Tribuna de Navidad

Entre tantas palabras, la Palabra se hizo carne

  • Los cristianos tenemos que decir en nuestra sociedad una palabra, y esa Palabra es Jesucristo

El obispo de Huelva, Santiago Gómez Sierra.

El obispo de Huelva, Santiago Gómez Sierra. / Alberto Domínguez (Huelva)

En estos días se repiten hasta el hartazgo voces y expresiones que pueden hacernos entrar en una dinámica de palabras huecas, de lugares comunes, de frases estereotipadas, de ambigüedades calculadas que permiten quedar bien ante los discursos políticamente correctos y entrar en la dinámica de la sociedad de consumo. Otras veces las palabras llegan a ser un arma en contra de los demás. En medio de esta algarabía quiero recordar lo que dice el Catecismo de la Iglesia Católica sobre la mentira: “Es una profanación de la palabra cuyo objeto es comunicar a otros la verdad conocida” (nº 2485). Respetemos a los demás con nuestras palabras, y en esta Navidad, los creyentes anunciemos a otros la verdad que hemos conocido en el Evangelio.

Los cristianos tenemos que decir en nuestra sociedad una palabra, y esa Palabra es Jesucristo. No podemos callar ante el mundo que, como nos recuerda el Papa Francisco, sufre una crisis provocada por una conciencia anestesiada y por el alejamiento de los valores religiosos. Hablar de Jesús en nuestra sociedad es prestarle un servicio a la misma, es un bien para ella. No declinemos nuestro deber de aportar la voz de la Iglesia en el debate social, como nos recuerda el Santo Padre: “Debe haber un lugar para la reflexión que procede de un trasfondo religioso que recoge siglos de experiencia y de sabiduría” (Fratelli Tutti, 274; cf. 275).

En la Iglesia no celebramos magia alguna, ni solsticios invernales, ni supersticiones del paso de un año a otro. Celebramos que la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros (cf. Jn 1, 14). Y ante esa Palabra encarnada nuestras palabras no pueden ser mentirosas ni maliciosas, sino que han de comunicar la verdad, porque la Palabra es la Verdad (cf. Jn 17, 17). La Navidad nos hace celebrar que Jesucristo es Dios y Hombre verdadero. Y este hecho nos afecta, porque Dios comparte nuestra vida humana para que nosotros tengamos parte en su vida divina.

Además, el misterio de la Encarnación tiene para los cristianos una connotación inexcusable: la Navidad es también el misterio de la caridad, de la solidaridad, de la compasión con el prójimo. El Santo Padre nos ha dicho que el camino de la fraternidad exige encuentros reales, no virtuales (cf. Fratelli Tutti, 50). Atentos, pues, a las necesidades de los que nos rodean. La Encarnación del Hijo de Dios nos exige encarnarnos en los problemas reales de las personas, que no siempre estarán de acuerdo con nosotros, pero a las que nos tenemos que acercar para hacerles llegar un testimonio del verdadero encuentro fraternal que nos trae el Príncipe de la Paz. Y urge también contribuir a ese encuentro con los excluidos, con los inmigrantes, con todos aquellos en los que se hace especialmente presente el Señor. De ese encuentro nacerá la paz social (cf. Fratelli Tutti, 217).

Los discípulos de Jesús tenemos motivos para testimoniar la alegría y la esperanza que encontramos en el Señor. Gocemos porque Dios está con nosotros y Dios es Amor, exultemos porque nos concede adorarlo en la humildad del Niño acostado en un pesebre, acompañado por María, la Virgen, y por San José. Él, como dice el Papa, puede ayudarnos a contemplar a Jesús con su silencio: “un silencio lleno de escucha, un silencio trabajador, un silencio que hace emerger su gran interioridad” (Audiencia 15-XII-2021). Que el Santo Patriarca nos ayude “a ayunar de las palabras vanas, a redescubrir el valor de las palabras que edifican, animan, consuelan, sostienen” (Ibidem), a ser eco de la Palabra hecha carne.

¡Feliz y santa Navidad!

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