In memoriam

Manuel Herrera, un andaluz tan claro

  • El director de la XXI Bienal recuerda al profesor y gestor cultural que impulsó las principales citas jondas de Sevilla en una feliz comunión entre el sentimiento y el razón

Antonio Zoido entrega a Manolo Herrera un regalo en el homenaje en 2019 en Cajasol.

Antonio Zoido entrega a Manolo Herrera un regalo en el homenaje en 2019 en Cajasol. / Remedios Malvárez

En las culturas de tradición oral los hitos del devenir histórico se suelen explicar, unas veces, con portentos y milagros en los que queda poco espacio para la voluntad, la acción y la decisión de personas concretas. Otras, en cambio, el mérito de lo que ha llegado a ser rasgo identitario de una comunidad se le adjudica sin más a una o dos personas que, de sólo honestos empresarios, pasan a ser galardonados -también milagrosamente – con alas de ángeles custodios por ese impreciso Absoluto llamado "pueblo", en el que es el sentimiento lo que manda.

Por contra, las culturas que se desarrollan a partir de Descartes y la Ilustración, tuvieron padres y madres cuyo peso específico iba en proporción inversa a los beneficios personales que de su legado obtenían aquellos. El mundo (europeo) sigue (por ahora) prendido (teóricamente) de estos parámetros éticos que tuvieron en Enmanuel Kant su máxima expresión: "obra sólo según una máxima según la cual lo que quieras para ti, pueda convertirse en ley universal". O sea, pueda ser conveniente para todo el mundo.

Manolo Herrera fue una rara persona que, enamorada de Andalucía, tomó el camino kantiano para recorrerlo buscando unir todos los elementos de su tierra en un abrazo racional y transformador al mismo tiempo. Ese abrazo ha durado hasta su muerte.

Ante ese hecho irreversible, las culturas que se mueven al compás del consumo tal vez ignoren lo que él y su vida representaron; también puede ser que las que conservan rasgos (en versión primitiva o contemporánea) de los estudiados por J.G. Frazier traten de enterrar su trscendencia con hueros funerales. Pero nada borrará la figura del hombre que, de joven, recogía tradiciones y verdiales perdidos en los Montes de Málaga o que, más tarde, se sentó el mismo pupitre de sus alumnos para inventariar los alfares de toda Andalucía; de quien puso manos a la obra de crear una Peña flamenca universal en Los Palacios y levantó con ella la Bienal de Flamenco que es hoy el arquetipo que Sevilla -la gran creadora de arquetipos - legó al mundo en el siglo XX. Nada podrá convertir en ceniza al hombre que realizó en ella, durante tres ediciones, lo que Karen Armstrong ha llamado "La gran transformación" para señalar los rituales creadores de Ética y, a la vez, al que siguió impulsando el Festival de la Mistela de su pueblo y los Jueves flamencos, de Cajasol. Entre todos los "dioses interesados" con interesados sacerdotes que buscan talentos para vender, él sólo predicó el beneficio común y fue la encarnación de la ética kantiana.

García Lorca, como el ciego Tyresias, dijo de él sin saberlo: "Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace, un andaluz tan claro, tan rico en aventura..."

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