CRÍTICA 'THE D TRAIN'

Suma de tópicos sin moraleja

The d train. Comedia dramática, EEUU, 2015, 97 min. Dirección: Jarrad Paul, Andrew Mogel. Guión: Jarrad Paul, Andrew Mogel. Intérpretes: Jack Black, James Marsden, Kathryn Hahn, Jeffrey Tambor, Mike White, Kyle Bornheimer, Russell Posner, Henry Zebrowski, Corrina Lyons, Donna Duplantier, Charlotte Gale, Denise Williamson, Han Soto, Danielle Greenup, Dermot Mulroney.

La provincia, por lo general, no tiene quien la cuente desde ella misma. La cuentan quienes no la conocen y la desprecian o quienes huyeron de ella y la odian. En el cine, arte urbano y centralizado por excelencia, esta constante se extrema. Y en los Estados Unidos, aún más. Irse es triunfar y quedarse es fracasar, preso de las redes de las existencias anodinas que, por lo visto, son las únicas que se pueden llevar en un pueblo. Anodino aquí quiere decir lo normal, cotidiano, afectivo, común y por ello verdaderamente importante. ¡Pero qué más da! Carece de interés para el cine, que solo viaja a los pueblos americanos para ponerlos como los trapos. Si la película tiene además ínfulas dramáticas el que se fue también es un fracasado, porque es sabido que el cine interesante e inteligente solo trata de íntimos fracasos y desgarros. Desde que alguien dijo aquello de que con buenos sentimientos solo se hacen malas películas, una legión de memos creyó que con una buena dosis de pesimismo sale necesariamente una buena película. Pero resulta que las dos cosas son falsas.

"The D-Train" trenza los dos tópicos. El pueblo es ningún lugar en ninguna parte y quienes se han quedado en él -como el protagonista- se sienten fracasados, mediocres, abocados a una existencia sin relieve. Y se prepara el aniversario de una promoción del instituto y el triunfador regresa, resulta que también es un fracasado. Si a estos dos tópicos unen el de la adolescencia como un infierno en el que los guapos y fuertes maltratan y acomplejan a los feos y gordos, con duraderas consecuencias durante todas sus vidas, tienen un auténtico festival de cine con aspiraciones de verdad humana y profundidad psicológica.

Ninguna de las dos cosas agracian a esta floja comedia agridulce con mensaje producida por su intérprete, el cómico Jack Black que fue una de las causas del fracaso del último "King Kong" y el peor Gulliver de la historia del cine, para mayor gloria dramática suya. La versatilidad, ya saben, como meta: hace reír y hace llorar con un personaje grotesco y encantador… Muy humano. Su encuentro con el que fue líder guaperas del instituto (James Marsden) y actualmente es un actor de tercera fila (cocainómano y bisexual, como toda la gente de la gran ciudad), al que va a buscar a Los Ángeles para convencerle de que acuda a la fiesta del instituto, es la sustancia de la película. Su llegada al pueblo y lo que allí se desvela es su desenlace. La moraleja se explicita en uno de los más ridículos finales vistos en mucho tiempo.

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