En 1973 Joseph Joffo logró un enorme éxito internacional con su conmovedora novela Una bolsa de canicas, en la que rememoraba su huida de los nazis en la Francia ocupada: su padre, un peluquero judío de origen ruso, decidió dispersar a la familia intentando que por lo menos algunos se salvaran. Joseph y su hermano Maurice hubieron de recorrer solos el largo camino desde París hasta la zona libre a través de un país en el que la guerra y la persecución antisemita hacían aflorar los extremos de lo peor y lo mejor del ser humano.
En 1975 esta novela autobiográfica fue llevada al cine por Jacques Doillon. Ahora vuelve a adaptarla el canadiense Christian Duguay, un desconcertantemente desigual realizador televisivo y cinematográfico que lo mismo graba miniseries sobre Juana de Arco, Hitler, San Agustín o Pío XII que dirige dos secuelas del Scanners de Cronemberg, un biopic sobre Coco Chanel o películas de acción con Wesley Snipes (El arte de la guerra) o Aidan Quinn (Caza al terrorista).
El resultado es la mejor película de su variopinta filmografía. Correcta y académicamente narrada, muy bien interpretada por los niños protagonistas y por el siempre grande Patrick Bruel, perfectamente ambientada y lo suficientemente honesta como para no recurrir al melodramatismo facilón. Es más sobria que la versión anterior y profundiza más en las contradicciones, grandezas y miserias de los personajes que los niños van encontrando en un viaje que les inicia abruptamente en la vida y sus complejidades o contradicciones. Dada la poca afición del público joven a revisar títulos antiguos, tiene el mérito de dar a conocer esta historia verdadera, emocionante y desgarradora a nuevas audiencias. Y de hacerles reflexionar sobre el racismo, la cobardía, el valor y la dignidad. No es poco.
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