Muere Litri

Litri: Maestro de la vida

  • Una mirada al ídolo, al torero que marcó en poco tiempo la forma de entender la Fiesta para convertirse en un ídolo de masas y arraigar un sentimiento onubense en torno a su figura

Maestro de la vida

Maestro de la vida

Se me hacía tedioso. Era ese carril áspero curtido de solanera o inundación hasta que llegabas a Tejada y te convencías de que ya apenas quedaba .

La fila de moreras que embocaba el primer tramo hasta el cortijo era el premio. Tanta morera junta pudiendo elegir las moras más dulces y regordías era el premio compensaba muchas cosas.

El plano preciso ya lo tenía asumido mi cabeza. Un tramo más allá estarían pisando el camino algún grupo de erales con la casa al fondo.

Solía frecuentar muy poco Peñalosa. Apenas conocía a Miguel Báez y quien me ponía en suerte el envite siempre fue en aquellos comienzos el inefable Pedro Macías, esa especie de escudero de planta elegante con quien Litri revivía las batallas en el presente de cada día.

Con el tiempo ese carácter afable de la persona me fue dejando el suficiente valor con el que ir quedando algunos días con Miguel Báez. Era el ídolo y lo tenía allí a mi lado capaz de contarme cosas. Capaz de ser mi amigo. Era todavía el tiempo de estar pendiente de qué pasaba con su hijo: los apoderamientos, los carteles de Colombinas, cuántas tardes iban a ser, exigir estar el 3 de agosto, la temporada, el hijo con la cornada de Alicante y la imagen de un cebadagago de Pamplona colgándolo de un pitón.

Mira, niño, “el toreo de ahora tiene más dureza que el mío porque ahora los toreros entierran más los pies y el toro es muy grande”, me espetaba en alguna de aquellas conversaciones.

Poco a poco se fueron grabando aquellas frases, aquellas sentencias y también el dolor. “No me han calado tanto los toros como porrazos me he llevado. Yo era un pajarillo y les costaba meterme el pitón. ¿Tu sabes lo que duelen ahora aquellos porrazos de entonces?...”

Le admiraba porque yo sabía que el hombre había mandado en el toreo y en el ansia de los públicos. Ese veterano de mil batallas que andaba sentado en la mesa camilla de Peñalosa le había borrado al toreo parte de la hiel que dejó la muerte de Manolete. Pero sobretodo mantenía en su poder ese imán con el que Huelva se arrimaba a los recuerdos de una vida pasada donde Litri era la referencia.

No eran las moras ni ese pelaje de los Concha y Sierra que me remitían a los libros del Ruedo donde yo los había leído en crónicas y plazas importantes.

Las tardes, la confianza, el aprecio nos llevó a tener la posibilidad de vernos, a comer con la sola compaña de aquel casero portugués que se parecía a Futre en su desparpajo gestual y hablar de toros. Sin entrevista. Solo comernos las fresas que yo le llevaba y él cocinar lo que nos íbamos a comer.

Era un universo diferente. Distinto de aquellos actos de confraternidad en el oficio donde todos los veteranos de su amistad torera capitaneados por Luis González aparecían en tropel, dejando compañía y recuerdos de juventud.

Era ese mismo universo donde un día se metió Celestino Cuadri, detrás de su cigarro Habanos y la mistela de los sábados. Del universo que en esa mesa camilla de la plaza de toros dejó llegar casi al mismo tiempo José Luis Pereda. La suerte de aquellos silencios de Chamaco en cualquier sitio de La Placeta para explicar sin decir, y también el de Litri. No era vital hablar de toros. Aquel tipo te hablaba de la vida. De aquellos viajes en el Buick cortando las carreteras aquellas de los cincuenta. Del cansancio, de los chavales que ahora mandaban. De las preocupaciones, de comida y, en definitiva, de la vida. De la vida que Miguel enseñaba casi sin proponérselo.

Hace poco encontré esa foto que ilustra estas líneas. El maestro aun mantiene la lozanía para intentar alguna gesta reciente y quien le acompaña ya va mandando en el toreo y es, además, el máximo rival de su hijo en las tardes de Colombinas. La confianza del veterano deja asomar media sonrisa llena de nobleza. La del principiante, más juvenil y explosiva. El maestro sabiéndose fuerte en su feudo. Tranquilo, reposado. Respetando al rival más fuerte de Miki. Entendiendo la vida con la nobleza que tuvo para defender su historia.

El premio de Peñalosa siempre fue Miguel. Entendiéndolo se puede comprender mejor la figura que galvaniza la vida social y taurina de esta Huelva que gastaba sus capitales en cohetes por un torero. Por un tipo grande que fue torero.

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