Concierto de Alejandro Sanz en Sevilla

Noche de amor con Alejandro Sanz

Alejandro Sanz, en un momento de su concierto en el Villamarín.

Alejandro Sanz, en un momento de su concierto en el Villamarín. / Antonio Pizarro

Los comentarios a la salida del concierto de anoche en el Estadio Benito Villamarín incidían en que no había sido el mejor de los que nos había brindado Alejandro Sanz. Pero aun así, la gente sonreía feliz porque se había vuelto a prodigar en el sentimiento puro y profundo de sus interpretaciones y, aunque su voz ya no sea tan melodiosa como solía, sigue atrayendo a la gente y la emoción que provoca, el amor que evoca, son una mezcla perfecta para convertir sus apariciones sobre el escenario en un gran espectáculo. Fue un concierto sencillo, entrañable, excelente y, por encima de todo, una demostración de su fuerza de atracción. Alejandro Sanz es un artista poderoso y aunque se hable acerca de su discutible declive, todavía consigue algo muy difícil, algo que sería imposible si su arte no fuese realmente auténtico.

Once minutos más tarde de la hora marcada para el comienzo apareció la banda que le acompañó, casi por sorpresa. Realmente el estruendo del principio fue una bola de sonido casi inidentificable que si no resultó molesta fue porque la gente, 40.000 espectadores, la taparon con los gritos y exclamaciones admirativas al cuerpo de Alejandro, que se mostraba gigante, con el torso desnudo, en las pantallas del fondo y de los costados del escenario. Los músicos estaban tocando una introducción, no muy reconocible, de No es lo mismo, que ya estalló en las gargantas de todos, puestos en pie tanto en la pista como en las gradas, cuando apareció él en persona, en un coro inmenso que llegaba a tapar la voz de Alejandro y de las tres coristas que le acompañaban. El calvario sonoro duró muy poco; para cuando Michael Ciro nos dejó el gran solo de guitarra que sirvió de puente para encadenar esta canción con la segunda, Lo que fui es lo que soy, cada sonido estaba en su lugar, la ecualización se había vuelto razonable y ya solo quedaba disfrutar de una melodía tras otra.

En varias ocasiones Alejandro redujo sus canciones a sencillos arreglos de piano, como en la emotiva forma en que cantó ¿Lo ves? prácticamente al final, o de guitarra acústica, como hizo justo ahora, en una anhelante interpretación de Deja que te bese, para continuarla después, tras una introducción del piano de Alfonso Pérez y el cajón de Carlos Martín con un trío acústico para el que unió El alma al aire, Regálame la silla donde te esperé y Hoy llueve, hoy duele, marcando así uno de los puntos álgidos emocionales de la noche. Con este acompañamiento fino y agradable, la voz suave y a la vez resquebrajada de Alejandro talló un trío de esculturas de pop melódico que resultó conmovedor. Tenía que darle un descanso a su ardor perpetuo y al romanticismo que nos estaba desbordando, y para ello siguió con Desde cuando, después de dar las gracias al público por estar aquí y decirnos que nos quiere.

Alejandro Sanz Alejandro Sanz

Alejandro Sanz / Antonio Pizarro

Con las fuerzas renovadas volvió el punto de complicidad con su banda, que le hizo gritar ¡Karina! para que esta dominase el centro del escenario y comenzase a cantar Looking for Paradise. Karina Pasian es una neoyorkina de origen ruso, capaz de cantar en seis idiomas, que entró en la música de la mano de Quincy Jones y es asidua en las giras de Alejandro Sanz desde hace tres años. En los coros se le une Txell Sust, que comparte escenarios con Alejandro desde el 2001 y tiene dos discos a su nombre. La mitad de los músicos que acompañaban a Alejandro eran mujeres y además destacaron en sus intervenciones solistas cada vez que tuvieron oportunidad: Helen de la Rosa es una dominicana, genial a la batería, que ganó una de las dos becas presidenciales para músicos de fuera de los USA de su promoción para estudiar música en la Universidad de Berklee, en Boston, que se ganó a todo el estadio con el pulso que adquirió la siguiente canción, Mi marciana, y la premiaron aplaudiéndola a rabiar cuando aparecía en las pantallas. Crystal Torres es una chica americana que compartía tarima con las dos coristas pero que muchas veces adquirió también un papel protagonista tocando fantásticamente la trompeta, como en la canción que siguió ahora, Mares de miel. La bajista canaria Brigitte Sosa ponía con su Stingray el ritmo, el groove y la fuerza de la mayoría de las canciones y materializó un solo que fue una soberbia introducción a Cuando nadie me ve. Frente al piano de la derecha se sentó Glenda del E, una cubana virtuosa que puso el azúcar a las instrumentaciones de las canciones, sobre todo cuando tomó el protagonismo en Labana.

