Huelva

El terror de los talibanes a ojos de un militar onubense del Ejército del Aire

  • El sargento Manuel Caamaño cuenta en primera persona cómo ha vivido la evacuación de los refugiados desde Afganistán en la que se han rescatado a 2.206 personas en 10 días

Manuel Caamaño ayuda a colocar el cinturón de seguridad a uno de los evacuados afganos.

Manuel Caamaño ayuda a colocar el cinturón de seguridad a uno de los evacuados afganos. / H.I.

Tristeza por todo lo que han tenido que dejar atrás y esperanza por poder conseguir una nueva oportunidad para tener una vida. Esos son los sentimientos que el sargento del ejército del aire Manuel Caamaño ha podido ver en las caras de todos los afganos que han conseguido evacuar para salvar del terror y la barbarie de los talibanes, tras su llegada al poder en Afganistán. Armado con una bolsa de caramelos masticables que repartía entre los más pequeños para calmar los nervios, Caamaño ha participado en siete de los 17 vuelos fletados por el Ministerio de Defensa para sacar del país al mayor número de personas.

Tal y como él mismo cuenta en exclusiva a Huelva Información, han sido dos semanas de jornadas interminables de trabajo que comenzaron a mediados de agosto, cuando sus superiores les alertaron de que estuvieran listos porque en cualquier momento podrían despegar para comenzar con las labores de rescate, “ya que la cosa se estaba poniendo bastante fea”. Efectivamente, horas más tarde salía el primero de los aviones españoles rumbo a Dubai, lugar en el que tiene la base el Ejército español, y desde allí a Kabul para iniciar las evacuaciones.

Comenzó así una precipitada operación de rescate, explica el onubense, “en la que nos hemos tenido que enfrentar a maratonianas jornadas de trabajo, en ocasiones de hasta 19 horas. Pero todo se olvida cuando ves sus caras, sobre todo las de los niños. Escuchas las historias que han tenido que vivir hasta poder estar sentados en frente de ti en el avión y se te cae el alma a los pies. Entonces te olvidas del cansancio, de la falta de sueño y todo compensa”.

Y es que tras la rápida entrada de los talibanes en la capital se desató el caos en Afganistán. Fueron muchos los que empezaron a temer por su vida, traslada el militar de Huelva. “Ellos mismos nos han explicado cómo los talibanes empezaron a entrar en casas de los colaboradores españoles. Averiguaban dónde vivían con mil artimañas y quizás de la forma más ruin que se puede hacer: utilizando a los niños. Pagaban a menores y les sobornaban con chucherías para que les dijeran quién vivía en cada casa y a qué se dedicaba”. Así que la inocencia de estos niños les llevó a desvelar, sin ser conscientes, información que ponía en peligro la vida de familias enteras, “por lo que la rapidez en la evacuación de los colaboradores era vital”, prosigue Caamaño.

Caamaño junto a algunos de sus compañeros felices tras completar la misión. Caamaño junto a algunos de sus compañeros felices tras completar la misión.

Caamaño junto a algunos de sus compañeros felices tras completar la misión. / H.I.

Ante el riesgo inminente comenzó el éxodo desesperado de miles de personas desde todos los rincones del país, con el único objetivo de llegar al aeropuerto de Kabul. Como fuera. Familias al completo han tenido que escapar de sus casas por la noche para realizar largos trayectos a pie, ya que utilizar el autobús era muy arriesgado por los numerosos controles de los talibanes en la carretera, “controles en los que sabían que podía ocurrir de todo”, concreta el militar.

Tras vivir mil vicisitudes, una vez en los alrededores del aeródromo afgano encontraban más caos y una barrera muy difícil de superar: el primer puesto de control de acceso al aeropuerto en manos de los talibanes. Como se ha podido ver por la tele, miles de personas aterrorizadas trataban de escapar al mismo tiempo y eso dificultaba las labores de rescate. Una vez allí –según ha sabido el militar en sus conversaciones con los rescatados– “se producía el momento más tenso, ya que en muchas ocasiones ni siquiera el documento que les acreditaba como colaboradores de España les garantizaba que les dejaran pasar”.

“La desesperación –prosigue Caamaño– y el miedo a que después del esfuerzo todo terminara en este punto llevaba a muchos colarse por las alcantarillas de la ciudad para burlar a los talibanes. En la mayoría de los casos, familias que viajaban con lo puesto se veían obligados a caminar entre las heces, en muchos tramos llegando el agua hasta las rodillas, para, si tenían suerte y se orientaban bien, llegar hasta el segundo control, el de los americanos”.

Interior de uno de los vuelos de rescate en los que ha participado el militar onubense. Interior de uno de los vuelos de rescate en los que ha participado el militar onubense.

Interior de uno de los vuelos de rescate en los que ha participado el militar onubense. / H.I.

Junto a los soldados americanos se encontraban los responsables de cada país para iniciar las labores identificativas de sus colaboradores, de los españoles que vivían en Afganistán y del personal de la embajada. En el caso de España, esta tarea corría a cargo del Escuadrón de Apoyo al Despliegue Aéreo (EADA). Ellos eran los que tenían la lista de Schindler suministrada por la embajada que ha permitido a las 2.206 personas rescatadas por España poder escapar del terror. Les mostraban el salvoconducto que se les había suministrado desde la delegación española y al comprobar que todo era correcto podían pasar al avión.

