Cultura

Aramburu, de todo menos carbón

Mi admirado Juan Antonio Ramírez, una de las mentes más lúcidas de los últimos cuarenta años de la cultura española, escribió hace ya tiempo que una crítica artística es "un texto breve, firmado por un especialista o colaborador de un medio de comunicación (el crítico), donde se informa y se comenta algún asunto artístico o arquitectónico de la actualidad". Mi no menos admirado y seguido Juan Manuel Bonet, que fuera director del Museo Reina Sofía de Madrid e IVAM de Valencia, sentenciaba que la crítica es una "narración de un encuentro entre una persona con una determinada sensibilidad y una obra que le produce algo especial".

Bajo el paraguas de estas dos certeras definiciones, me propongo, solo me propongo, escribir una crítica artística sobre la exposición que Alfonso Aramburu cuelga en la Fundación Caja Rural del Sur.

Y quisiera escribirla con brevedad (cuestión nada fácil) y con un doble prisma, aquél que refleja la objetividad de la narración artística y aquel otro donde espejea la subjetividad de la obra humana.

Si analizamos en profundidad una obra de Aramburu caemos en la espiral de la incertidumbre, movidos, en frenéticos giros, por la inestabilidad y la suficiencia de un artista muy completo que se hace pintor (o escultor) a través de una formación humanista muy sólida. Su obra como dibujante, su obra como acuarelista, su obra, en general, como pintor, se descubre innecesariamente en la inmediatez del trazo. Esa inmediatez, esa agilidad, destreza o genialidad a la hora de plasmar, donde el todo se define en la nada, donde la figuración es pura sugerencia, le permite destacarse como castigarse. Destacarse por prodigiosa soltura, donde el esbozo es definición; castigarse por no ir más allá en esa definición final, por tentar en exceso la suerte de la rapidez, al prodigio de dar con pocos toques de carbón o pincel lo que otros con mucho no son capaces de aproximarse.

Ese descubrirse innecesariamente en la inmediatez le ha alejado (seguro que ha sido una disposición meditada) de los convencionalismos de los circuitos artísticos. Probablemente lo ha hecho para vivir como quiere vivir, sin atropellos, sin especulaciones jactanciosas; siempre alegre, vivaz, dicharachero, popular. Ayudando, en su medida, con sus fuerzas, a quien lo necesita. Ayudando, en su capacidad, a hacer de lo que más ama (apunten aquí a Huelva) un mundo más feliz (y ordenado, y habitable)

Su dibujo, armazón de una obra final, es de una rigurosidad extraordinaria, de una simpleza definitoria, de una celeridad asombrosa, de una soltura absolutamente cautivadora. Sepan que su dibujo bebió de una de las fuentes más ricas que ha surtido en España en el siglo XX, la de nuestro paisano Pepe Caballero. Ahora bien, si a ese dibujo de extraordinaria desfachatez le unimos una aplicación del color arriesgada y somera, como las que expone en la Fundación, nos encontramos con obras frescas, tentadoras, ricas en matices, nostálgicas, vibrantes. Apasionadas. Apasionantes.

Más de una vez me he preguntado dónde hubiera llegado Aramburu si la inmediatez altruista de su vocación artística casi no venal se hubiera refugiado en la elaboración completa, consciente y determinada de una producción pictórica. Creo que nunca lo sabremos. Pero sí sugerirlo…

Dije con anterioridad que la brevedad define una crítica. Me arrepiento. No he cumplido. La fuerza que me obliga a definir a un artista tan completo me ha empujado a desobedecer lo que certifico. Si bien no quisiera terminar estas letras sin puntualizar el otro lado del prisma, la subjetividad de la obra humana. Y lo ejercitaré, ahora sí, con concisión, y en la palabra de Corneille: "la manera de dar vale más que lo que se da". Aramburu no sólo muestra el corazón al pintar, para llegar a ser un excelente hombre ha latido en más de una batalla. Y te esperamos en más victorias.

No sé si habré conseguido el objetivo de toda crítica, ser intuitiva, clara, sucinta, honrada, sensible, reflexiva, apasionada, exclusiva y objetiva dentro de la subjetividad literaria como para abrir, como decía el gran Baudelaire, "el máximo de horizontes". Si así fuera, sigan buscando entre las líneas terrenales y rotundas de su dibujo y entre los colores aéreos de Alfonso Aramburu más poesía, más distancias. Si así no fuera… sigan investigándolo, no hay mejor crítico que aquél, con el corazón en la mano y la lección de la historia en el intelecto, que solo mira al objeto amado en busca de la catarsis, lo que tanto inquiría Rilke.

Alfonso Aramburu no es sólo un gran artista, es un ser humano que antepone lo personal por ofrecer (facilitar) al que no tiene. En días de Natividad y Epifanía, a Alfonso Aramburu se le puede decir y dar de todo, y decir y dar de todo bueno. Menos carbón. Es el que menos se lo merece. Gracias por ser como eres.

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