Sátira de la vida burguesa de salón en Huelva con estilo irónico y costumbrista
Crónicas de otra Huelva
De forma amable y socarrona, Ponce Bernal denuncia la hipocresía social que percibía en la sociedad de la Huelva del primer tercio del siglo XX, defendiendo la espontaneidad frente a la apariencia
Introducción | Retrato social en clave de humor
Este texto pertenece claramente al género de la columna o crónica ligera, publicada en la prensa local de Huelva en 1930. En esos años, la prensa local de provincias no solo informaba, sino que entretenía y educaba a su público con este tipo de columnas ligeras. Es un ejercicio de estilo, humor y reflexión cotidiana. El periodista adopta un tono irónico y desenfadado, propio de los cronistas de principios del siglo XX, que solían escribir “cosas de la vida” con un aire costumbrista. El tema central es aparentemente banal: un reloj de cuco. Pero en realidad es una excusa para hablar de la vida social, de la incomodidad de ciertas visitas y de la falsedad de las conversaciones de salón.
El autor fantasea con tener un reloj de cuco en su futura casa. Introduce el objeto con ternura, casi con obsesión. Relata una experiencia personal, de juventud en una casa elegante donde un reloj de cuco interrumpía la conversación. No es más que una crítica social: expone lo aburrido, hipócrita e impostado de esas reuniones sociales, donde el reloj servía como un aliado para romper la monotonía.
El reloj de cuco como símbolo: no es solo un objeto decorativo. Representa la ruptura del tedio social, el elemento sincero frente a la hipocresía de las conversaciones forzadas. Es un aliado contra lo falso.
Crítica de costumbres: la escena del salón lleno de cortinas, penumbra y solemnidad remite a la burguesía provinciana de finales del XIX y principios del XX. Se ridiculiza esa forma de sociabilidad.
Cierra con su habitual tono irónico, concluyendo con que, cuando tenga casa propia, se comprará uno para ahuyentar visitas molestas. Él mismo se pinta como un joven rebelde, que se ríe de lo serio y encuentra placer en la impertinencia del cuco. Es casi una metáfora de su actitud vital y profesional: preferir lo vivo, lo espontáneo, frente a lo impostado.
Fiel a su humor costumbrista, la exageración (“barbarismo monumental”, “insulto del pájaro”) y la personificación del reloj hacen del texto una miniatura literaria, muy del estilo de cronistas como Julio Camba o Azorín, aunque con un aire más popular.
Felicidad Mendoza Ponce, octubre de 2025
SI llegase alguna vez a tener casa propia, lo primero que adquiriría sería un reloj de cuco. El periodista siente verdadera pasión por estos relojes, principalmente por el “cuquito” que sale simpático y con tan poca vergüenza cada hora, cada media hora, cada cuarto de hora, a advertirnos, a recordarnos con su graznidillo insultante de cómo pasa el tiempo.
¡Un reloj de cuco! Es tan delicioso que el periodista sueña con tener uno; pero no sabe cuándo podrá realizar su deseo. ¡Si tuviera algún lector o lectora potentada y amable que se lo regalase! Pero, no: el comentarista presume que sus pocas lectoras y lectores son tan “desgraciados” económicamente, como él.
Recuerda que una vez que fue de visita a una casa amueblada muy a la moda de 1870 y en un rincón del saloncillo, donde recibían los señores de la casa en una penumbra exagerada, aumentada por los espesos cortinajes que cubrían balcones y puertas, había un armatoste del que salía invariable e incesante “tic… tac; tic…tac” que irrumpía en los intervalos de la conversación forzada, insulsa, hipócrita, como todas las conversaciones habidas en saloncitos de tal clase.
De cuando en cuando, al cabo de mucho rato de “tictacquear” el armatoste, se asomó allá en lo alto un ventanillo y aparecía indiscreto, insultante, desafiador, un pájaro chiquirritín que decía cucú, tantas veces como partes alícuotas del día marcaba la esfera de aquel armatoste, que como habréis comprendido no era otra cosa que un reloj. Cuando sonaba el “cu-cú” impertinente, todas las personas graves del salón volvían indignadas sus miradas hacia el intruso. El periodista, que entonces era un mocosillo, la gozaba atrozmente. En el rato que estuvo en la visita se aprendió cuando era el momento de que apareciese el “cuquito” y lo esperaba con la impaciencia natural a lo insoportable, que resultaba aguantar aquella visita. Al salir nuevamente el “cuquito” y ver las caras severas de aquellas personas graves, rompía a reír a carcajadas. ¡Oh, aquel “cuquito”! ¡Qué bien sabía interrumpir las conversaciones!.
Cuando el periodista tenga casa propia adquirirá un reloj de “cuco” para despachar lindamente a las visitas molestas.
Blanqui-Azul. Diario de Huelva, 23 de octubre de 1930.
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