Hace tres años Denis Villeneuve -inteligente, elegante y ligeramente sobrevalorado a veces- nos dio una gran thriller llamado Sicario, rematado por un soberbio y terrible final de tragedia shakespeariana en versión narco. Como Hollywood padece un al parecer incurable estreñimiento de ideas he aquí la segunda parte. Con un final tan dramática y trágicamente alto una continuación es como una secuela de Ricardo III o Macbeth; pero así están las cosas. Se ha encargado la dirección a un director eficaz pero tosco, en las antípodas de Villeneuve: el italiano Stefano Sollima, autor de series negras televisivas -entre ellas la aclamada Gomorra, basada en el libro de Saviano- que debutó en cine con la eficaz pero brutota y sensacionalista Suburra. Y estas son las connotaciones que definen este retorno de Sicario: el día del soldado. Alguien debió decirse que quien retrató con tan poca sofisticada contundencia a la mafia en Gomorra y la corrupción empresarial y política romana era el hombre idóneo para filmar el regreso del agente Graver (Josh Brolin) y el amargado ex sicario Gillick (Benicio del Toro) al infierno narco.
En esta ocasión el asunto se complica con tramas yihadistas, tráfico de personas en la frontera estadounidense y el secuestro de la hija de un capo. El guión de Taylor Sheridan, un experto en relatos de frontera con conflicto multirracial ambientados en los desiertos fronterizos (escribió Sicario y Comanchería) o en las nieves de una reserva de Wyoming (escribió y dirigió Wind River), no está a la altura de sus trabajos anteriores. Transmite una sensación de variaciones barrocas sobre un tema agotado llevadas hasta el límite de lo inverosímil.
La dirección de Stefano Sollima -más basto que su padre, mi apreciado Sergio Sollima al que debo grandes noches de cine verano y tardes de cine de barrio con El halcón y la presa y su secuela Corre Cuchillo, corre con sus gloriosas bandas sonoras de Morricone- es ciertamente tosca: la representación de la brutalidad, en cine, requiere finura en la dirección si no se quiere incurrir en lo elemental y efectista. Lo mejor, las interpretaciones de unos grandes Brolin y del Toro. Y la interesante banda sonora de la cellista islandesa Hildur Guinadóttir, colaboradora del prematuramente fallecido Jóhan Jóhansson que compuso la música de Sicario.
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