Ese ladrillo visto de estilo neomudéjar, que marca también la arquitectura de la ciudad con la Estación de Sevilla recién cerrada, une aquí historia y tradición con vanguardia. Puede que pocos referentes pasados en la ciudad fuesen tan adecuados para acoger las aulas de una escuela de arte, convertido en seña de identidad, como lo ha sido durante todo el siglo XX de una parte de la ciudad, de la configuración de todo un barrio, símbolo ahora castizo de la Huelva auténtica heredada de otra época.
No deja de ser paradójico sustituir a los antiguos matarifes por los nuevos artesanos del arte, profesores y alumnos, elegidos éstos para el dinamismo del futuro. Pero hoy no se entiende esta escuela puntera en Andalucía sin ese viejo edificio del Matadero Municipal, que es ya parte de la idiosincrasia del espacio de creación.
Fue en la recta final de los 80 cuando se dio un paso en Huelva que ahora se añora: dar utilidad a los vestigios del pasado social onubense olvidados en el abandonado. Sería así como también el edificio del antiguo cuartel policial de Santa Fe podría incorporarse a una propuesta como la de la Escuela León Ortega, centro público de estudios y espacio singular ligado ya para siempre a ese rico patrimonio de muros de ladrillo.
Desde 1896 aguantan en pie las estructuras a los pies de las marismas del Titán, proyectado por un arquitecto que jamás habría pensado entonces que ese excepcional claustro que da carácter a su interior sería recorrido un siglo después por miles de jóvenes, aprendices de sus inquietudes.
Esas imágenes idílicas, quizá vinculadas a centenarias universidades, de jóvenes recostados en muros mientras dibujan al carboncillo son aquí realidad constante, parte de un paisaje propio que se respira sólo con pasear por ese gran patio interior.
Hay ahora mucha vida entre los viejos muros del antiguo matadero, como sólo la puede dar un espacio entregado a la creación. Sólo el entorno basta para inspirar y su interior recrea un microclima propicio para que el arte fluya en todas direcciones, con jóvenes dispuestos a convertirse en artesanos del XXI, y también con adultos que encuentran una segunda oportunidad para profundizar en esos anhelos a los que nunca es tarde para volver. O para descubrir.
Es todo eso que convierte en privilegio la posibilidad que tienen los alumnos de cursar el Bachillerato en este centro. O mirar al arte para sus ciclos formativos superiores, de prestigio inigualable aquí, y con salidas laborales mayores a las imaginadas por quienes no los conocen.
Pero es la León Ortega un centro humanístico más allá de lo artístico, también fuente de alimento para el alma, al que no hay que dejar de proporcionarle sustento en cualquier etapa de la vida.
En ese ambiente de sana convivencia e integración que se percibe aquí como en ningún otro centro educativo, las relaciones con el entorno son permanentes. Hay una invitación constante a que la ciudad participe de la escuela, a que se acerque al barrio y cruce ese enorme umbral que traslada a un espacio que cautiva a aquellos que por primera vez conocen su interior. Cada año se celebran jornadas de puertas abiertas, en torno al mes de abril, para dar a conocer su oferta lectiva, artística y cultural, y también la conocida fiesta de fin de curso, llamada a los familiares que viven a lo largo del año con intensidad el vínculo que mantienen en sus alumnos.
Tiene una sala de exposiciones, en cualquier caso, pequeña pero suficiente para ver propuestas muy interesantes relacionadas con sus enseñanzas. Es una manera de invitar a la ciudad a que se adentre en esos muros y disfrute de forma directa de un motivo más de orgullo de los onubenses.
Aunque quizá lo mejor es ir sin más pretexto que dar un paseo por el claustro en una mañana o una tarde de clase, contagiándose de ese ambiente único, admirando las obras de los alumnos que se reparten por el patio, parte ya de la decoración, como los grafitis o ese medio coche blanco que conviven con la historia de lugar.
En unos meses empezarán las esperadas obras de ampliación, necesarias para dar impulso al centro y nueva vida a un edificio que no perderá identidad con el añadido. Porque nada sería igual si todo cambia en esta escuela que es patrimonio de la ciudad.
En julio, sin actividad docente, se abrirán las puertas al barrio y a su velada, la de Santa Ana, y al pregón taurino de Colombinas en el patio. Una oportunidad más para comprobar allí que el pasado y el futuro tienen cabida en el patrimonio monumental que nos queda.
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