Todavía tenía que aparecer una mujer protagonista más. Lo hizo una vez que Alejandro terminó La fuerza del corazón, unida a Siempre es de noche y después, más que cantar, escuchase como lo hacía todo el público, al que extendió su micrófono durante Iba. Siguieron haciéndolo así cuando Alejandro inició las primeras frases de Cuando nadie me ve, pero todas las voces perdieron el compás de la música, transformándose en un grito unánime al aparecer en el escenario La Niña Pastori para continuar con la canción ella sola, dándole altura flamenca con su quejío jondo.

Un solo de guitarra, largo, elegante, de Ciro se rompió cuando la batería de Helen dio paso a Amiga mía, con Alejandro respaldado por las tres voces del coro, que le liberaron de gran parte de la pasión dramática que tiene esta pieza. Al terminarla, Karina se quedó en el centro con él para interpretar juntos Mi persona favorita. La voz de él fluía sincera, como un instrumento fino y enternecedor, pero impregnado de aspereza ante la sangría dulcísima que nos daba a probar ella con la suya, en un dueto de sorprendente efecto.

Brillaron de nuevo los sones de trompeta en Labana hasta que todos los oídos y las miradas se volvieron a Glenda. Paisajes cubanos en la pantalla trasera y primeros planos de todos los músicos en las laterales; aires calientes para arropar a un Alejandro seductor, acurrucado con su audiencia más que incitándola al baile al que la música invitaba. Un puente de percusión nos llevó hasta La rosa, la canción en la que le acompañaba Paco de Lucía al grabarla, de la que aquí solo dejó un esbozo. Las primeras notas de Corazón partío levantaron un clamor y desde ese momento dejó de escucharse al cantante para escuchar solo a su público y los grandísimos solos de Pau Figueres en su guitarra flamenca, luminosa. Alejandro no tenía nada que esconder tras las voces de la masa emocionada y no pudo reprimir su entusiasmo cuando todos callaron y quedó sonando en el escenario el trueno del latido del corazón partío; su voz fue un torrente al grito de ¡Hasta siempre, Sevillaaaaa! Para el final del set eligió Hoy que no estás, en una apoteosis de tres guitarras eléctricas -él se colgó una de ellas- y bajo, que terminó con unos arreglos en los que sobresalían los sonidos de metales a cargo de la trompeta de Crystal y el trombón de Carlos, de forma que si nos hubiesen dicho en ese momento que detrás de los muros del estadio, en lugar de la carretera de Cádiz estaba la Highway 61 en dirección a Memphis nos lo hubiésemos creído a pies juntillas.

Alejandro Sanz Alejandro Sanz

Alejandro Sanz / Antonio Pizarro

Los bises comenzaron de forma muy íntima; si antes todos los instrumentos de cuerda eran eléctricos, ahora todos eran acústicos para acompañar, junto al cajón, a Alejandro en Viviendo de prisa, una balada densamente poética, suavemente entonada, de forma que las miles de voces del recinto volvieron a tapar la suya. Y llegó su momento al piano, donde con ¿Lo ves? supo generar la sensación de anfitrión de una fiesta en la que te ha cogido por el hombro y te ha llevado a un rincón para cantarte solo a ti. Juraría que vi cientos de lágrimas brillar en la oscuridad, las de todas aquellas espectadoras que corearon un noooo cuando él despidió la canción con el verso final: mirándonos aquí, diciendo adiós. El espectáculo terminó de forma memorable con estrofas unidas de tres de sus más bellas canciones, arropadas de nuevo por la banda al completo: Mi soledad y yo, ¿Y si fuera ella? y Ese último momento.

Se resistió a llegar ese último momento. Y lo hizo tras un final de fiesta flamenco y gitano. El escenario lo tomaron quince o veinte palmeros, bailaoras, cantaoras, que aparecieron por uno de sus lados acompañando a La Niña Pastori, dejando a todos los protagonistas anteriores de espectadores asombrados. Primero formaron todos un corro de palmas para que Joaquín, que por fin apareció en el escenario, como se esperaba, se marcase un baile con mucha más gracia y arte que cuando cuenta esos chistes tan malísimos. El jaleo siguió con Pastori arrancándose por bulerías, Sevilla voy a comprarte unos zapatos de plata, al compás de las palmas de todos y del cajón flamenco de su marido, el Chaboli, hijo del Jero de Los Chichos; las bulerías siguieron cuando la voz la tomó Jessica La Flaka, la esposa de Junior, el rapero flamenco de Triana. Y así hubiesen seguido si Alejandro, tras intentar él mismo unos pasos de baile, no hubiese parado el festejo: ¡Ea, a dormí! Y todos le hicimos caso.

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