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Cultura

El archipiélago y la cordillera

  • El CAAC recurre a sus fondos para 'Entre la figuración y la abstracción, la acción', con la que sugiere "encuentros inesperados" entre diferentes sensibilidades estéticas

Quizás el hecho de que Luis Gordillo haya seguido con interés el trabajo de los artistas más jóvenes se deba a que cuando él estaba abriéndose paso contó con el respaldo de autores ya consagrados como Pablo Palazuelo. "Él me ayudó muchísimo", dice sobre el madrileño, "en los 70 escribió textos sobre mí e influyó para la exposición que me dedicó la galeria Maeght de Barcelona", recuerda. Desde ayer, la obra de ambos creadores se reencuentra en una de las salas del CAAC: el fabuloso tríptico de Palazuelo Virtus Marin comparte espacio con Variaciones en color de Andarín Cabezón, una pieza de los tiempos -está fechada en 1978- en que el sevillano tanteaba las posibilidades de la reproducción en offset. "Cogí la costumbre, cuando terminaba un cuadro, de hacer variaciones de él como una especie de posparto. Realizaba collages con él y proponía cambios de color", evoca el pintor sobre esta obra que ha donado al CAAC.

Palazuelo fue distinguido con el Premio Velázquez en 2004 y Gordillo lograría el reconocimiento tres años después -unos meses antes de la muerte del primero-, pero más allá de ese galardón compartido no abundan los paralelismos y las conexiones en los universos de los dos artistas. Aunque la muestra que los ha unido, Entre la figuración y la abstracción, la acción, no busca precisamente asociaciones consabidas y pretende nuevas lecturas. La colectiva que el CAAC ha montado con sus fondos -y que se programa hasta marzo de 2019- se rebela frente a esa "dialéctica de oposición" desde la que se ha contemplado el arte en las últimas décadas, "que enfrenta figuración y abstracción, y opone ambas a la acción", señala el director del CAAC, Juan Antonio Álvarez Reyes. Así, el conjunto propone "encuentros inesperados" con los que se indaga en las afinidades y parentescos, por los temas que tratan o las decisiones formales que han tomado sus autores, en obras que a priori pertenecerían a bandos contrarios. Cuestiones como la apuesta por la geometría, la crítica al consumo o la reivindicación desde el feminismo hermanan estéticas y sensibilidades aparentemente dispares en esta exposición que Álvarez Reyes concibe como "un archipiélago" compuesto por diez islas -cada una de las salas-. "Y si sumamos todas ellas quizás veamos una cordillera que emerge a veces", sugiere el director del CAAC, que en la presentación de esta muestra estuvo acompañado por algunos de los autores cuyas obras han sido seleccionadas: Gordillo, Curro González, Jesús Palomino, Inmaculada Salinas, María Cañas, Mariajosé Gallardo y Cristina Lama. Una nómina en la que también tienen cabida otros andaluces -Ignacio Tovar, Ángeles Agrela, Guillermo Pérez Villalta o Agustín Parejo School- y artistas internacionales como Bill Viola, Louise Bourgeois o Marta Minujín.

Temas como la geometría o la crítica al consumo sirven de nexo de obras dispares

Azul (Klein), la sala en la que está incluido un lienzo de Curro González, es un ejemplo de esas reuniones imprevistas que favorece el CAAC en esta cita. Las antropometrías en las que Yves Klein ejercía de maestro de ceremonias y dejaba que modelos con el cuerpo embadurnado de azul pintaran la tela ve cómo a unos metros el grupo Guerrilla Girls lanza un certero dardo contra la cosificación o la anulación de la mujer en el juego del arte: Where Are the Women Artists of Venice? Underneath the Men toma una imagen de La Dolce Vita de Fellini para denunciar que las mujeres estaban, en la Bienal de Venecia, debajo de los hombres. Junto a estas dos obras que casi colisionan se hallan otras dos variantes de azul, los óleos de José Manuel Broto y la atractiva y compleja tela de Curro González, Cada uno, de 1994, en la que el creador se inspiraba en Brueghel el Viejo, un artista que le "impresionó" a los 11 años, cuando visitó el Prado y se topó con El triunfo de la muerte. En Cada uno, González reflexiona sobre "cómo nos buscamos en los objetos y proyectamos nuestra identidad en ellos", sobre la "cualidad artesanal o manual" que éstos han perdido con la industrialización y que González reivindica.

En Consumo, otro de los apartados, la argentina Marta Minujín se alía con Warhol para poner en escena una solución a la deuda externa de su país, mientras Manolo Quejido concluye en Sin consumar con amargura pero desenfadado cromatismo que el capitalismo es una respuesta al deseo no satisfecho. En la misma sala, Jesús Palomino desafía la inventiva del visitante en una propuesta deliciosa: una ciudad reconstruida con productos de un comercio todo a cien, una recreación donde circulan unos coches de rudimentario andamiaje -"como si un niño fuera de la civilización occidental intentara reproducirlos"- y unos humildes vasos sirven de pilares de los edificios. "Nada está pegado. El aglutinante es la imaginación del espectador", explica el artista.

En Feminismo (autóctono) coinciden un grupo de creadoras vinculadas a Andalucía. Dos de ellas revisan con humor malicioso los clichés culturales de su tierra: en Lunares, Pilar Albarracín adorna un traje de flamenca con su propia sangre: va pinchando su cuerpo con un alfiler y se crean los lunares del título; en Sé villana, María Cañas articula "una insumisión por sevillanas, un homenaje a la canción popular y a todos los aperreados" con la que reniega de "la industria del fanatismo y los discursos oficiales". Ángeles Agrela (Tejidos) y Pepa Rubio (Golfista) conviven en ese espacio con Mariajosé Gallardo, presente con los evocadores Camafeos en los que recrea los rostros de distintas mujeres, y con Cristina Lama, que en Esta noche ha llovío mañana hay barro representa la confusión entre realidad y ficción con una escena de fuerza sobrecogedora. En otra sala, Dibujos (y pelo), Inmaculada Salinas prolonga el debate feminista en Espejo, donde a través de un juego con la escritura con la palabra mujer se interroga por la visión que se tiene de ésta.

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