Cultura

Muere Quique Camoiras, el actor que siempre quiso hacer reír Al son del arcoiris

  • El madrileño fallece a los 84 años a causa de un derrame cerebral · Hizo teatro, cine, televisión, radio, circo y revista y se retiró de los escenarios en 2007

El actor madrileño Quique Camoiras falleció el jueves en Madrid, a los 83 años, a causa de un derrame cerebral por el que estaba hospitalizado desde hace una semana en el hospital Montepríncipe. Los restos de Camoiras fueron trasladados al tanatorio de la localidad madrileña de Pozuelo, donde se instaló la capilla ardiente, y en la tarde de ayer se procedió a su incineración. Las cenizas serán esparcidas en un lugar que la familia prefiere reservar.

Camoiras, que actuó por última vez en 2007, padecía desde hace tiempo "un cuadro complicado respiratorio", que se sumaba a la diabetes. Su esposa, Natividad, y sus hijos, Quique y Natalia, decidieron llevarle al hospital el día 22 de febrero porque se encontraba "muy mal" y allí les comunicaron que se trataba de un derrame cerebral del que no le pudieron operar debido a su deteriorado estado de salud.

Quique Camoiras dijo cuando se retiró de los escenarios hace un lustro que quería ser recordado como "un cómico que quiso hacer reír", algo que quedó patente en sus más de 60 años de carrera sobre los escenarios.

Camoiras nació en la madrileña calle de la Corredera Baja en el año 1928. Hijo de un linotipista, pisó por primera vez un escenario a los diez años, como bailarín de claqué en la obra Shangai 1938, y posteriormente estudió solfeo, piano y declamación en el Conservatorio de Madrid, además de cursos de baile en una academia.

La Guerra Civil la vivió en Madrid y Valencia, donde actuó para el denominado Socorro Rojo Internacional. En Valencia trabajó en el Patronato, un grupo de aficionados al teatro, y ya de vuelta en Madrid, en 1939, debutó en el teatro Fontalba en un espectáculo de variedades, zarzuela y clásicos con el que recorrió las provincias españolas durante un año.

En 1947 formó pareja de payasos musicales con su hermano Paco, pero se vio obligado a interrumpir este trabajo para realizar el servicio militar en Melilla, donde participó en varios grupos teatrales junto al también cómico Juanito Navarro.

Durante 14 años alternó las tablas con su trabajo de administrativo en el Instituto Nacional de Previsión.

Su primera intervención en una comedia tuvo lugar en la compañía de Tina Gascó, interpretando a un botones, y su debut como protagonista, en la obra de Antonio Paso Qué solo me dejas.

En 1952 comenzó a trabajar en el género de la revista, estrenando en el Teatro de la Zarzuela la obra Piernas de seda (de Antonio y Enrique Paso), con la que obtuvo un gran éxito, lo que le supuso la firma de un contrato con Muñoz Román para actuar en el teatro Martín. Fue en este escenario donde se fraguó su carrera teatral, hasta alcanzar la cabecera de cartel, que mantuvo durante 25 años, 12 de ellos de modo ininterrumpido en el teatro de La Latina.

La historia de los pueblos también se escribe con las actitudes que van más allá del tiempo y el espacio. Por medio de la música, la esperanza y la nostalgia rescatan del pasado perfumes que ya se olvidaron con tal de fraguar nuevos elixires. Y ésta es la época de las fusiones, cuando el hastío que rodea a tantas comodidades posteriores a unos siglos que se curtieron con dolor, fortaleza y alegría nos impulsa a buscar la belleza de nuestro interior. Los conflictos externos que agitan a la propia humanidad se transforman porque es necesario, porque un alma grita "¡basta!", y ahí despierta y suspira. ¿Quién no se identifica con la autenticidad en su estado puro, aquello que no puede ser ni influido ni disfrazado?

Mine Kawakami ha pasado por Huelva para compartir su forma de entender el mundo: música directa y cristalina que surge poderosamente combinando infinidad de matices a partir de un estado de ánimo. La pianista nos hace partícipes de un equilibrio universal que cunde al callarnos, y recíprocamente, sólo en el silencio oímos la atronadora voz de la esencia, que despliega las alas de nuestra inspiración. Sus juegos de timbres y tonalidades describen ese continuo palpitar de una existencia que nos sorprende a cada instante. Además, contar con una pantalla donde reflejar imágenes simultáneas fue el complemento ideal pues un auditorio vive la música como si se tratare de una película elaborada con paisajes. Como referencia próxima, incluyó temas de su último disco, O meu camiño, donde plasma vivencias a lo largo del Camino de Santiago. Fue la música con esta temática la que puso de manifiesto lo mejor de la artista: discurso cálido de notas que nos hablaron de la nobleza de espíritu, sobrecogido ante los misterios de la vida, lo que dotaba a algunos pasajes de un misticismo subyugante. El último de los temas jacobeos describió inconfundiblemente el sonido de la gaita.

Hermosa su recreación sobre Córdoba, una obra en la mayor donde parecía estar haciéndose preguntas con esas texturas que iban dejando a la música en suspenso, como una mirada serena al atardecer. La marca de la casa pudimos escucharla en dos obras: Kiomatsu, música de energía borboteante que transcurrió en dos secciones contrastadas mientras unas esferas en metamorfosis ponían ante los ojos encuentros estelares y Eclipse 2011, composición escrita en homenaje a las víctimas del Maremoto, un prodigio musical que cambiaba de tonalidades esotéricamente al estilo de transfiguraciones con el maravilloso fondo de luces y sombras en el firmamento.

Cargó las tintas en la composición referente a Cuba con sonoridades graves y ostinati rítmicos que saturaban el auditorio; quizá para convencernos de que la intuición más clásica y academicista termina rompiéndose bruscamente en reflejo de aquellas circunstancias opresivas (el arte viene a ser la liberación por antonomasia). Y se agregó algún sonido artificioso, como ocurriera en las secuencias intercalables con tormenta.

Añadió Kawakami comentarios en un español rico, fluido y rebosante de anécdotas localistas que hicieron las delicias del público. Puso de relieve los elementos más representativos de la naturaleza en Japón y las vivencias típicas más trepidantes; recalando en el canto de ciertas aves, que imitaba al piano con buena didáctica. No obstante, el hacer explícito lo implícito, la excesiva información ofrecida así como la ausencia de imágenes en algunas piezas restaron la uniformidad imprescindible para un concierto dedicado a la trascendencia humana frente al universo.

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