donde habita el arte

Versos que matan moscas

  • 1900 Company Bar. Uno de los templos de la cultura onubense, respetado y querido, convertido en espacio reverenciado por los jóvenes y referencial para los más veteranos

Cuando Antonio María García abrió su bar a finales de 1986, quería saltarse la norma y ofrecer algo distinto. Era veinteañero pero buscaba alejarse de la efervescencia de la noche. Su apuesta la tenía clara: música clásica en cintas de cassette y ambiente relajado con el que diferenciarse. Pero la clientela era para otros, con bullicio a ritmo de rock. Después del esfuerzo personal y familiar, aquello no funcionaba y el dilema llegó antes de lo esperado: o daba un giro al concepto, "o me seguían comiendo las moscas y tendría que cerrar". Fue así como cambió a Mozart por los Ramones, y el personal descubrió un garito nuevo, primero tomado por moteros y, en paralelo, por personal de la cercana Casa de la Cultura, que alentaron las primeras exposiciones y dejaron improvisadas reuniones literarias, luego organizadas. La poesía entró en el 1900 Company Bar y acabó con las moscas, dejando libre un reducto mágico en pleno centro de la ciudad, convertido ahora en referente indiscutible de la cultura local.

El reconocimiento popular quedó formalizado hace un año, cuando el Ayuntamiento le concedió al bar, en ese mismo local de Garcí Fernández, 31 años después, una de las medallas de honor de Huelva, en su reconocimiento como centro indispensable para entender la cultura onubense en las últimas décadas.

Decorado con regalos y donaciones, el local tiene un poco de toda su clientela

Coincidía ese hito con el 25 aniversario de la tertulia Las Noches del 1900, que dio forma a la relación del local con la literatura, y a la poesía onubense reciente. Y lo convirtió en punto de encuentro venerado y respetado, reverenciado por los más jóvenes, referencial para los veteranos, protagonistas en el último lustro del regreso a los orígenes para evitar que remacharan los clavos de su ataúd, como si le acabasen de tirotear en OK Corral.

No muchos saben que esa decoración del far west sólo es fruto de la casualidad, de agradecidos profesores estadounidenses hospedados durante meses en el vecino hotel por la Expo del 92. Como la colección de billetes tras de la barra, iniciada sin pretenderlo con las 20 libras de un ingeniero inglés de paso, amigo tras meses de refugio nocturno. O también ese rincón a mayor gloria de Jack Daniel's, por una larga relación epistolar con la marca, que exhibe en su museo de Kentucky el retrato de Antonio con su particular oda al bourbon.

Todo (sí, todo) lo que hay en el bar procede de clientes y amigos, de regalos desinteresados y pagos de deudas de la madrugada. Todo ha contribuido a darle un toque especial al lugar, erigido con retales de los parroquianos, aunque con impronta definida por el carácter amistoso y conciliador del referente al otro lado de la barra, hombre de pocas palabras pero paciente oyente en el desahogo de solitarios noctámbulos pintados por Hopper.

El mismo Antonio María dice que el suyo es un bar para conversar y no para escuchar música. Creían algunos que las denuncias y los limitadores de sonido harían volver las moscas y le condenarían al cierre, pero sólo hicieron avivar la llama con la vuelta de los hijos pródigos, cubiertos sus ciclos vitales, que recuperaron este rincón para la música de las palabras. Atrás quedaron los años yermos, de travesía solitaria, de noches sin tertulia, sólo de monólogos de barra. Y el 1900 recuperó las veladas de esplendor, y vuelve ahora a llenar su escenario de jóvenes desconocidos que encuentran el espacio y la audiencia que nadie más les cedería. Sin condiciones y con facilidades. Antonio García no juzga y nunca lo hará; abre la puerta y deja entrar para que cada uno camine donde sus noches le lleven.

La promoción de los debutantes corre por cuenta propia. Invita la casa. Jóvenes o mayores, faltos de experiencia pero plenos de inquietud en plena época dorada editorial onubense, de la fotografía y la plástica, abonados al Company Bar. Los consagrados son para las instituciones, a las que queda la tarea de acercar referentes para la inspiración local. Muchos de ellos pasaron por la barra del 1900; hasta un presidente del Gobierno antes de que lo fuera, aunque no el alcalde de dos décadas de onubensismo, el único de la ciudad que nunca este rincón visitó.

El bar sigue vivo, con más intensidad que nunca, hecho templo indiscutible de la poesía en Huelva, del arte y la cultura. El de los versos y la red social física, con aroma etílico y humareda añorada. Un templo que cierra los domingos pero que ya no tiene moscas.

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