Me pregunto si a las ciudades les ocurre como a las personas; que unas nacen estrelladas y otras con la estrella en el culo. Solemos refugiarnos en la suerte y el destino; nos perdemos buceando en razones históricas y endémicas que justifiquen nuestra indolencia y, si todo falla, siempre está ahí el tacticismo partidista y el fantasma de los agravios. La culpa siempre es de otros; nunca propia. Hay verdaderos tratados ahondando en las maldiciones de las ciudades. ¿Qué es si no el Todo es posible en Granada?

Lo pensaba el otro día, medio dormida, viendo la final de MasterChef. Hace tiempo que perdí la energía para ver películas por la noche (soy adicta a las serias por puro agotamiento) y hay días en que las fuerzas sólo me dan para una buena copa de vino (no digo lo de buena por esnobismo sino porque en esos momentos cualquier brebaje me parece maravilloso) y para zapear entre Netflix y Movistar (en el sentido anglosajón de hacer zapping y en el español de espantar los malos pensamientos y ahuyentar a Morfeo).

Los familiares de los tres aspirantes casi replicaron su entusiasmo con una exasperante frase recurrente: ganarían porque eran testigos de que "siempre conseguían todo lo que se proponían". Un loable voluntarismo que no tiene más recorrido que la cruda realidad. Porque para que uno gane, otros tienen que perder. Es el ying y el yang, el dualismo y la rivalidad con que acabamos explicando hasta el curso inexcrutable del universo.

Pero no hay que alejarse tanto. Podríamos poner ahora el ejemplo del (¿inesperado?) fracaso de Nadia Calviño a presidir el Eurogrupo. Era la mejor candidata pero no ha ganado. Pierde España y se tambalea el eje franco-alemán. Los países nórdicos y centroeuropeos no están dispuestos a pagar la fiesta del Covid (porque así nos ven) y la primera señal es poner a un irlandés a guardar la esencia del rigor presupuestario. ¿La culpa es de quienes han conspirado bajo cuerda o de quienes han vendido la piel del oso antes de cazarla?

Vuelvo a Granada. Y no para hablar de los preocupantes rebrotes que ya anticipan la posibilidad de nuevos confinamientos ni para especular sobre cuánto tardará la Junta en obligar al uso generalizado de la mascarilla (multas incluidas) como ya han hecho Cataluña, Baleares o Extremadura. Me quedo con la política y con el fútbol para sostener que ni "todo está escrito" ni todo es negativo… Saltan dos buenas noticias en cuestión de horas: los rojiblancos no nos harán sufrir por la permanencia en Primera hasta el último minuto del último partido (Diego Martínez hasta ha hecho posible que acariciemos el sueño europeo con la victoria de este sábado ante la Real Sociedad) y, en plena pandemia, Granada tiene algo que celebrar: el Geoparque ya forma para de la Red Mundial de la Unesco.

Justo un mes de julio de hace trece años, Granada despertaba de una inesperada pesadilla. ¿Recuerdan la campaña para que la Alhambra se convirtiera en una de las 7 Nuevas Maravillas del Mundo? La ceremonia fue en Lisboa. Nos robaron el título; el Cristo Redentor del Corcovado nos adelantó por la derecha (¿maletines incluidos?). Brasil 1, España 0.

Cuando Sebastián Pérez llevó por primera vez al PP a presidir la Diputación de Granada, una de sus primeras iniciativas, de sus proyectos estrella de gestión, fue intentar lograr el reconocimiento de la Alpujarra como Patrimonio Mundial. La declaración debía ser una realidad en 2014. Al año siguiente perdió la institución principal y la candidatura, desmontada desde dentro y desde abajo, abierta en canal por la falta de consenso incluso entre sus alcaldes, quedó enterrada en un cajón.

Adiós Alpujarra; bienvenido Geoparque... Cada batalla tiene su tiempo y sus protagonistas. Como este mismo viernes recordaba Pepe Entrena (PSOE), la declaración del Geoparque no conlleva un plan de inversiones directo por parte de la Unesco pero es una "oportunidad". Sobre el recorrido del proyecto, las adhesiones y las expectativas que supondrá el reconocimiento mundial de la excepcionalidad paisajística, geológica, paleontológica y hasta sociocultural de la zona Norte de nuestra provincia hemos escrito estos días y lo seguiremos haciendo.

Hay una reflexión editorial, sin embargo, que es necesario realizar: el Geoparque ha nacido del trabajo de los técnicos, con la especial complicidad de los grupos de desarrollo rural de las comarcas de Guadix, Baza, Huéscar y Montes Orientales, y ha logrado aunar las voluntades de 47 alcaldes (¡entusiasmando a sus vecinos, no rebelándolos!) con una Diputación que ha sabido liderar tanto como dejar hacer.

Las estrellas están ahí; unas estarán dadas pero otras no. La pregunta es si estamos dispuestos a dejarnos la piel para conseguirlas y a asumir el fracaso cuando se nos resistan. Sin ver fantasmas, conjuros ni maleficios ajenos. En primera persona.

No sólo la "responsabilidad individual" es la gran asignatura pendiente contra el Covid-19 (¡casi la mitad de los contagios son consecuencia de fiestas y reuniones familiares!). También lo es en esa vida pública e institucional en que tan fácil es arrogarse las victorias (personales) y buscar chivos expiatorios para las derrotas (colectivas).

Enhorabuena a los artífices del Geoparque. A los de la foto (no crean que todos los alcaldes lo tenían tan claro al principio ni compartían el cómo y el para qué) y a los que lo han cocinado en la retaguardia.

En febrero, cuando el coronavirus todavía era una gripe extraña de los chinos, tuve la oportunidad de sobrevolar los badlands al amanecer con Glovento Sur. ¡El Geoparque de Granada es espectacular! Antes y después de que lo encontremos escrito en un folleto turístico certificado por la Unesco.

Ahora, ¡a exprimir la oportunidad! ¡Y a por la Europa League! ¡Y a por el acelerador de partículas! ¡Y a por…!

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