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Concierto en el Gran Teatro Falla

Raphael de todos los tiempos

  • Cálida acogida del último trabajo del incombustible artista cuya gira se preestena en Cádiz durante dos días

Raphael acompañado por los músicos de la Orquesta Sinfónica de Málaga, durante su concierto en el Gran Teatro Falla.

Raphael acompañado por los músicos de la Orquesta Sinfónica de Málaga, durante su concierto en el Gran Teatro Falla. / Jesús Marín

Que Raphael posee algo así como la llave maestra que abre todas las habitaciones en las que habita el éxito no es ninguna exclusiva que les pueda descubrir del único artista hispano galardonado con el Disco de Uranio. Por tanto, saben ustedes que no miento si escribo que proclamas como “¡Raphael eres único!”, “Raphael, ¿qué tienes que me gustas tanto?” o “¡Raphael, te quiero!” se encadenaban, se enredaban y hasta se retaban en la primera de las dos noches en las que el artista de Linares preestrenaba su reciente Resinphónico en las tablas de un Gran Teatro Falla tan engalanado, tan coqueto y tan vivo que, me van a permitir el golpe de pecho, poco tiene que envidiar al Real de Madrid donde el próximo día 17 tiene lugar el estreno oficial de este nuevo envoltorio para sus temas de siempre.

Un giro, un más difícil todavía, que, quizás, sólo unos pocos intérpretes de su veteranía pueden enfrentar con dignidad, el de sumar complementos electrónicos al traje sinfónico con el que ya vistió a algunas de sus más queridas joyas en uno de sus trabajos anteriores. Porque Raphael, con 75 calendarios en sus bolsillos, es Sinphónico, es Resinphónico, y lo que él quiera ser.

“Que de años juntos Cádiz... Y los que quedan”... Reconocía y advertía el incombustible intérprete en una de las escasas ocasiones (¿si no la única?) en las que se dirigió al respetable. Y es que si el segundo engarzaba un piropo con otro sin respiro, una puesta en pie tras otra y un aplauso con el siguiente, el primero, el artista, cantó y cantó sin descanso para desgranar en algo más de dos horas treinta de sus canciones más emblemáticas. Y a tumba abierta, con el corazón en carne viva y con la sonrisa eterna dibujada en el rostro. Ya saben, a la manera Raphael.

¿Con menos libertad de movimiento? Sí, quizás, pero sin menoscabo en ningún caso de la profunda carga interpretativa con las que arma sus canciones eternas. Límites, en todo caso, que venían determinados por el espacio físico pues Raphael no llegó al Falla solo, ¡ni mucho menos!, los músicos de la Orquesta Sinfónica de Málaga, dirigidos por el maestro Ruben Díez, lo rodearon y encumbraron en su gran noche donde se hizo sitio para todos.

La orquesta malagueña funciona a la perfección con los temas que canta Raphael, una realidad que se palpa desde los mismos albores del concierto con una premonitoria y emocionante intro con la melodía de Yo soy aquel, tras la que sale Raphael, de negro riguroso, con corbata y chaqueta de las que deshará durante su recital, y se desata la locura.

Y comienza la verdadera prueba de fuego. Promesas lleva una sugerente base electrónica, No vuelvas coquetea con el electro-latino, y hasta Mi gran noche pasa del momento guateque yeyé al ambiente de fiesta en Ibiza en sólo unos compases... ¿Qué cambia en Raphael? Nada. Raphael canta, canta como siempre (echando mano, claro está, de los recursos de artista experimentado que le hemos visto en los directos de sus últimos años). ¿Y qué cambia en su público? Absolutamente nada. Se levanta y aplaude como si las melodías y pentagramas hubieran permanecido inmutables en el tiempo.

Volver a nacer, Provocación (más rígido), La noche (mucho más entregado), Los hombres también lloran (relatada desde una silla giratoria con la que se desliza lo justo por el escenario), Sigo siendo aquel (“¡digo, digo, Raphael, y no cambies!”), Estoy enamorado (otra fiesta de computadora) se disfrazan, son y no son, viajan en los relojes, como el propio Raphael, capaz de viajar en el tiempo sin resultar anacrónico, sin perder actualidad.

Raphael es de los 60 y de los 2000. Raphael es de todos los tiempos, con sus himnos (Ámame, Qué sabe nadie, Mi gran noche, Como yo te amo, Escándalo...) pasados por el tamiz de divertidos recursos electrónicos, por la danza de violines y la orgía de vientos (trabajo excepcional el de la Orquesta de Málaga) o bebidos a palo seco en esa intimidad que se inventa y que nos parece tan real (Volver con el piano de un impecable Juan Manuel Pietranera y la voz de Carlos Gardel, milagro de la tecnología; Gracias a la vida y La quiero a morir solas con el guitarrista Juan Alberto Guevara). Sí, señora, lleva usted razón, Raphael es único. Antes y ahora. En todos los tiempos.

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