testimonios | la tricampeona del mundo vista desde dentro

La campeona flamenca y embajadora de Huelva

  • El jamón, el gazpacho de su abuela y la música de Manuel Carrasco son algunos de los gustos de Carolina Marín

  • Su familia la define como "extrovertida, agradecida y risueña"

Una raqueta de bádminton es su mejor compañera de viaje. Y la Virgen del Rocío, que siempre juega junto a ella. Detrás tiene a su madre, a su padre, a su familia, y a Thori, Suka y Kira, sus perras del alma, quienes viven, sufren y se emocionan con cada cita de su calendario deportivo. Nadie duda de su gran personalidad dentro del tapiz y ni tampoco para listar las innumerables virtudes de una mujer que es campeona en los distintos aspectos de la vida. "Es una gran persona, trabajadora, humilde, cariñosa, alegre, familiar, extrovertida, agradecida sociable y risueña". Así definen a la tricampeona del mundo, Carolina Marín, algunos de sus familiares, piezas fundamentales de su vida que descubren a Huelva Información cómo es la personalidad, los gustos y aspectos de una persona que lo ha ganado todo con tan solo 25 años. "Mi hija cuando llega aquí llena la casa", exclama su madre, Toñi Martín, quien todavía no es capaz de asimilar el último logro de Carolina. Allí, en su hogar de Santa Marta, abrió las puertas a este periódico para charlar de todo menos de deporte, aunque no oculta sus intenciones de viajar hasta Barcelona para ver jugar a su hija a finales de este mes. "De Carolina no hablo como deportista porque lo está demostrando". Allí, donde creció la jugadora onubense, se ha erigido un museo con el paso de los años. Fotografías, periódicos, trofeos y medallas se mezclan con juguetes de toda una vida, libros, peluches de torneos y hasta un póster de Manuel Carrasco, su artista preferido.

Carolina cuando llega a Huelva reparte su tiempo entre sus padres, que están separados, el resto de su familia y sus amistades. La volantista suele comer en casa cada vez que desembarca en el sur occidental para degustar algunas de sus pasiones como el jamón, las gambas, los chocos, la tortilla de patatas o el gazpacho de su abuela, aunque no le hace ascos al picante de la India o al sushi japonés. Una auténtica embajadora de la ciudad, aquí y donde quiera que esté, aunque sí que es verdad que a raíz de su vida profesional la dieta alimentaria se ha tenido que ajustar a unos parámetros. "A ella le gustaba participar en todo, en carnavales se disfrazaba y hasta se vestía de gitana en las Cruces de Mayo". También bailaba flamenco desde los cuatro años hasta que se decantó por el bádminton gracias a su amiga Laura, a quien le reserva un tiempo en cada visita a la ciudad.

El santuario de la Virgen del Rocío es una cita obligada cada vez que pisa Huelva debido al fervor de la onubense, que aunque nunca ha hecho el camino quiere hacerlo y vivirlo, "lo tiene clarísimo", indica Toñi Martín. En el ámbito cofrade no es de ninguna hermandad, aunque de pequeña salió de penitente dos años en La Borriquita, apunta Martín. También le gusta visitar a la Virgen de la Cinta y ver los atardeceres desde allí. Unas puestas de sol que tampoco deja de ver en la playa, un sitio "fundamental" para Carolina. En la casa de El Portil de su padre, Gonzalo Marín, "le gusta disfrutar del mar, tomar el sol, dar paseos" y pasar tiempo con sus perros, explica su madre. Y es que la onubense es una amante de los animales. Tiene dos perras en Madrid (una de ella y otra de su pareja) y otra en El Portil. Los caballos son otra de sus debilidades, incluso monta cuando puede. "De chica nos pedía uno todos los años por Reyes", apunta su madre, que señala que "todos los años íbamos a la feria de Cartaya para que se montara en los ponis".

Como cualquier madre, Toñi todavía guarda recuerdos de la niñez de Carolina. Una máquina registradora con la que pasaba horas jugando y que alternaba con una pizarra pequeña. También "le encantaba jugar en la plazoleta con los amigos". Y a las cartas (al mentiroso) y el parchís. Juegos en los que sacaba su lado competitivo y que siempre recogía si perdía la partida. Libros de deportistas como Rafael Nadal (un ídolo para ella), Manel Estiarte o incluso novelas como Los Pilares de la Tierra, engrosan una estantería repleta de memorias de toda una vida en la casa materna. Ahí entra una de sus manías: "no le gusta que le toquen sus cosas, ni siquiera cuando era pequeña", asegura su madre.

La vida familiar es uno de los rasgos más característicos de la campeona onubense. "Para ella es lo principal", explica su padre, tanto es así que su prima Rocío Marín apunta que "siempre que viene, todos los primos nos vamos a cenar y a salir de fiesta un poquito", además de celebrar barbacoas familiares. Nada ha cambiado. Todos aseguran que Carolina es la misma persona que cuando se fue a Madrid. Y a pesar de ser reconocida por la calle "seguimos haciendo lo mismo". Su prima también recuerda los veranos que pasaban en Santa Bárbara de Casa. Allí se bañaban en una piscina que montaba su abuelo, además de cantar y bailar con el palo de una fregona.

Carolina, un libro abierto de emociones y pasiones, es un mundo por descubrir. Una mentalidad única y ganadora. Irrepetible. Estudió hasta Selectividad y en un futuro tiene la intención de formarse en la fisioterapia. No para. Sumado a sus horas de entrenamiento estudia chino (el inglés ya lo domina) y es muy activa en las redes sociales. Su familia asegura que no es una chica presumida, "no es muy de arreglarse y pintarse". Y es que "cuando quedas en Madrid con ella, sale de entrenar a las 21:00. Se da una ducha y hasta sale con el pelo mojado", explica su prima Rocío.

Así es Carolina Marín fuera de los tapices. Lleva a Huelva en su ADN a todos los rincones del mundo. Más bien a todos los pabellones del mundo. Sus más allegados afirman que en sus desplazamientos para competir no visita la ciudad sede del torneo. "Del hotel al pabellón y del pabellón al hotel". El relax y el descanso ya se lo dan los suyos. Y Mallorca, donde ha pasado la resaca tras convertirse en la mejor jugadora de bádminton de todos los tiempos.

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