que yo aprendí de él fue ese empeño en estar desde fuera, no físicamente, sino moral y filosóficamente, aunque rodara en las entrañas de Hollywood").

Milos Forman tenía talento, pero no genio. Se movió cómodamente entre el cine de autor y el comercial de encargo, entre la trasgresión formal y un academicismo espabilado por ciertas marcas de informalidad, entre el compromiso ideológico personal por la libertad, asumido hasta el límite del exilio de su país, y el oportunismo -tan de los años 60 y 70 del auge comercial de la contracultura- que vestía la mona comercial de sedas contestatarias, como hizo sobre todo en sus primeros años estadounidenses.

Adaptó musicales y 'best-sellers', pero mantuvo el prestigio de cineasta inconformista

El Forman más interesante desde un punto de vista estrictamente cinematográfico es el que, tras una infancia trágica -sus padres murieron en los campos de exterminio nazi- y una juventud difícil bajo la dictadura comunista, estudió cine y dirigió sus primeras películas en la Checoslovaquia de los años 60, integrándose en el importante e influyente movimiento de las primaveras de los cines del Este. El cine ruso y el de los países caídos bajo dominio soviético desde 1945 estuvo aislado, salvo alguna excepción como el León de Oro obtenido en 1947 por la película checa Sirena, tras el Telón de Acero hasta la muerte de Stalin. Tras ella los festivales y los Oscar fueron el escaparate de la emergencia estas nuevas cinematografías: en 1957 Kanal de Wajda recibió el Premio del Jurado de Cannes; en 1958 obtuvo la Palma de Oro Cuando pasan las cigüeñas de Kalatazov; en 1959 fue premiada en Venecia Cenizas y diamantes de Wajda; en 1962 La infancia de Iván de Tarkovski obuvo el León de Oro, El cuchillo en el agua de Polanski fue nominada al Oscar y La tienda de la calle mayor de Kadar lo ganó; en 1966 fue nominada Los amores de una rubia de Forman y en 1967 y 1968 lo ganaron Trenes rigurosamente vigilados de Menzel y Guerra y paz de Bondarciuk.

Además de las circunstancias políticas de relativa apertura pos estalinista aún en plena Guerra Fría, representada por el viaje de Kruschev por los Estados Unidos en 1959, lo determinante era la calidad de las películas y la sorprendente originalidad de los jóvenes directores, especialmente los checoeslovacos y los polacos. La razón era la excelente formación cinematográfica que desde 1946 se impartía en la Escuela de Cine y Televisión de Praga y desde 1948 en la Escuela Nacional de Cine, Teatro y Televisión de Lodz. De ambas salieron los jóvenes directores checos y polacos que tantas aportaciones hicieron al cine europeo y al estadounidense al huir de sus países tras la traumática represión de la Primavera de Praga en 1968.

Entre ellos figuraba Milos Forman, formado en la Escuela de Cine y Televisión de Praga. Se dio a conocer en 1964 con Pedro el negro y al año siguiente obtuvo el reconocimiento internacional con las nominaciones al Oscar y al Globo de Oro de Los amores de una rubia. En 1968 volvió a ser nominado al Oscar por ¡Al fuego, bomberos!. Pero en agosto se produjo la invasión de las tropas soviéticas y Forman decidió exiliarse. Terminaba la etapa más interesante de su carrera y empezaba la que le daría más fama y éxito. La inició con la comedia satírica Taking Off, que obtuvo el Gran Premio del Jurado de Cannes, y tras cuatro años triunfó con Alguien voló sobre el nido del cuco, tan inteligentemente tramposa en su adaptación de una novela del profeta underground y apóstol del LSD Ken Kesey que conquistó al público, sedujo a la crítica y obtuvo cinco Oscar. La paradoja de la contracultura institucionalizada y la comercialización de la trasgresión. Tras ella rodó una mala versión del musical hippy Hair.

Cambió de registro, inaugurando su segunda etapa estadounidense, con la fracasada adaptación en 1981 del bes-tseller de E. L. Doctorow Ragtime y con el enorme éxito de la eficaz Amadeus en 1984, basada en la obra de Peter Shaffer que había triunfado en Broadway y el West End. Esta vez el éxito de taquilla y la lluvia de premios fue aún mayor: ocho Oscar. Llama la atención que, ya fuera adaptando musicales de Broadway, best-sellers o éxitos teatrales, todo muy comercial y convencional, mantuviera intacto su prestigio de cineasta contracultural, contestatario e inconformista. Y que lo siguiera manteniendo incluso en la descendente última etapa de su carrera: Valmont, El escándalo de Larry Flint, Man of the Moon (única obra valiosa, que le valió el Oso de Plata en Berlín) y, como cierre, la horrorosa Los fantasmas de Goya. Un cineasta inteligente, interesante, desigual y sobrevalorado.

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