Cartas desde la Estepa

Vuelta a la normalidad

  • Se confirmaron los malos augurios y la selección nos deja a los aficionados españoles que vivimos en Rusia con la misma amargura de tantos campeonatos

Vuelta a la normalidad

Discreto, muy discreto ha sido el papel de España en este Mundial Rusia 2018. Vuelta a la normalidad. El fracaso de toda la vida. Si no ocurre en la fase de grupos, es en octavos. O en cuartos a lo sumo. Lo de Sudáfrica fue un alineamiento de astros irrepetible. Lo estábamos viendo venir, pero soñábamos con Sochi. Nos tentaba -sin demasiados motivos a tenor de lo que ya habíamos visto en los tres partidos de la fase de grupos- la ilusión de volver a tenerlos en Luzhniki en los dos últimos partidos del campeonato.

Discreta ha sido la presencia de aficionados de la selección española en todo este Mundial en las calles de las ciudades rusas. En Moscú han sido casi invisibles. Parecía que estaban convencidos de la decepción. Como que estaba demasiado claro que lo del periodo 2008-2012 no volverá a repetirse y que no merecía la pena viajar a Rusia para que se les quedara la cara de tontos que se nos quedó a todos este domingo.

Paseé durante la mañana de este domingo por la Plaza Roja, la Plaza Manege y la calle Nikolskaya, donde deambulan a todas horas miles de personas con las camisetas de las distintas selecciones. Por allí se hacían fotos coreanos, mexicanos, peruanos, croatas, brasileños. Y lo que les digo: apenas me crucé un grupito de media docena de españoles que exhibía la roja y gualda y un banderín del Murcia que me hicieron el gesto de la victoria augurando un tres a cero. Por no ver ni vi la zamarra oficial de la selección en las tiendas oficiales. Desaparecidos. Daba la impresión de que Moscú entera sabía ya lo que iba a ocurrir horas después. Un equipo de españoles treintañeros y cuarentones residentes en Moscú perdió en uno de los campitos instalados por la FIFA en la misma Plaza Roja por dos a cero contra los rusos. Premonitorio.

Los periodistas vivimos de metáforas y de titulares lapidarios, más ahora tal vez que nunca en esta era de la tiranía del clic. Pero el rostro de un Iniesta, otrora héroe de Sudáfrica, impotente, cabizbajo, saliendo de la yerba de Luzhniki es la imagen del final de una época y de un estilo de juego. Los rusos se sabían de memoria el tiki taka y le han puesto remedio de manera eficaz. Tanto hinchas como jugadores locales han actuado tanto con seriedad como con humildad.

Los precedentes de Sochi, Kazán y Kaliningrado nos hacían temer lo peor. Mis colegas rusos no me creían cuando les avisaba de que llegábamos al partido completamente igualados; Silva, Busquets o Iniesta les seguían infundiendo respeto y admiración. Seis goles encajados en ocho partidos. Cada vez que la pelota ha llegado al área ha sido gol. Creo que la afición rusa tendrá un feliz recuerdo de De Egea.

Como pueden imaginarse, el contrapunto de la decepción española es la alegría desbordada de la hinchada rusa, que celebró la victoria como si hubiera ganado el mismísimo campeonato. "No había otra manera de ganarle a España que meternos atrás", me admitía, casi pidiéndome disculpas, un compañero ruso tras el partido. Impresionante cómo animaron a los suyos durante todo el encuentro los casi 80.000 aficionados locales. Desde Kaliningrado a Vladivostok, los rusos están celebrando el pase a cuartos entre la euforia y la incredulidad. Una vez se nos pase el cabreo, a partir de ahora nos toca unirnos en la calle a nuestros vecinos y compartir su felicidad. Enhorabuena, Rusia.

Confirmado: España no hará historia en Rusia. Buen viaje de vuelta, chicos. Lo malo no es perder, sino la cara que nos habéis dejado, parafraseando al periodista José María García. La única roja que queda ya aquí en Moscú es esta inmensa plaza donde hasta el día quince seguirá reinando la alegría del Mundial.

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