Contado así parece muy fácil, continúa Manuel, “pero no hay que olvidar que ese trámite lo estaban tratando de hacer a la vez miles de personas que se aglutinaban frente a las puertas de acceso, por lo que, además, para facilitar su identificación, se les había pedido que en la medida de lo posible fueran vestidos con los colores de la bandera española o portaran pañuelos rojos y amarillos para que, junto con los gritos de España, se les detectara rápido y el rescate se agilizara al máximo”.

Tras pasar todos estos trámites, y con el susto todavía en el cuerpo, Manuel y sus compañeros les acomodaban por fin en el avión. La mayoría de ellos llegaban agotados y con mucha pena. Llevaban días sin dormir y sin comer bien, “era habitual que tras el despegue, en el momento en el que se siente que el avión ha dejado de tocar tierra, muchos de ellos no pudieran evitar que se les saltaran las lágrimas y empezaban a llorar”. “Se les juntaban muchos sentimientos –comenta el militar– ¿podré volver algún día?, ¿qué va a ser de mi familia a partir de ahora?, ¿conseguirán salir los conocidos que todavía permanecen en el país?... Se derrumban y lloran en tu hombro. Te abrazan y te dan las gracias mil veces y eso hace que la satisfacción personal pueda con todo el cansancio y la tensión vivida”.

El sargento sostiene en su brazos a una bebé de 15 días, todavía arropada con el pañuelo rojo identificador. El sargento sostiene en su brazos a una bebé de 15 días, todavía arropada con el pañuelo rojo identificador.

El sargento sostiene en su brazos a una bebé de 15 días, todavía arropada con el pañuelo rojo identificador. / H.I.

Como si ya de por sí la situación no fuera lo suficientemente compleja, todo fue a peor tras el atentado perpetrado por el Estado Islámico, y la urgencia por terminar con los traslados se incrementó. “Normalmente, cuando estoy en alguna misión, prefiero no escuchar noticias para mantenerme ajeno y poder concentrarme –relata el sargento– pero ese día fue inevitable porque todos los que sabían que estaba allí empezaron a escribir para preguntarme cómo estaba, así que no pude evitar sentir bastante tensión”.

El onubense no lo vivió en primera persona ya que afortunadamente se encontraba en Dubai tras realizar uno de los vuelos, “pero esa noche teníamos que volar de nuevo a Kabul para continuar con las evacuaciones. Fue el vuelo más largo de mi vida. Sin saber muy bien qué nos íbamos a encontrar y con el miedo en el cuerpo, ya que nos avisaron de que se podía repetir los ataques”.

Según traslada el militar, la situación que se encontraron al aterrizar había cambiado radicalmente. De las aglomeraciones de personas que se arremolinaban en los alrededores del aeropuerto pasaron a ver calles desiertas en las que la única presencia humana era la de los soldados americanos patrullando. “Había una calma tensa que nos hacía tener los nervios a flor de piel y que hizo que la premura en los vuelos se incrementara más todavía, por lo que mi responsabilidad aumentó, ya que, al ser mecánico, soy el responsable de que el avión despegue en las mejores circunstancias, y para estudiarlo todo bien se necesita un tiempo, un tiempo que no teníamos por el miedo a que hubiera otro atentando, así que fueron horas todavía con más tensión”. Aún así, este viernes consiguieron despegar con los últimos 85 afganos evacuados, además de con el embajador, Gabriel Ferrán, y su segunda, Paula Sánchez.

Manuel Caamaño en la puerta de carga del avión en el aeropuerto afgano. Manuel Caamaño en la puerta de carga del avión en el aeropuerto afgano.

Manuel Caamaño en la puerta de carga del avión en el aeropuerto afgano.

Es precisamente el despegue de los aviones quizás el momento más peligroso. De por sí, el de Kabul es un aeropuerto complicado, ya que la pista se encuentra a casi 2.000 metros de altura, cifra mucho más alta de lo habitual, y encima está rodeado de montañas, por lo que el avión tiene que ganar altura muy rápidamente tras el despegue. A esta complicada orografía había que añadir la presencia de talibanes armados en esas mismas montañas, quienes podían tratar de derribar el avión en cualquier momento. “Así que en este último despegue, después de la tensión acumulada tras 10 días de trabajo intenso, al atravesar las montañas sin ninguna incidencia, el cuerpo nos descansó a todos: misión cumplida y volvemos a casa”, cuenta el militar.

España, junto a Estados Unidos y el resto de fuerzas aliadas han rescatado a cerca de 113.000 personas en las últimas dos semanas, aunque decenas de miles de afganos que desean abandonar el país tendrán que quedarse allí. “Lo que les espera a los que no han podido salir del país, no lo sé. Lo que sí que se sabe es que el país a a retroceder 40 años, con todo lo que eso conlleva”, concluye Manuel.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios