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Nocturno, polonesa y réquiem

  • El asesinato del archiduque Francisco Fernando, que desencadenó la Primera Guerra Mundial, es el punto de partida de una novela que evoca una civilización agonizante

En algún lugar de sus memorias, Sándor Márai recuerda la entrada de las tropas rusas en Budapest como la llegada tumultuosa del Oriente a una Europa ancilar, próspera, ordenada. Antes, habían sido Thomas Mann o el Joseph Roth de La Marcha Radeztky, quienes habían testimoniado, con abatido pormenor, el lento declinar de un vasto imperio. Sin embargo, no era el Oriente, el Imperio de la Sublime Puerta o trepidación de los cosacos lo que llegaba; era la guerra moderna, donde la caballería, donde la escaramuza y el viejo heroísmo de los espadones, sería fagocitado por los tanques. Ese mismo estupor que encontramos en Mann, en Roth, en Robert Graves, ese alegre belicismo que arde en Apollinaire, Valle o Wyndham Lewis (también el aciago pesimismo del comandante Lawrence), es lo que tiempo después, pasado el medio siglo, visitarán de nuevo Gesualdo Bufalino y Andrzej Kusniewicz. Ambos, con la intermediación de varias décadas y una guerra más grande que la Grand Guerre. Ambos, con un conocimiento mucho más exhaustivo de la barbarie humana.

Quizá por eso, tanto al italiano como al polaco, les resultó tan atractivo la reconstrucción de un mundo en el que el siglo XX, su voracidad destructiva, era aún inconcebible. Si la Perorata del apestado de Bufalino es una versión más cínica y desesperada de La montaña mágica, El rey de las Dos Sicilias es un epílogo musical, con solemnidad de réquiem, a La marcha Radeztky. No en vano, tanto Roth como Kusniewicz eran nativos de Galitzia, aunque uno de la Galitzia austriaca y otro, ocho años más joven, de la Galitzia polaca. Sin embargo, lo que en aquellos hombres era responso por un mundo en fuga, en las obras mencionadas nos encontramos ya ante un hecho ineludible. Estamos ya, no ante el recuerdo personal, sino ante la Historia. Así, aunque en Mann y Joseph Roth hay una franca delectación, una deliberada parsimonia en la evocación de aquel pequeño mundo de balnearios y tísicos, de oficiales entorchados y jardines galantes (El mundo de ayer de Stefan Zweig), es el propio universo de los escritores, la vida tal y como la concibieron, lo que ahí se despliega. No obstante, en El rey de las Dos Sicilias hay un juego con el tiempo, con los sucesos intrascendentes y los acontecimientos históricos, que es producto de la perspectiva y fruto de la distancia. Kusniewicz, pues, escribe desde el futuro, desde un lugar en el que aquellos días se le aparecen como realidad cerrada, como nudo compacto, lo cual permite al escritor el espejismo de la simultaneidad; esto es, el entrelazamiento de unas vidas en torno a una fecha, a un lugar, a un momento exacto, el asesinato en Sarajevo del archiduque Francisco Fernando, que dio principio al colosal desastre. Con diferente objeto, Magris resucitó el irisado retablo de aquella Centroeuropa multilingüe y bicéfala. No obstante, Kusniewicz, quizá más ambicioso, sin duda más sintético, utiliza la muerte de una gitana, las cartas de un oficial incestuoso, la movilización de tropas y de enseres, la bomba lanzada el 28 de junio de 1914 contra el heredero de Austria-Hungría, para reconstruir, en el breve trayecto de unas horas o unos días, el mundo desmesurado y opalino que entonces agonizaba entre marchas militares y nocturnos de Chopin. Un mundo musical, tardoromántico, ingenuo, donde la mocedad soñó con destacarse en una acción gloriosa, el sable desenvainado y la montura al galope. En todas estas novelas es la música, su fluir invertebrado y suave, quien dicta, de algún modo, la cadencia de la escritura. Y no sólo por la obvia inexistencia de la radio o la televisión (Emil R., el joven oficial enamorado y frágil, de temperamento artístico, se pregunta si el cinematógrafo tendrá algún influjo en el futuro del arte), sino porque el siglo XIX, y su prolongación hasta la guerra del 14, es profundamente musical; esto es, heroico, irracional, conservador y lírico. En este sentido, el auge de los nacionalismos no fue más que un exceso de lirismo y de folclore. De aquel exceso, de aquella fiebre urticante, vendrá la enorme fractura de la Grand Guerre. Vendrá también la modernidad metálica y letal de los cañones. Vendrá Hitler. De un modo irónico, fue Wagner quien puso un epílogo musical, un estremecimiento mítico, a aquella incalculable injuria.

Andrzej Kusniewicz. Editorial Anagrama. Barcelona, 2009. 307 páginas. 17 euros.

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