Huelva

La frontera con Portugal vuelve a mirarse a través de la Raya por el coronavirus

  • Cuando se cumplen 25 años de la entrada en vigor del tratado de Schengen, España y Portugal vuelven a estar separadas

  • La vida cambia sustancialmente para los onubenses que viven a ambos lados de la misma

Vista de la carretera en la ribera del Chanza.

Vista de la carretera en la ribera del Chanza. / Jordi Landero (Huelva)

A lo largo de la historia, Huelva y Portugal se han mirado casi siempre a través de la Raya, como tradicionalmente se ha conocido la imaginaria línea que separa a las gentes de uno y otro lado de la frontera.

Una realidad que cambió radicalmente hace hoy justo 25 años, cuando entró en vigor el tratado de Schengen, que permitió el libre movimiento de ciudadanos, mercancías y capitales por la recién entonces estrenada Europa sin fronteras.

Contra dicha libertad de movimiento no ha podido ninguna crisis durante este último cuarto de siglo, y sí desde hace una semana el temido coronavirus [covid-19], que obligó el pasado 11 de marzo a la Organización Mundial de la Salud –OMS- a declarar pandemia global, y que también llevó a España y Portugal a cerrar temporalmente sus fronteras el pasado 17 de marzo.

Así, los distintos punto fronterizos onubenses entre ambos países dieron un paso atrás en el tiempo que, desde ese día, deja estampas que no se recuerdan desde hace 25 años: la policía controlando la entrada de vehículos en ambos territorios nacionales, y gentes de uno y otro lado de la frontera volviéndose a mirar a través de la Raya.

Después de casi tres décadas tendiendo puentes entre uno y otro país, de los distintos puntos fronterizos onubenses solo dos permanecen abiertos parcialmente: Ayamonte-Castro Marim y Rosal de la Frontera-Vila Verde de Ficalho, a través de los que solo se permite el flujo de mercancías en ambas direcciones y el de trabajadores que residen al otro lado de la frontera. También están cerrados los pasos fluviales Ayamonte-Vila Real de Santo António y Sanlúcar de Guadiana-Alcoutim.

Un empleado en la gasolinera de Repsol, antes abarrotada y hoy vacía. Un empleado en la gasolinera de Repsol, antes abarrotada y hoy vacía.

Un empleado en la gasolinera de Repsol, antes abarrotada y hoy vacía. / Jordi Landero (Huelva)

Mientras que en los dos puntos abiertos sí se aprecia cierta actividad, especialmente de camiones, pero que nada tiene que ver con el flujo habitual, el resto de pasos presentan un aspecto fantasmagórico, con barreras a uno y otro lado impidiendo el tránsito, y donde solo se escuchan los pájaros, los cencerros de los rebaños que pastan en los alrededores y el sonido de la vida de los habitantes de la frontera, que acostumbrados al trasiego continuo entre un país y otro, quedan ahora de nuevo abocados a mirarse entre sí desde el otro lado de la Raya, como hace 25 años.

Precisamente a esta gente es a la que más ha afectado el obligado cierre, tanto desde el punto de vista social, como económicamente dada la tupida red comercial que durante el último cuarto de siglo se ha ido tejiendo entre los pueblos y municipios de ambos países situados cerca de la Raya.

Los españoles acuden asiduamente a Portugal para disfrutar sobre todo de su gastronomía y para adquirir determinados productos del hogar, o tabaco, más barato en el país vecino. Y los portugueses cruzan la frontera para comprar en España determinados productos alimenticios, y sobre todo bombonas de gas y combustible, bastante más baratos en España.

Mari Carmen Bade López representa a la cuarta generación de los propietarios de Casa Emilio, uno de los principales establecimientos comerciales de Rosal de la Frontera, situado en la espina dorsal del municipio, la avenida de Portugal, que a su vez es también la travesía de la nacional N-433 que conduce directamente a la frontera, y asegura a Huelva Información que el cierre se ha notado “bastante”. De hecho, prosigue, “las dimensiones de esta tienda son muy grandes para un pueblo como Rosal porque dependemos en gran parte de los portugueses, que suponen sobre el 80% de nuestra clientela”.

