Cultura

El Museo deja ver sus tripas

  • En una sala se exponen obras que van desde el siglo XVI hasta los coqueteos impresionistas de la escuela sevillana de paisaje, a caballo entre los siglos XIX y XX · La segunda estancia se reserva al siglo XX

Qué alegría, hacía muchos años que no contemplaba parte de la colección de Bellas Artes del Museo de Huelva. Estos guiños, que deberían ser más frecuentes, hacen visitantes… y se hace Museo. El año pasado ya pudimos contemplar El Retrato, de coordinación perfecta y selección medida, émula de otra que hubiera a finales de los ochenta o comienzo de los noventa del siglo pasado pero con unos medios, afortunadamente, mejores.

Se suele decir que todo español tiene en mente su propia selección. Ahora que se acerca el divino y trascendental día en que Vicente del Bosque desvele quiénes son sus 23 elegidos para acudir al Mundial de Sudáfrica, una España se encontrará satisfecha mientras la otra mugirá, aullará, gruñirá y bramará (espero que no vaya más allá) disintiendo de tan inexplicable elección. Qué sería de nosotros y nosotras (por supuesto) sin esa espera. Sin ese día. Somos así. Así seguiremos. Qué le vamos a hacer.

Pues qué quieren que les diga, como española de raza y tacón que es una, mas sin llegar al aullido, la vehemencia y el insulto, al ver la selección del Museo también me hubiera gustado otra "alineación". Todos y todas (por supuesto), tenemos un seleccionador (o comisario o curator) en nuestro cuerpo. Pero..., sin vacilación, lo expuesto tiene calidad, y, sobre todo, sentido y conocimiento por quienes lo han trabajado. Y muy bien.

En dos salas se expone, probablemente, lo mejor de la pintura del Museo de Huelva. No estoy muy de acuerdo con la lectura ordinaria dispuesta, excesivamente arquetípica. Tampoco con el mal vicio, herencias y prejuicios, de exponer tantos cuadros de un mismo autor y de tan parecida temática y factura. Es cierto que Carlos de Haes es el padre del paisajismo hispano, pero no es menos cierto que una exposición con la finalidad pedagógica de enseñar lo más representativo de un fondo de Museo, agobiar con tantas tablitas o lienzos del autor natural de Bruselas no es aconsejable. Particularmente, me hubiera gustado más ver a otros autores de tantas otros estilos. Si el motivo fuera El paisaje en el Museo, obvio que tres o cuatro ensalzarían la muestra. En una global, tantos, que son más de cuatro y de seis, atosigan, pese a su indudable belleza.

En la primera sala, encontramos obras que van desde el siglo XVI hasta los coqueteos impresionistas de la magnífica escuela sevillana de paisaje, a caballo entre los siglos XIX y XX. De entre los mostrados, destacamos la magnífica Sagrada Familia de Vicente Sellaer (siglo XVI); el poderoso tenebrismo de la Predicación del Bautista (siglo XVII), que algunos autores atribuyen a Pietro Novelli; la serenidad y la fuerza corporal del fraile dominico, anónimo sevillano del siglo XVII; el inquietante y analítico Paisaje arbolado (1669) del holandés Wijnants; el ánimo observador, investigación pura del medio natural, de Carlos de Haes, pinturas en estado ilimitado, sin cortapisas y sin responsabilidades del falso academicismo imperante en nuestro país; el dominio de la técnica y de la luz de Rafael Senet; la maestría del Soldado de Maratón del sevillano José Arpa; o el dominio compositivo de la campesina gallega (1893) de Alfredo Souto.

La segunda sala nos depara mayor sorpresa, pues se reserva a la maravillosa locura del despertar y la felicidad del siglo XX, toda tentación, todo progreso. Al igual que la anterior, no digiero bien los números con Vázquez Díaz y Caballero. Si la obra de este último, desgraciadamente, no es significativa en nuestro Museo, dos, y esos dos tan socorridos, se me antoja un mundo. Desconozco si los Vázquez Díaz se hallan recorriendo bolos por exposiciones itinerantes, pero el autor nervense, por sí mismo, se merece "ya de ya" su sala. Permanente, a ser posible. Con vida, siempre. Los cuadros que Huelva atesora, desde sus brillantes comienzos hasta sus justificadas reproducciones finales, verifican la fama que le moteja, ser el pintor más decisivo en España en la primera mitad del siglo XX y maestro guía de buena parte de la otra.

En esta segunda sala, no miren el reloj, merece la pena contemplar obras tan excelentes como los paisajes vascos de Vázquez Díaz, o su íntima maternidad, resumen de lo que será su pincelada agavillada de origen cezaniano y sus formas protocubistas; la tentadora Marujita del onubense Rafael Cortés; el casi ingenuo paisaje de Martínez Checa; las lavadas en exceso marinas de Antonio de la Torre y Antonio Rodríguez; la chispeante y coqueta escena de la Alameda de Hércules de Eustaquio Marín o el impresionante ejercicio pictórico, dominio y maestría, de uno de los más grandes de la pintura nacional de entre siglos, el sevillano Gonzalo Bilbao.

Salí entusiasmada de recuperar para mi visión y memoria recordaciones de un fondo de museo que ya se alejaba de mí. La exposición es para ser visitada. También para reflexionar de la importancia que tiene "mover" los fondos de un museo. Cuando mis padres bajan de León y alguna vez que otra me piden ver los utensilios mineros de la sección de Arqueología de nuestro museo, desgraciadamente no puedo enseñarle la parte de Bellas Artes. Como entramos en verano, les diré que bajen ya. Me encantaría que conocieran lo que yo ya amo: las bellas artes de nuestro Museo.

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