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Al final de su camino, la Historia no le absolverá

  • Con reconocidas ambiciones planetarias, Fidel Castro ha tratado de hacer de su isla un búnker militar e ideológico · No dudó en encarcelar a sus más cercanos compañeros de lucha por expresar desacuerdo

Sin duda alguna, Fidel Castro ha marcado el siglo pasado con su vocación revolucionaria, aunque es menos probable que reciba del siglo XXI "la absolución de la Historia" que vaticinaba en su juventud.

Temperamental y calculador al mismo tiempo, este hijo de inmigrantes españoles asimiló durante toda su vida su destino al de una isla que se quedó demasiado chica para sus ambiciones que -sin esconderlas- eran planetarias.

La debacle del comunismo en Europa arruinó a Cuba, pero no sus sueños: desde entonces, Fidel Castro, veterano testarudo, trató sin descanso hacer de su isla un búnker militar e ideológico, esperando, como lo pedía durante su juicio en 1953 por el asalto al cuartel Moncada, que la Historia le diera la razón.

Perfil griego, gran estatura y el icono de una frondosa barba, Fidel Alejandro Castro Ruz pudo enorgullecerse en el otoño de su vida de haber grabado su nombre en mármol, a la sombra de las grandes figuras de la posguerra, cerca de Stalin o Mao Tse-Tung, los gigantes de su familia.

Educado en la lectura de los grandes clásicos por sus maestros jesuitas, este admirador de Alejandro el Grande -el nombre de cinco de sus hijos comienza con A- se forjó un temple quijotesco desde que dejó la adolescencia, en plena Segunda Guerra Mundial.

Castro comenzó a mostrar desde su juventud aptitudes físicas fuera de lo común y un gusto por los desafíos y las proezas. A los 17 años era un atleta universitario con triunfos en su haber y que brillaba en varios deportes, entre ellos el béisbol, su preferido.

El destino lo hizo nacer bajo las narices de EEUU, dando así a este temperamento rebelde un "imperio" para combatir: durante toda su vida de adulto, Fidel Castro no cesó de oponerse al país de Abraham Lincoln, cuyo busto adorna los estantes de su escritorio, junto a los de José Martí y Simón Bolívar, a pesar de que escogió Nueva York para ir a pasar su primera luna de miel.

Guerrero nato, Fidel Castro reivindicó muy temprano el gusto por las armas. El estudiante de Derecho de La Habana llevaba siempre consigo una pistola. Sesenta años después, su automática aún lo acompaña.

Sus "mejores años", según decía, serán siempre los 25 meses que pasó combatiendo en la Sierra Maestra (1957-1959), período durante el cual forjó su personaje de jefe militar.

A las armas debe varias victorias, la más sonada, contra EEUU en la Bahía de Cochinos en 1961, que lo propulsó al pináculo de la leyenda antiimperialista. Otras, menos conocidas, seguirían en los campos de batalla africanos.

Pero fue en su continente predilecto, América Latina, al que consideraba una eterna víctima del gran vecino del norte, donde este boxeador incansable recibirá su golpe más duro con la ejecución en Bolivia en 1967 de su más cercano compañero de batalla, el guerrillero argentino Ernesto Che Guevara, quien trataba de exportar la revolución cubana a los Andes.

Ni intelectual ni teórico, Fidel Castro, lector empedernido, no dejará tras de sí ninguna obra escrita más allá de algunas entrevistas, selectivamente acordadas. Su principal habilidad es la oratoria, practicada con una fruición que lo lleva a los confines de la verborragia. Ningún jefe de Estado ha manejado la palabra de tal modo, aunque Fidel Castro prefería muchas veces detallar cifras a convencer con las palabras. Ya sea ante auditorios inmensos como en pequeños grupos, su elocuencia es la clave de su carisma, que le permitía mantener la atención de sus escuchas durante siete horas consecutivas, o más. Hasta la prensa oficial tuvo que renunciar a publicar íntegramente sus declaraciones.

Muy pronto el abogado Fidel Castro comprendió el papel de los medios y multiplicó sus apariciones en ellos, escribiendo proclamas, manifiestos y entrevistas solicitadas para los diarios, antes de convertir a la televisión en su escenario favorito para dirigirse durante horas a los cubanos, sin importarle que se quedaran sin ver el esperado partido de béisbol o, peor aún, la sagrada telenovela semanal.

Comunista, el joven conquistador provocó escalofríos a Nikita Kruschev, sin duda más que a John Fitzgerald Kennedy, cuando, durante la crisis de los misiles de 1962, no dudó en demostrarse como un caballero del Apocalipsis sin retroceder ante la idea del fuego nuclear.

Y furioso por no haber sido consultado sobre el acuerdo obtenido in extremis entre las dos grandes potencias, dejó a las masas cubanas denigrar a Nikita Krushchev.

Sin piedad por sus adversarios, el jefe revolucionario que hizo fusilar a miles de cubanos desde que llegó al poder, no dudó en arrojar a los calabozos durante interminables años a sus más cercanos compañeros de lucha, como Huber Matos, desde el momento en que osaron expresar su desacuerdo.

Con la edad, sus prisioneros políticos pasaron de varios miles a varias centenas. Pero la clemencia de la cual dio muestras en algunas ocasiones siempre fue difícil de obtener, según sus amigos extranjeros que se la pidieron en tantas ocasiones.

Entre el marxismo y el cristianismo, el ex alumno de los jesuitas forjó un sincretismo que alimentó muchas reflexiones de los teólogos de la liberación, una corriente todavía viva en América Latina. Castro no bromeaba con los dogmas, y destinaba al dinero un desprecio que no ayudó para nada a la prosperidad de los cubanos.

Espartano, sus diatribas contra la "sociedad de consumo" resonaban y con eco en las tiendas del país, cuyas estanterías semivacías se deben más a su propio pensamiento económico que al denostado embargo estadounidense.

Explosivo en escena, Fidel Castro es un hombre extremadamente reservado cuando se trata de su vida privada. Se confesaba tímido con las mujeres, pero su progenie se estima en unos ocho hijos, de cuatro madres diferentes. Otras versiones le atribuyen hasta 15 descendientes.

Padre distante, violentamente rechazado por su única hija conocida, Alina, confió a su hermano Raúl la tarea de mantener los lazos y la calidez familiar.

Y en un país de salsa, de humor y sensualidad, este hombre que poco gustaba de las bromas aunque hacía las suyas, es uno de los pocos cubanos incapaces de moverse al ritmo de la rumba.

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