Arte

Materia, luz y ritmo

El riesgo que suelen correr las obras de Paz Pérez Ramos es que se prestan al agrado de la mirada superficial. Una mirada que, sin embargo, no llega a verlas. Son obras que exigen demorar la visión. Si se hace así, apreciaremos en primer lugar, la fuerza de la materia. Estamos demasiado acostumbrados a contar con la materia sólo para utilizarla. Pérez Ramos, por el contrario, hace ver el material, el papel: la diversidad de sus superficies, sus brillos y su transparencia en contraste con la finura o agresividad de sus bordes, y con la misma textura interior de la pasta.

Esta posición analítica y respetuosa con la materia se completa con su exposición a la luz. La obra expuesta en la sala trabaja exclusivamente con la luz, con no-colores, es decir, con el blanco y el negro, como límites, porque las diferencias calidades del papel generan una amplia gama de grises. Son obras pensadas para atrapar la luz. La sencillez de la materia empleada y la delicadeza de su manipulación hacen que estos trabajos reaccionen al mínimo cambio de luz: por eso son muy distintas con sólo cambiar el ángulo de visión.

Esta calidad luminosa muestra otro componente de estas obras: el tiempo. La sala de exposiciones con su iluminación constante no llega a mostrar esa condición temporal que sí revela la luz del día. Como los móviles de Calder, estas obras cambian con las diversas luces del día y del año, y registran el instante de una sorprendente media luz, la fuerza de algún crepúsculo insidioso o los excesos lumínicos que siguen a la tormenta.

Pero si las piezas de Paz Pérez Ramos apresan la luz y registran el tiempo, es porque poseen una cuarta cualidad: el ritmo. Ésta es la característica en la que se aprecia mejor la evolución de su trabajo: si en algún momento se demoró en aspectos parciales o en algún efecto determinado, ahora sus obras tienen un espacio decididamente integrado que no surge tanto de la consistencia de la figura respecto al fondo, cuanto de la unidad interna del ritmo (o de los ritmos en mutuo contraste) que la componen.

Por todas estas razones, los cuadros de Paz Pérez Ramos aparecen como una evocación de la naturaleza o, mejor, de nuestras (perdidas) relaciones con la naturaleza. De la naturaleza no sólo nos aleja la ciudad, sino la instrumentalización mantenida del medio natural (también por las industrias del ocio) y la degradación de nuestra percepción mediatizada de mil maneras por la imagen tecnológica. En este estado de cosas quizá disfrutemos de un paseo por un parque natural aunque tal vez sólo percibamos vistas y no lleguemos a sentir el rigor de la materia, la sorpresa de los microespacios que causa la luz o las alternativas del tiempo. De estos breves desórdenes naturales recupera Pérez Ramos la memoria.

Tal nostalgia de la naturaleza se advierte también en unos trabajos sobre el color que pueden verse en Birimbao. Desplazados de la sala para organizar ésta sólo con los extremos de luz, el blanco y el negro, estas piezas en color logran dar forma a la habitación interior. Sin la exactitud de los otros trabajos, logran establecer, sin embargo, una atmósfera de color sumamente pictórica. Aquí la luz es sobre todo un ambiente que pasa insensiblemente de las piezas de papel cortado al plano que les sirve de base. Hay en estas piezas algo de experimentación pero tal vez señalen un camino de las que son un sugerente principio.

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