Cultura

Jane Austen pop

  • Los personajes y tramas de la escritora inglesa se han convertido en iconos por sí mismos, con un 'merchandising' literario que supera al de Shakespeare

Cuando Claire Tomalin decidió llevar a cabo la biografía de Jane Austen se enfrentaba, explicaba ella misma, a una "antibiografía". Apenas existen documentos relativos a su día a día -su hermana, Cassandra, quemó toda su correspondencia tras su muerte-; su hermano, Henry, declaró que su vida no había sido "una existencia de grandes acontecimientos".

Ni siquiera existen registros académicos, pues la escritora, por circunstancias familiares, se educó en casa. Conocemos, por supuesto, los lugares en los que vivió (parece que Bath no terminaba de gustarle: quizá le recordara su condición de verso suelto) y algún que otro detalle, como su rechazo a la propuesta matrimonial de Harris Bigg-Wither, en un gesto que la arrojaría a la incertidumbre económica. Escondía lo que escribía cuando alguien entraba en la salita y rehuyó, cuando sus obras comenzaron a publicarse, los círculos literarios.

Dos siglos después, una mujer que respondía a la descripción de solterona ilustrada, que se dedicaba a inventar novelitas domésticas -ninguna de las dos palabras gozaba del mínimo rastro de buena fama en la época-, es la mayor fuente de merchandising literario del mercado. Supera a Shakespeare, que no es poco superar. No es un fenómeno precisamente reciente: ya en 1905, Henry James denunciaba la comercialización en torno a la obra de Jane Austen, criticando a la "masa de editores, directores e ilustradores" dedicados a publicar "revistas bobas y agradables" que encontraban en la escritora inglesa un filón inagotable. La realidad excede hoy las peores pesadillas de Henry James. Existen figuras de acción de Jane Austen. Recortables. Velas. Confeti. Mil millones de tazas con las efigies de Elizabeth Bennet y el señor Darcy. Libros de cocina inspirados en Pemberley. Disfraces. Colgantes. Juegos de cartas. Cortinas de ducha "austenitas", con ilustraciones del periodo de Regencia.

Y todo esto es posible, por supuesto, porque su obra es mundialmente conocida. ¿En profundidad? Cierto que no. ¿A través de sus libros? No en muchísimos casos. Pero casi todo el mundo -un casi todo el mundo femenino: la mayor parte de sus lectores y admiradores siguen siendo mujeres- es capaz de contarte quién era el orgulloso y quién la prejuiciosa -o al revés-; cuál fue el momento estelar del coronel Brandon; a qué dedicaba su tiempo libre la joven Emma. Nombres familiares para muchos más allá de la lectura de las obras. Lo cierto es que la popularidad de Jane Austen ha sido un fenómeno más que reciente, creciente. La Austen Society se fundó en tiempos de guerra, en 1940, y la Jane Austen House abriría al público en 1949. El Jane Austen Centre, corazón del festival del mismo nombre que se celebra cada septiembre y que atrae a austenitas dispuestos a sumergirse en ambiente de época, es una de las principales atracciones de Bath. El símbolo más claro de que la escritora es una fuente de divisas está en el hecho de que su rostro será el de la primera mujer, después de la reina, que aparezca en los billetes británicos. El año 2017, que marca el bicentenario de su muerte, está trufado de actos conmemorativos.

"Últimamente -escribía Martin Amis en The New Yorker en 1996- parece que Jane Austen está aún más de moda que Quentin Tarantino". En 1995 se había estrenado la primera adaptación al cine de Jane Austen en medio siglo, Sentido y sensibilidad, de Ang Lee (con los rostros de Emma Thompson, Hugh Grant, Kate Winslet, Alan Rickman). Muy poco después, llegaría la Emma que protagonizó Gwyneth Paltrow. Y, sobre todo, la celebérrima adaptación de Orgullo y prejuicio para la BBC, con Colin Firth como el Mr. Darcy absoluto: once millones de espectadores congregaba cada emisión. Las ventas posteriores, en los viejos tiempos del vídeo -back and forward de Mr. Darcy empapado mediante-, se dispararon. Pero también lo hicieron los visitantes en la Jane Austen House y las ventas de los clásicos de la autora, que crecieron un 40%.

Cuando, diez años después, llegaron otras dos grandes producciones de Hollywood -el Orgullo y prejuicio que le ha puesto a Elizabeth Bennet el rostro de Keira Knightley para las generaciones recientes, y el Becoming Jane, con Anne Hathaway dando vida a la propia escritora- aterrizaban sobre lecho seguro. Un humus universal, de buen gesto y aceptación ante lo que parecen cuentos de hadas sin elemento fantástico. Escritores, publicistas, productores, tour- operadores... Todo el que puede trata de aprovecharse en su propio beneficio de la popularidad de personajes y tramas austenitas (por existir, existe incluso una estatua de Mr. Darcy ahogándose en un lago; parece suplicar que alguien ponga a fin a su desgraciada existencia). Las versiones y adaptaciones de las historias se multiplican. Si la imitación es un halago, Jane debe estar hinchándose (a veces, retorciéndose) en la tumba. La misma Bridget Jones no es más que una actualización petarda de Orgullo y prejuicio -como Helen Fielding reconoció-; PD James descendió a terreno austenita para escribir Death Comes to Pemberley; el sello Marvel, en España, ha publicado tres de sus títulos en la colección de Clásicos Ilustrados; existe y lo sabemos -aunque nos neguemos a creerlo-, un Orgullo y prejuicio zombie (y su película; es más, existe un Orgullo y prejuicio: monstruos marinos); la última versión de una de las novelas de Austen (Lady Susan) acaba de estrenarse en Estados Unidos y lo hará a finales de año en nuestro país.

Algo tiene que tener la "Jane de todo el mundo", en palabras de Henry James, para ejercer esta fascinación. Tiene una especial habilidad para conectar, en el lenguaje de su época, con nosotros, los lectores de un futuro galáctico -aunque el gran maestro al respecto sea Thackeray-. Tiene un sentido del humor tremendo, maravilloso, de amiga elegante y maliciosa. Dibuja, desde la plataforma de salida de la nada absoluta, a mujeres de una personalidad intrigante -¿cómo se las han arreglado para terminar siendo así?, se pregunta uno, como intrigado ante las formas absurdas de una planta que persigue el sol-. Están, por supuesto, las tramas amorosas -es el amor, estúpido-. "Leyendo a Jane Austen -reflexionaba Amis, aturdido también por su tremenda popularidad-, los enamorados parecen realmente hechos el uno para el otro. Y es que han sido hechos el uno para el otro, de la mano de su autora". Y está la felicidad, claro. La valentía de reclamar la felicidad personal, ese invento tan rompedor; el sentimiento como reivindicación, esa modernidad pura.

Todo eso, desde luego, no puede sentirse en un imán para el frigorífico con la cara de Colin Firth. Pero sin todo eso, no existiría ese imán para el frigorífico.

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