Cultura

Estéticas del siglo XXI

Recientemente ha habido un coloquio en la tertulia Nuevos rumbos. Allí salió a la palestra el buen hacer de Tonblitz, un grupo establecido en Fráncfort y encabezado por el polifacético Kormalin con miras a los cauces novedosos en la composición y la interpretación musicales de la actualidad. Precisamente, la renuncia al estrépito disonante y la vuelta a la armonía resumen su idiosincrasia. Y es que hablar de música, para ellos, implica por norma un compromiso con el misterio de la belleza, y viceversa.

Cuando se les pregunta por el influjo del arte en la vida personal, contestan que conviene permitir que los acontecimientos tomen su curso de la misma manera que un río se define en esa corriente de agua que va abriéndose paso en todas direcciones. Así de hermosa es la comparación que realiza Tonblitz mientras retrata su andadura. Bien es cierto que no se puede aislar una composición o interpretación musicales en el sentido de que el resultado último sea precisamente el proyecto invariable de sus impulsores. No obstante suena a la cabeza con este grupo alemán una predisposición serena para abordar las cosas; tanto es así que de un pasaje determinado, por muy difícil que resulte, emana tal espíritu de naturalidad. Unir partes diferentes de obras que no tienen relación es una tarea que en un principio se nos antoja arriesgada; pero el mundo contemporáneo necesitaba dar un salto sin renunciar al orden y a la lógica. Entonces, ¿cómo acaba denominado ese encomiable esfuerzo creativo? Pues se desencadena una suerte de impresiones frescas sueltas donde subyace algo unitario. El compositor y el intérprete se alegran al darse cuenta de que al final las cosas nunca son lo que parecen: la estética se pone de nuestro lado cuando somos audaces y prudentes a la vez. ¿Esto es posible? A la luz de lo que estamos presenciando debemos afirmarlo; ¿cómo si no habría progresado cualquier ciencia o arte de la humanidad? Cambiar de dirección, preguntarse con silencios imprevistos y refundir lo actual con lo antiguo podrán traer consigo voces detractoras entre el público; pero el ánimo y la mente están nutriéndose de algo que no tiene más remedio que dar su fruto en nuestra sociedad.

Si una de las propuestas consiste en separar la melodía, la armonía y el ritmo, los fundamentos musicales abrirán otras sendas en la sensibilidad colectiva. Muy originales las experimentaciones sonoras con arreglo a familias instrumentales: jugar con una flauta o un oboe así como con un violín y violonchelo, tándemes que luego se modificarán de manera que el viento y la cuerda reflejen el nivel de consonancia tan curioso que existe. Asimismo lo solista y lo camerístico se van alternando en secuencias variadas que nos hacen pensar en un abanico que en sucesivas aperturas y cierres dejan a veces pliegues semiocultos. Esto que parece una didáctica se puede entender como tal en una circunstancia específica; pero el concepto, que llega a poseer una simetría interna, se trasciende gracias a un discurso revelador: todo muestra un estatismo aparente pero existe un movimiento sutil que va moldeando cada nota hasta conseguir un mosaico increíble de cosas que hablan con un poderío inusitado.

A alguien se le pasaría por la cabeza el hecho de que el compositor y el intérprete han logrado liberar a la propia música de sus ataduras milenarias, aquéllas consolidadas por generaciones creativas conscientes, poniéndose en contacto con algo más vivo, y, por lo tanto, más auténtico. Los músicos audaces y prudentes (y esto no es antagonismo sino complemento) son los más capacitados para escribir en mayúsculas el progreso del arte.

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