Cultura

María Bayo revive a Cleopatra en una actuación brillante y audaz

María Bayo.

María Bayo. / M.G. (Huelva)

Dar vida a un personaje histórico es todo un reto. La cantante María Bayo ha puesto en pie su 'Divina Cleopatra' desde el compromiso y la profesionalidad. A una selección de arias y recitativos ha agregado una semblanza de la egipcia con insertos de su carrera artística. El resultado, una interpretación formidable, que convence al público y lo interpela haciéndole partícipe. María Bayo se adentra en Cleopatra y su caracterización se apodera en seguida del escenario.

En lo que a música estrictamente se refiere, eligió arias de Handel, a raíz de la representación que la soprano navarra hiciese en Portugal con René Jacobs. Un pretexto incluido en su papel hablado; de ahí que decidiera retocar la música con la presencia de un trío de acordeón, violonchelo y guitarra. La música de Handel se hacía más íntima y el discurso era creíble absolutamente. Bellísimas arias que desgranaron en una primera sección la impronta del personaje histórico. Memorable el Se pietà y las palabras Iusto ciel, donde los trazos sinuosos del chelo se apoderaban del escenario.

Se oía a Bayo con su amplio registro, de agudos lustrosos y fraseo que evoca las mejores escuelas. Los medios y graves sonaron destemplados, quizá por una afección transitoria. Sin embargo, su talento es enorme, y la pulcra articulación extraía jugo a cada pieza. De hecho, esa habilidad suya para jugar con los contrastes del canto y el monólogo daba mucha fuerza al personaje; cuando el canto y la alocución se combinan bien, todo fluye. Hoy en día gusta mucho entrar y salir de la acción con reflexiones a modo de semblanza. Bayo puso énfasis en la figura de Cleopatra mencionando sus dotes retóricas en el dominio de siete lenguas, recordó la lucha del mito y la realidad y realzó su carácter como mujer poderosa, inteligente y libre, sin ataduras en el amor.

Avanzada la actuación nos llevó a Massenet, de corte músico-escénico distinto; el pulso se volvía más lento y de inmediato el auditorio quedaba sumergido en ese universo de la ópera decimonónica. Después rompía el rasgo severo para cantar un tema desenfadado, incluso chispeante, que implicaba también a los instrumentistas. No cabe duda de que un nombre como Cleopatra ha desatado la inspiración de María Bayo; a la faceta de cantante se unió la de actriz, que en la dramatización enriquece a la propia música. Éste es el secreto de la ópera en su apogeo, que trasciende los marcos estrictos de la música para transformarse en un hecho inconmensurable… Si al principio la artista tanteaba sus recursos, hacia la mitad del espectáculo se expandió por el escenario: su voz y su baile eran un todo armonioso.

El trío de acordeón, chelo y guitarra fue un soporte inmejorable para el espectáculo. En la música de Handel disfrutamos con la pulcritud melódica y el color armónico mientras que en Massenet consiguieron texturas mágicas, que suspendían la acción a veces en un ambiente onírico. El interludio tuvo una sección de bravura y otra sosegada, a cargo de un instrumento exótico que emitía una especie de profundo silbido, algo sobrecogedor.

Un detalle que favoreció a Divina Cleopatra fue la vestimenta: para Handel llevó indumentaria verde laguna, pero para la ópera decimonónica un vestido castaño con relieves cuya parte superior era propio de la egipcia. Y esto incluso cuando jugaba con la perspectiva pujantemente occidental; tal es el caso del tango que preparaba el desenlace… “Yo soy María de Buenos Aires” de Astor Piazzolla culminó la noche en una música espléndida, de ritmo contagioso y con unos originales cambios de tonalidad.

Escaso público en el Gran Teatro nos lleva a preguntarnos por qué Huelva es tan apática… Trabajos como éstos merecen una respuesta mejor… Nunca es tarde…

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