Cultura

Marín, memorias fotográficas de España en el primer tercio del siglo XX

  • El Museo de la Autonomía revisa la obra de este pionero del fotoperiodismo Sus retratos y reportajes captan la sociedad moderna y dinámica anterior a la Guerra Civil

"Vivía intensamente lo que hacía, más allá de quien fuera su cliente", confiesa su hija Lucía. Y el encargo podía partir indistintamente de la Casa Real, de un grupo de modistas, del Banco de España, el estudio de Joaquín Sorolla o el periódico Informaciones, para que el tomó más de mil fotografías por año. Porque en cada trabajo Luis Ramón Marín (Madrid, 1884-1944), que firmaba con su segundo apellido, puso toda su vitalidad y entusiasmo hasta componer un fascinante retablo de la España del primer tercio del siglo XX. Ese país en transformación, en el que la mujer accedía al trabajo remunerado, los cafés y los teatros agitaban Madrid y los avances tecnológicos, como el automóvil o el Zeppelin, imprimían un ritmo veloz a las comunicaciones y el ocio, es el que vibra en los 18.296 negativos de Marín que custodia la Fundación Pablo Iglesias. Hasta 67 imágenes de ese tesoro documental pueden verse ahora, por primera vez en Andalucía, gracias a la muestra que hasta el 15 de mayo acoge el Museo de la Autonomía.

Menos conocido que sus colegas Alfonso, Pepe Campúa y José María Díez Casariego, Marín fue como ellos uno de los nombres que revolucionó y profesionalizó un oficio hasta entonces ligado al estudio. Fueron los primeros en trabajar para los medios de comunicación, en ser remunerados por sus encargos, en salir a la calle y captar lo que sucedía sin maquillaje ni artificio. Marín, al que le obsesionaba la tecnología, no dudaba en recurrir a la moto, el avión o el coche para conseguir cubrir uno tras otro los acontecimientos más relevantes de su época, como la proclamación de la Segunda República o la visita de la artista Josephine Baker.

Sorprende que un trabajo de tal calidad estética, caracterizado por el uso uniforme y elegante de la luz, no hubiera sido bendecido por los historiadores del arte como uno de los pilares de la fotografía española. Sin embargo, como otros casos que nos resultan muy cercanos, por ejemplo el de Manuel Chaves Nogales, la obra de Marín fue relegada al olvido tras 1939 y su muerte prematura, en lo más crudo de la posguerra, dificultó mucho más la revitalización de sus archivos, que sólo ha sido posible, medio siglo después, gracias al compromiso asumido por su única hija, Lucía Ramón Plá, que tenía dos años cuando el fotógrafo falleció.

Lucía no sabe cuál era el ideario político de su padre, ni si era de izquierdas o derechas. "Captó la dictadura de Primo de Rivera, hizo fotos aéreas de la construcción del palacio de la Magdalena en Santander, cubrió la elección de Alcalá-Zamora... y le dio tiempo a captar imágenes de Somosierra y de la evacuación de Teruel durante la Guerra Civil, que le pilló en Madrid, donde vivía".

Marín, nacido a finales del XIX, era una persona muy avanzada para su tiempo. "Estudió una carrera universitaria, Perito Agrícola, y en 1903 sacó plaza en el Ministerio de Agricultura, Minas y Montes; pero no dudó en abandonar la cómoda vida de funcionario por la cámara, su pasión. Comenzó haciendo reportajes para el teatro y fotografiando a actrices en 1904. Un año después tenía unos ingresos limpios de mil pesetas, lo que le dio una estabilidad increíble", explica su hija.

A finales del XIX el motor de la industria fotográfica nacional era el retrato, lo que propició que se consolidaran gabinetes en las principales ciudades. Sin embargo, cuando Marín aparece en la escena, el negocio estaba ya en decadencia y una nueva tendencia comenzaba a despuntar: el reportaje gráfico. Con su gusto por los avances, era lógico que asumiera rápidamente ese oficio emergente y abrazara la calle, donde captó acontecimientos lúdicos, festivos, políticos y de todo tipo. El trabajo le acercó también a uno de sus mejores amigos: Alfonso Sánchez Portela, Alfonsito, que formaba con su padre una de las grandes sagas de fotógrafos españoles. "Poco antes de morir, Marín le dio instrucciones a mi madre para que Alfonso le ayudara a gestionar el archivo en caso de necesidad. La amistad entre nuestras familias se mantuvo intacta y, cuando me casé, Alfonso me regaló el reportaje de mi boda", rememora Lucía.

Mientras su colaboración con los principales periódicos y revistas gráficas de su época fue escasa, Marín buscó sus ganancias con las fotografías destinadas a la Casa de las Postales, a las que surtía sobre todo de vistas aéreas. En 1908 debutó con reportajes de la Semana Santa de Murcia y los campeonatos hípicos de San Sebastián, pero sus motivos más demandados serían siempre las escenas de carnaval en las calles de Madrid, que repetía año tras año. También le solicitaron muchas exposiciones caninas. Llegó a vender más de ocho mil postales algún año, percibiendo más de 4.000 pesetas por ese concepto. Estos datos los conocemos gracias a sus libros de registro, donde anotaba todos sus gastos e ingresos con una pulcritud y detalle admirables. Información que, como afirma Óscar Martín, coordinador de exposiciones de la Fundación Pablo Iglesias, resulta esencial para conocer el modo de trabajo, la remuneración y la relación con los medios impresos de toda una generación.

La consolidación de Marín llegó con sus encargos para periódicos como El Imparcial, ABC y Sol y revistas gráficas como La Esfera y Blanco y Negro. "Trabajó incluso con Ortega y Munilla, el padre de Ortega y Gasset. Y fue fotógrafo de Alfonso XIII, pero no un fotógrafo oficial, sino un fotógrafo amigo. Las malas lenguas decían que se iba de juerga con él pero lo cierto es que tiene imágenes muy curiosas del monarca y de los príncipes que evidencian que era una persona querida en su círculo", contextualiza Lucía.

Pionero también de la fotografía estereoscópica -tiene impresionantes imágenes de sevillanas en mantilla el Jueves Santo- e industrial, Marín aplicó su mirada optimista y apasionada a España, sus gentes y sus paisajes, y lo registró todo en negativos en placas de vidrio en cuyos márgenes apuntaba cualquier dato interesante. Esas anotaciones resultaron esenciales para interpretar cada escena cuando, en 2007, la Fundación Pablo Iglesias restauró y digitalizó un archivo tan precioso como desconocido que obligaba a reescribir la historia del reporterismo español.

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