Control fronterizo por parte de la GNR portuguesa. Control fronterizo por parte de la GNR portuguesa.

Control fronterizo por parte de la GNR portuguesa. / Jordi Landero (Huelva)

La propietaria de Casa Emilio calcula la bajada de sus ventas en más de un 50% desde el cierre de la frontera, especialmente en aquellos productos que los lusos más compran: zapatos –especialmente de Valverde del Camino-, ropa, artículos de perfumería y droguería, chocolate y caramelos.Por el momento mantiene a sus cinco empleadas, aunque asegura que “podremos aguantar 15 días, quizás un mes, pero a la larga esto va a ser insostenible”. No obstante se considera “afortunada” ya que a su juicio “hay establecimientos que lo van a pasar peor porque tienen que pagar alquileres y encima están cerrados por no vender alimentación”.

Mucho más perjudicial ha sido el cierre para las estaciones de servicio situadas en la parte española de la Raya, donde las ventas se han hundido hasta en un 90% en algunos casos.

Isabel Figueda, empleada de la gasolinera La Frontera, en Rosal, describe la situación con estos datos: mientras el gasoil está a 1,09 euros en su establecimiento, al otro lado de la Raya cuesta 1,40 euros. Lo mismo pasa con la gasolina 95, que en Rosal cuesta 1,14 euros y en el país vecino 1,60 euros. Finalmente la bombona de gas cuesta en España 13,40 euros, y más del doble en Portugal: unos 28 euros.

“Aquí acude diariamente un sinfín de portugueses a adquirir estos productos” señala Isabel Figueda, quien añade que “vienen hasta de pueblos a 60 kilómetros de la frontera”.

En Paymogo, otro de los municipios con paso fronterizo, en su caso con Sao Marcos, llaman la atención dos detalles: carteles que anuncian el cierre de la frontera, situada 7 kilómetros al oeste del casco urbano, y que la gasolinera está en servicios mínimos ya que los surtidores solo funcionan mediante pago con tarjeta.Más al sur, en El Granado, que comparte paso fronterizo con Pomarão, Elena Alfonso, trabajadora de la única gasolinera de la zona, asegura que sus ventas han caído un 90% desde el cierre fronterizo. Según sus palabras este es un pueblo de apenas 400 habitantes y el 90% de nuestra clientela es de Portugal, desde donde acuden hasta de Mértola, situada a 30 kilómetros de la Raya.

Antonio González Macías, pastor en Rosal de la Frontera. Antonio González Macías, pastor en Rosal de la Frontera.

Antonio González Macías, pastor en Rosal de la Frontera. / Jordi Landero (Huelva)

“Los días previos al cierre fueron frenéticos porque muchos vinieron a cargar sospechando lo que se avecinaba, pero ahora estamos aburridos. No viene nadie”, afirma Elena, para quien la situación no es nueva ya que en 2017 el paso entre El Granado y Pomarão estuvo cortado al tráfico seis meses por el derrumbe de un talud. Por el contrario, apunta, el pasado verano “nos vino muy bien la huelga de transportistas lusos que dejó sin combustible las gasolineras portuguesas”. “Y es que somos muy sensibles a la frontera. Dependemos de ella”.

A pesar de los negativos efectos, todos coinciden en afirmar que es una medida “necesaria” porque ahora “la salud de las personas es lo primero, y derrotar al virus cuanto antes el principal objetivo”.

Casi ajeno a todo lo anterior Antonio González Macías ha hecho una parada en el camino junto con las 50 ovejas que a diario pastorea en la Rivera del Aserrador, casi en el borde de la Raya. Ha parado para almorzar y se ha sentado bajo una encina, como viene haciendo toda la vida. Con la mirada puesta en el horizonte, hacia la frontera portuguesa, el pastor rosaleño asegura con la tranquilidad que le otorga el paso de los años, que “desde la Guerra y la postguerra no había visto ni vivido una cosa así”.

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