Crítica de Cine

Después del esperpento

En su intento de tomarle el pulso de urgencia a la actualidad socio-política española, Selfie, el tercer y esperado largo de Víctor García León, director de las más que meritorias Más pena que gloria y Vete de mí, llega algo tarde al formato del falso documental y al tono post-humorístico con el que aborda la crónica de la caída en desgracia e improbable redención de uno de esos hijos privilegiados e inconscientes de la España del pelotazo, la corrupción y la gran vida ajena a los problemas de las clases media y trabajadora.

Tarde en tanto que su carácter de esperpento posmoderno y su reparto sardónico a diestra y siniestra parece quedarse hasta corto respecto a una realidad en la que los pequeños Nicolases de turno (¿para cuándo una película -seria- sobre este tipo?) siguen campando a sus anchas en los alrededores de Génova (también de Ferraz, por qué no) instalados en sus redes clasistas de influencias y favores y bastante más inmunes a la debacle y el pinchazo de la burbuja de lo que esta película quiere hacernos ver.

García León concentra todos sus logros en la presentación y el arranque, en el retrato de su niñato (Santiago Alverú dándolo todo) siempre dispuesto a meter la pata y excederse ante la cámara, para verse lastrada pronto por el propio -e innecesario- artificio del fake y una deriva argumental extrema que enfrenta a nuestro protagonista a peripecias románticas (con una chica invidente de Podemos), laborales (en un centro social de ayuda a discapacitados) y habitacionales (teniendo que dormir primero con su antigua asistenta latinoamericana y luego con el compañero nini de su novia) que diluyen la pegada cómica, hasta entonces concentrada en unos cuantos y logrados gags anti-climáticos, hacia la incorrección domesticada y una cierta conmiseración paródica tranquilizadora.

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