pablo gutiérrez. escritor

"Hoy los frentes son muchos pero la guerra sigue siendo una lucha de clases"

  • El autor onubense afincado en Cádiz invita en su nueva novela, 'Cabezas cortadas' (editorial Seix Barral), a ir un paso más allá de las actuales consecuencias sufridas por la crisis

El escritor onubense Pablo Gutiérrez.

El escritor onubense Pablo Gutiérrez. / elena blanco

-¿cuál fue la espita que llevó a Cabezas cortadas (Seix Barral)? ¿Trump, el Brexit, ambos, todo?

-La idea de la novela empieza con este contexto de agitación que me preocupa, pero también como una continuación a las novelas anteriores, que vendrían a presentar cuáles han sido las consecuencias de la crisis. En este caso, las circunstancias de aquellos que se han ido del país, más de dos millones de jóvenes fuera: gente de cualificación sobrada que no tienen hueco aquí. También quería asomarme al fanatismo religioso, y a la oscuridad que parece que se cierne sobre el futuro. Con todos estos componentes, surgió la primera persona gramatical, una primera persona absoluta, que no espera interlocutor, y que fue marcando todo el discurso. Una voz que llegó a ser casi ajena a mí, como una especie de miembro amputado.

-Meterse en una cabeza inestable contribuye no poco a la sensación de opresión de la novela.

-Yo entiendo que la experiencia para el lector puede ser complicada, porque la de María, la protagonista, es una voz única, que no quiere escuchar a nadie. Ensimismada, con sus pensamientos resonando en su interior como en una cápsula de aislamiento: quería reflejar, también, algunas de las implicaciones de vivir en extranjero, cuando te desenvuelves en un idioma extraño.

-"No tienes ni idea de lo inteligente que soy en español", que diría Sofía Vergara.

-Jajaja, sí. Tus pensamientos son más reducidos, no sabes bien cómo expresar ideas complejas, no tienes las herramientas... Por eso, cuando la protagonista empieza a escribir en el cuaderno, sale todo como un torrente. María deja los pisos patera en busca de esa "habitación propia". El precio que tiene que pagar para ello, en una ciudad europea en expansión como la que se adivina, es irse a esos "barrios oscuros", a los que no pertenece. También sabes que, una vez hecha esa decisión tan destructiva, sólo puedes esperar nitroglicerina.

-Los "barrios oscuros" forman parte de esos flecos de distopía en los que se sitúa la novela: inquietantes, porque son apenas medio paso más allá, las zonas, las brigadas...

-Y salir al exterior con la seguridad de que en cualquier momento te persiguen, te echan para atrás. Zonas como el barrio en el que vive la protagonista, existen: no son guettos alambrados pero sólo les falta eso. Funcionan como "tribus más allá del río": es increíble la presencia de modos de religión muy primitivos en ciudades tan modernas. Los baluartes son, claro, los principios de unidad nacional... La distorsión es justo la mínima que permite una narrativa un poco más potente.

-Hoy nadie duda de ese "hay una guerra" del que hablaba Leonard Cohen. Los frentes parecen... incontables.

-Los frentes son muchos, pero la guerra es la que siempre ha habido, que es una guerra de clases. Las guerras "clásicas" también se han dado siempre por el sustento y los bienes materiales. Ahora es más sofisticada, los perfiles son más difusos, pero las jerarquías sociales siguen estando muy marcadas. Siendo extranjero se ve mucho más, porque pareces estar siempre supeditado al nacional. La munición de esta guerra siguen siendo conceptos que son muy primitivos y básicos: identidad, territorio, pertenencia. Pero es lucha de clases.

-'Cabezas cortadas' funciona en gran medida como un juego de La Oca tétrico: cómo llegar a la barbarie en unas cuantas casillas.

-En gran parte, la novela reflexiona sobre el destino: hasta qué punto las casillas están dispuestas y tú transitas sobre ellas, y te van impulsando los mecanismos que tienes dentro. A veces te marcan los pasos hacia la autodestrucción, y a veces, no. Desde su adolescencia, mi protagonista ha tendido hacia la autodestrucción. Ocurre que el juego de vivir al límite y alterar a los padres ya no hace tanta gracia con treinta años. Lo que has estudiado no te sirve y, en el momento en el que te toca incorporarte al mercado, aquí no cabes; fuera, casi que tampoco. María es una "sureñita" y entiende que los suyos son "los oscuros".

-No sé quién da más miedo.

-La enfermedad mental está rondando todo el tiempo: en esa escafandra en la que rebotan los pensamientos, todo se vuelve hacia ti. La protagonista se está decapitando a sí misma, se autodestruye.

-Tanto en 'Nada es crucial' como en 'Los libros repentinos', como aquí, aparece una constante: el refugio en lo liminar, en lo precario. Y ese refugio lo dan los cómics, los libros, la escritura.

-La literatura se presenta como la escapatoria de los personajes. Aunque María afirma "haber dejado todo eso", luego lo vuelca todo en una especie de diario: busca el alivio. En todos ellos, en Leku, en Reme, tiene mucho de terapia, tiene mucho que ver con la soledad. El que es feliz y está muy acompañado no necesita nada de eso. El que no es tan feliz, quien tiene sombras alrededor, necesita de esos recursos. Yo prefiero coger a los personajes ya más apaleados, me manejo mucho mejor a partir de ahí porque te dan matices, aunque el territorio también es más impredecible. María, por ejemplo, es una sospechosa habitual todo el tiempo: tiene mucha rabia dentro, mucho rencor de clase, que podría haber sido el título de la novela.

-Escribir sobre la propia realidad, ¿la aclara, la emborrona...?

-La escritura puede servir tanto como herramienta de comunicación como de expulsión de demonios. Y puede ser una trampa. Hay cosas que escribo para entender, y otras que se van respondiendo, como la utilización de los sentimientos nacionales e identitarios a través de la opresión. Nuevamente: no es una cuestión de orgullo patriótico, sino de clase. Los libros repentinos surgió cuando entendí que los barrios en los que había vivido de niño, en Sevilla, no eran así por casualidad. Lo había descubierto, quería contarlo, como lo de hasta qué punto vivir fuera puede hacer muchísimo daño. No quiero ser panfletario ni evangelista, aunque lo que escribo siempre tiene un discurso moral de fondo.

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