Cultura

Alma de guitarra

Cuando la magia surge desde las manos, el alma es lo que queda en evidencia, en una metodológica presencia llena de hermosura y espiritualidad. El casi inevitable suspiro de la boca abierta se instala cerca al corazón, donde la música vuela y va atravesando una a una las almas inquietas, los sonidos de la propia madre naturaleza. Esa que se enmarca en la serenidad de lo popular, en la esencia de la cultura ávida de escuchar a sus propios hijos.

En un viaje puramente emocional, las muestras de la realidad de la ida y de la vuelta no son tan relevantes como el peso de las emociones vividas en su trascurso. Y aunque a veces esas cuestiones marcan a sus protagonistas, la honestidad se queda en el proa del barco que te lleva de un lugar a otro.

El destino nos alejó un día de la grandeza de un hijo de nuestra tierra, de esa Huelva que defendemos como lugar de gestas y grandezas, pero que a veces olvida, por razones incomprensibles, a quienes realmente la hacen magna por sus progresos y aventuras. Aquellos que bien saben de esto, presenciaron el pasado sábado en el escenario de la remozadas Cocheras del Puerto la vuelta después de tres años de un hijo pródigo y prodigioso.

El guitarrista onubense José Luis Rodríguez, afincado en Estados Unidos desde hace algún tiempo, enseñó con sinceridad cómo un músico puede expresar cuánto de menos se puede echar el sitio donde se nace y donde uno se hace. Con los nervios propios armados por las ganas de tocar de nuevo ante los tuyos, José Luis fue desgranándose hasta quedarse en un todo, volcándose en cómo su forma de mirar le otorga la especial visión del que tiene que marchar del lado de su amante.

En una escena cargada de útiles de trabajo, sobre un palé y por delante de un atareado andamiaje, colocando su pierna derecha sobre dos ladrillos, empezó cantándole a su padre. Con la ternura con la quiere un hijo, y con la solvencia de ir contando sus más bellos recuerdos. El auditorio, que estaba hasta la bandera, pudo y supo apreciar lo cerca que en esos momentos se encontraba de su mayor postor, aquel que inculcó por José Luis el amor por la música en general y por el flamenco en particular.

En el siguiente tema, dispensó unos fandangos de Huelva como tan sólo él sabe hacer. En Mi Huelva imaginada se sumaron a su concierto el guitarrista Antonio Detely y el percusionista Vicente Redondo. Poco a poco fue consiguiendo dibujar una atmosfera propicia para dedicar su voz a la Madre Tierra, unos tarantos con especial dirección, ya que su madre se encontraba en la sala disfrutando de cada momento. Niurca Márquez puso la nota sobre la expresión corporal difuminando su coreografía sobre las notas y alturas melódicas que desde la guitarra surgían como las olas en el mar.

Con los tangos Lo que tu quieras dio paso a uno de los momentos estelares, al tocar con mucho criterio y musicalidad por rondeñas con la Rondeña existencial, sorprendiendo con el recitado de Juan José Oña a la mitad de la obra, estableciendo a las claras cómo el carácter influye directamente en la composición e interpretación sonora. Tuvo a bien recitar un pasaje de El viaje definitivo de nuestro Juan Ramón Jiménez.

A continuación una pieza dedicada a su Pobre corazón para pasar posteriormente a tocar por guajiras de nuevo con la presencia del baile de Niurca Márquez. La niña de mis ojos con acento americano, de cante de ida y vuelta, nos transportó al letargo colonial de otros tiempos, pero sin embargo con la dinámica del recuerdo no tan lejano, sino más bien cercano. Un regalo colorista y certero que también nos dejaba evocaciones al cariño que siempre mostró por el baile flamenco durante su vida como guitarrista.

Para finalizar, o mejor dicho para continuar su propio viaje -tal y como esbozó- se fue desahogando en la pena de no haberse podido despedir del gran genio de las cuerdas flamencas de nuestra Huelva, Miguel Vega Cruz, Niño Miguel. El estremecedor trémolo de lamento, de llanto y lágrimas que José Luis Rodríguez dedicó todavía en vida a Miguel volvió a penetrar con la mayor de las fuerzas y con la propia dureza con la que el alma tiene la capacidad de expresarse. Ahora, y desde otro estadio, todo se ha vuelto a una medida inimaginable.

Con el respetable puesto en pie, ofreció un bis que terminó de hacer las delicias de todos. Inmerso en su guitarra de clavijero de palo, la que en su día construyera el luthier madrileño Manuel Rodríguez, su silueta fue adornando por bulerías la impronta de su grandeza y musicalidad. Ojala muy pronto podamos volver a disfrutar del maestro Rodríguez, de quien la llama prende todavía por muchos rincones de Huelva, afortunadamente.

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