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Cuatro años de torturas

  • Un opositor al régimen de Al Asad que fue liberado hace tres meses relata el calvario que vivió en la cárcel, con palizas cotidianas en condiciones de vida atroces

Abu Mahmud, de 27 años, relata con voz monótona los cuatro años que pasó en las cárceles del presidente sirio, Bashar al Asad, describiendo un universo similar al de los campos de concentración con arrestos arbitrarios, torturas incesantes y condiciones de vida atroces. Al igual que muchos otros sirios, este gran hombre barbudo, liberado hace tres meses en el marco de las medidas del Gobierno para tratar de calmar la insurrección, se niega por precaución a ser fotografiado y a dar su verdadero nombre. Sostiene que la victoria de la revolución está aún lejos.

A fines de 2007, "50 policías llegaron de noche. Yo tenía 22 años, estudiaba matemáticas en la Universidad de Homs", dijo. Nadie le explicó por qué había sido detenido. Entonces comenzaron seis semanas de torturas cotidianas. "Yo tenía los ojos vendados, las manos atadas a la espalda, cables eléctricos conectados a mi cuerpo. Después lanzaban la electricidad. Y me golpeaban en la planta de los pies con un cable", afirma.

La tortura está institucionalizada en Siria, según numerosos testimonios directos o reunidos por organizaciones no gubernamentales. Los mismos torturadores tenían dudas de su culpabilidad, afirma Abu Mahmud. "Las primeras semanas no me hicieron ninguna pregunta, se limitaron a torturarme", agrega. Tres años más tarde se enteró de que estaba acusado de "pertenecer a una organización secreta que quería derrocar al Gobierno".

Lo desmiente enérgicamente. "En realidad, un amigo había dado mi nombre bajo la tortura. Pero la tortura te hace decir cualquier cosa", lamenta. Las sesiones de tortura se hicieron más esporádicas, pero las condiciones de vida eran horrendas. En un centro secreto de Damasco donde pasó dos días "éramos 28 en una pieza de 6 metros cuadrados. Nos alternábamos, nueve de nosotros dormían, nueve estaban en cuclillas y nueve de pie".

Luego fue trasladado a Sednaya, un establecimiento para presos políticos. "El primer día me dieron una paliza y me golpearon en las piernas con cables. El segundo día me afeitaron la cabeza y volvieron a golpearme", añadió.

"Durante 25 días fuimos cuatro en una celda subterránea de 3 m2, con tres cobijas y sin calefacción. Era en enero (pleno invierno)", dice.

Luego lo transfirieron a otra celda: 34 personas en 40 m2 y fue el fin de las torturas, "salvo cuando creábamos problemas: si rezábamos, si hablábamos demasiado fuerte..."

El 27 de marzo de 2008 estalló un motín. "Golpeamos en las puertas, algunas cedieron, subimos al techo. Negociamos y logramos que nuestras familias pudieran venir a vernos". El 5 de junio, "vi a mis padres por primera vez. Ni siquiera sabían que yo estaba vivo", recuerda. Pero el 5 de julio llegaron 1.500 soldados y comenzaron a torturar en cadena. "Era el castigo por la sublevación. Pero nosotros recomenzamos, y esa vez rompimos los muros", señala.

Los amotinados, superiores en número, tomaron el control. "Hicimos subir a los soldados, desnudos, al techo. El Gobierno ordenó abrir fuego. Hubo unos 50 muertos, la mitad prisioneros, la mitad soldados", agrega. Los detenidos controlaron la cárcel durante cinco meses hasta que terminaron por rendirse debido a la falta de agua y alimentos. Treinta y cinco de ellos se negaron a capitular y los mataron.

Abu Mahmud fue trasladado nuevamente. Como antes, "dormíamos en el suelo, en un espacio de 50 cm por 1,80 metros cada uno, con una cobija. Y naturalmente, las visitas fueron prohibidas nuevamente", indica. La pesadilla cesó gracias a la revuelta, que suavizó la amargura del joven. "Ellos estuvieron a punto de destruir mi vida, pero estoy feliz de ser libre", dice con una mueca.

Estos sufrimientos cambiaron su relación con la religión. "Mi fe es mucho más fuerte. Yo rezo a menudo, hablo con Dios. Antes yo hablaba con todo el mundo, actualmente soy distante. Ya no tengo confianza en la gente", explica Abu Mahmud.

Sin embargo, no ha tomado las armas. "Yo soy pacífico, yo manifiesto. No tuve suerte, todo esto puede sucederle a cualquiera con Al Asad", dijo. "Pero a ese, si un día estoy frente a él, no le diré nada. Lo mataré", susurra, sonriendo por primera vez.

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