Cultura

Mohicanos y dinamiteros

  • Frente a los editores que se comportan como arrogantes ejecutivos, todavía quedan algunos enamorados de su oficio

Un año después de celebrar por todo lo alto los cuarenta años de Anagrama, Jorge Herralde ha anunciado que venderá su editorial, una de las grandes de Barcelona, al grupo italiano Feltrinelli. En los últimos años, en títulos como Opiniones mohicanas (Acantilado, 2001) o Por orden alfabético (Anagrama, 2006) el editor catalán ha hecho balance de su brillante trayectoria profesional, no desde una perspectiva memorialística -al modo admirable de sus admirados Carlos Barral o Jaime Salinas- sino recopilatoria y anecdótica, con semblanzas de los escritores y amigos que ha conocido en el camino. El reciente volumen del mestre Josep Maria Castellet (Seductores, ilustrados y visionarios, Anagrama, 2010) seguía el mismo camino, pero con semblanzas más extensas, escogidas y cuidadas.

A los libros de Herralde -tiene otros, entre ellos el dedicado a Roberto Bolaño- sólo cabe reprocharles el excesivo énfasis en la independencia, cuando él debe de saber que esta es una cualidad estrictamente personal que puede ejercerse desde cualquier trinchera. Hay muchas editoriales muy pequeñas absolutamente dependientes. Y otras, de gran tamaño, que ponen sus sellos en manos de gente competente y comprometida. Por esta razón, y dado el historial del grupo al que se vincula, no creo que la venta de Anagrama a Feltrinelli sea una mala noticia ni vaya a afectar en lo fundamental a la (excelente) línea editorial de su catálogo.

Tal vez los colegas de Tusquets podrían aprovechar para reeditar la emocionante biografía que Carlo Feltrinelli (Senior Service, 2001) escribió sobre su padre, el malogrado Giangiacomo Feltrinelli, fundador y epónimo de la editorial italiana. El editor de Lampedusa, Pasternak o Nabokov murió a los 46 años mientras manipulaba una bomba con la que pensaba atentar en Milán, tras pasar de la militancia izquierdista a la acción directa, vivir en la clandestinidad y convertirse en un terrorista al servicio de la dictadura cubana. Su peripecia última, en aquella década loca, evoca a los dinamiteros del siglo XIX y parece salida de una fantasía de Stevenson. Fue un hombre muy valioso que acabó sus días como un personaje de novela.

El cosido de los ejemplares, que fue una de las características indisociablemente ligadas al libro, lleva camino de convertirse en una rareza para exquisitos. Mal estamos, si la competencia que el venerable formato impreso va a presentar a las alternativas digitales es un puñado de páginas pegadas en papel de ínfima calidad. Habrá quien piense que para las ediciones de pequeña tirada, por ejemplo los libros de poesía, no demasiado costosos pero de escasa venta, esta es una opción -lo es, por desgracia- a tener en cuenta. Lo que ya no se entiende es que un libro del que se imprimen muchas decenas de miles de ejemplares -el Planeta de Eduardo Mendoza, pero también la nueva novela de Paul Auster (Anagrama)- recurra a esta contraproducente política de ahorro.

Ya lo han dicho otros, pero no está de más repetirlo. De este modo mezquino difícilmente se incentivará el amor del libro impreso entre los jóvenes que -si ello, tantas veces anunciado, llega a ocurrir en la realidad- nacerán a la lectura en los nuevos formatos digitales. Mejor una elegante pantalla de destellos opacos que libros impresos en papel deleznable. Puede que lleguemos a echar de menos el libro encuadernado, pero difícilmente ese sentimiento de nostalgia se extenderá a estos subproductos de la impresión basura.

Frente a los editores que se comportan como arrogantes ejecutivos, excelentemente remunerados pero irresponsables de su gestión al frente de los sucesivos sellos por los que fichan, un poco al modo lamentable -valga como contraejemplo el insufrible actual entrenador del Madrid- que se ha impuesto en el deporte, hay que destacar, otra vez, el caso de Kurt Wolff, cuyas "observaciones y recuerdos" ha editado Acantilado, la imprescindible editorial de Jaume Vallcorba. El editor alemán se reinventó en varias ocasiones a lo largo de una fecunda carrera que sólo interrumpió la muerte, en 1963. Fue una persona noble, generosa y honesta, en los antípodas de esos profesionales del autobombo que financian sus campañas con el dinero ajeno. Muchos como él, son lo que nos falta.

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