Cultura

El Museo Bellapart, en Huelva

  • La exposición ofrece la oportunidad de ver cuadros de los artistas de la triste partida

A las 8 tomé como siempre mi Huelva Información. Una página, dedicada a una de las exposiciones que componen el Otoño Cultural Iberoamericano de la Caja Rural del Sur: El Museo Bellapart. Tengo que ir. Me colgué el bolso, ajusté las gafas de sol (de marca, por supuesto) y me lancé a la calle con hambre para comerme esta selección del primer museo de artes plásticas, con carácter privado, de la República Dominicana (así reza en el folleto). Tras cruzar la zona bombardeada del Plan E, allí me planté.

Lugar de exposición, Hotel París. No crean que no me lo pensé antes de entrar. La persecución silente del ujier el pasado mes de septiembre aún anidaba en mi mente. Todo amabilidad, me dijo: "Suba, amiga, la sala es para usted". Además, de verdad, toda para mí. La soledad de las salas, de los museos y de casi todo que huela a cultura, es una triste constante, pero en este caso no me ardió la sangre. Qué buenos cuadros. A pesar, y pido perdón si a alguien molesta (tampoco estaría mal que así fuera para paliarlo), esta colección no se merece tan pésima colocación en tan pobre espacio. Aun siendo obra de pequeño formato, el salón, la cocina, el cuarto de los niños, la sala de máquinas y el trastero de tu casa no son el mejor de los escenarios para disfrutar del arte-catarsis relataba Rilke.

Vayamos a lo positivo, que por su culpa hasta casi se me olvida lo que no se puede (o debería) olvidar. España y el Caribe. Ver obras de Granell, Vela Zanetti, Manolo Pascual, Compostela, Gausachs, Suro, Liz, Botello o Prats, artistas muchos de la triste partida, "de la dispersión y la prodigalidad" que dijera María Zambrano, es una magnífica lección sobre la importancia de la pintura de vanguardia en la España de la primera mitad del siglo XX (aunque, desgraciadamente, viera la mayoría la segunda mitad lejos de su tierra).

Mención especial merece Eugenio Granell. Músico, escritor y, sobre todo, pintor, un extraordinario y comprometido surrealista que nos muestra su "verdad revolucionaria de la vida" (el consciente) a través del tamiz subconsciente de los paisajes que vive. El universo creado es una fusión de diálogos, de culturas, envueltos en el color y las formas extremas. Sin dejar de ser netamente español, no deja de ser indígena de la América que le acoge. Sin dejar de ser revolucionario en la mirada, no deja de ser clásico en la ironía del pensamiento. Qué placer contemplarle.

Un paisaje de Gausach es un resumen del racionalismo que desplegó por buena parte de la España de vanguardia un uruguayo del universo estructurado como Torres García. Palpito, calor, color, poesía, humanidad, sensaciones, comunicación. La República Dominica lo acogió, dejando escuela, y se fundió como si Cataluña aún estuviera en su pincel. Esa fusión, plena de indigenismo, no lejos de Gaughin, y espiritualismo se masca también en la obra de Botello Barros.

Tres escultores, aunque sólo uno de ellos muestra obra: Manolo Pascual, Prats Ventós y Compostela, (Francisco Vázquez Díaz, con esos apellidos el nombre artístico se entiende) Pascual modeló formas clásicas y se adentró en el dibujo con sentencias surrealistas no lejos de los caribeños, sobre todo de los cubanos. Compostela guardó toda su fuerza irónica en sus pingüinos. La obra y la personalidad de Prats, que llegó siendo aún niño a la isla, siguen siendo una constante en sus artes plásticas.

Para cerrar la exposición, que mejor que con José Vela Zanetti. Junto a Sert y Vázquez Díaz, uno de los muralistas más importante del siglo XX. Son varias las obras que podemos contemplar en la muestra. Todas ellas, como siempre, llagada de austeridad y misticismo castellano. No fue un vanguardista, pero jamás repelió el compromiso. En sus personajes, en sus fondos de paisaje, se encuentra esa 'veta brava', puro sentimiento de la tierra, que describieron con precisión Unamuno o Zuloaga, Azorín o Palencia.

Qué hermosa exposición. Parte de la España que perdimos y parte de la España que dejamos en la otra orilla. Qué fácil es entenderse entre instituciones. No cuesta trabajo y dan buenos frutos. Y Huelva, y sus ciudadanos, lo único y más importante, lo agradecen.

Con mi bolso a cuesta y mis gafas fachión total me fui la mar de contenta a patinar con mis 'manolos' de imitación por la nueva pista de los soportales. Ya lo dijo aquel egabrense que indultó el maestro Emilio Romero: "Más deporte y menos latín".

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