Músicas contra la peste | Schubert

A la música

Franz Schubert (Viena, 1797 - 1828).

Franz Schubert (Viena, 1797 - 1828). / D. S.

"...y luego se oyó otro, no ruido, sino un son de una suave y concertada música formado, con que Sancho se alegró, y lo tuvo a buena señal, y, así, dijo a la duquesa, de quien un punto ni un paso se apartaba: —Señora, donde hay música no puede haber cosa mala".

Esta cita del Quijote ha sido manoseada hasta la saciedad por quienes pretenden que la música (y el arte, en general) hace mejores a las personas. No se dejen engañar. La historia está llena de melómanos refinadísimos que eran (que son) perfectos bellacos. Además, la música se ha usado para prácticas de una crueldad desmedida, como los residentes en los campos de concentración nazis descubrieron pronto. Dos ejemplos de intelectuales que pasaron por Auschwitz. El compositor y violinista Simons Laks: "La música precipitaba el fin". El químico y escritor Primo Levi: "En el Lager la música arrastraba hacia el fondo".

La música no hace virtuoso a nadie; tampoco malvado, obviamente. Pero, entre otras muchas facultades, la música tiene poderes evocativos como prácticamente ninguna otra cosa en el mundo (acaso sólo los olores) y una capacidad para conectar con nuestros sentimientos por completo inigualable. La música funciona como un cohesionador social de primer orden, puede ser bálsamo y excitante, interpelar a la vez a nuestras emociones y a nuestro intelecto, alegrarnos y entristecernos, envalentonarnos y amedrentarnos, aislarnos en nuestras fantasías y congregarnos formando multitudes. La música nos acompaña toda nuestra vida, la marca, la registra, pues hasta el cerebro le tiene reservado un almacén exclusivo (hay enfermos de Alzhéimer que olvidan antes los rostros y los nombres de sus familiares cercanos que las canciones de su juventud).

En tiempos duros de encierro obligatorio y bichos mortales que andan sueltos, quise compartir diariamente con los lectores de este diario unos minutos musicales en vídeo, contextualizarlos y quizás aclarar algunos malentendidos. Porque, sí, estoy seguro de que todo el mundo tiene algo que agradecer a la música, y los momentos oscuros son buenos para recordarlo. Han sido cuarenta días, pero ya que empiezan a verse algunas luces conviene ir despidiéndose. Y lo haré con una ofrenda a la propia música, un homenaje que nos trae el posiblemente más grande autor de canciones que haya existido nunca, Franz Schubert, en la voz de una de sus mayores intérpretes, la soprano alemana Elisabeth Schwarzkopf. La acompaña otro mito, el pianista Gérald Moore, que en esta grabación de la BBC de 1961 hace una pequeña introducción a este lied tan breve como sencillo, y sin embargo seductor, sugerente, estimulante... El poeta, Franz von Schober, amigo íntimo del compositor, quizá se inspiró en la máxima de Sancho:

A la Música

¡Oh, arte benévolo, en cuántas horas sombrías,

cuando me atenaza el círculo feroz de la vida,

has inflamado mi corazón con un cálido amor,

me has conducido hacia un mundo mejor!

Con frecuencia se ha escapado un suspiro de tu arpa,

un dulce y sagrado acorde tuyo

me ha abierto el cielo de tiempos mejores.

¡Oh, arte benévolo, te doy las gracias por ello!

La música puede conmocionarnos de mil formas distintas. Hasta las lágrimas. Así, y para acabar definitivamente, lo diré con Cioran: "Si desapareciera la música, todas las alegrías y los dolores de la tierra no podrían extraer una sola lágrima de la esencia que de ella emana".

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