La Huelva de... Isidoro Macías - Cofundador de los Hermanos de la Cruz Blanca

"Se asustaban al verlas con el bombo y les decía que ahora venía la música"

  • El 'Padre patera', nacido en Minas de San Telmo, es hoy uno de los religiosos comprometido con la inmigración. En Algeciras recoge a las mujeres embarazadas que cruzan el Estrecho

El hermano Isidoro Macías Martín es el superior en Algeciras de la casa familiar Virgen de la Palma de los Hermanos Franciscanos de Cruz Blanca, instituto religioso de la que es cofundador. Realiza una labor de atención y acogida a los inmigrantes que cruzan el Estrecho, también antienden a un grupo de ancianos en otro centro. Hasta la casa familiar hace unos años empezaron a a acudir agentes de la policía y la Guardia Civil en las madrugadas de luna llena, cuando el Estrecho dejaba pasar pateras de inmigrantes desesperados. Las mujeres embarazadas y con niños quedaban a cargo de este fraile, al que con el tiempo y por su afecto y trabajo por los inmigrantes les llaman 'Padre patera'.

Isidoro Macías inició este periplo solidario, de hombre entregado a su vocación religiosa, cuando a los 17 años dejó Minas de San Telmo, el pequeño pueblecito del término municipal de Cortegana, donde nació en 1945 y vivía con sus siete hermanos y sus padres. La suya fue una infancia dura en la posguerra, dice que como la de muchos niños, asistía al colegio donde se ponía con su baby en la cola para el baso de leche y él llevaba un cacharro para que le dieran algo más para sus hermanos. Después del colegio se dedicaba a acarrea cántaros de agua con un mulo. "No se cuántos viajes daba, pero así ayudaba al escaso sueldo de mi padre", así que todos los días a recorrer el kilómetro y medio entre Minas de San Telmo y la fuente de la Zarcita. Su padre era minero, trabajaba a 500 metros de profundidad para la extracción de la pirita, que en el exterior se transportaba en vagonetas del tren hasta el puerto de Huelva donde se embarcaban a Reino Unido y a Bilbao. Isidoro aprovechaba antes de ir a la escuela para llevarle el café a su padre.

Estuvo también una época, cuando tenía diez años, en un cortijo de una señora que no tenía hijos y se dedicaba a guardar cochinos, a ordeñar cabras. "Estoy muy orgulloso de ese tiempo, de cuando acarreaba agua o estaba guardando cochinos, anduve descalzo hasta que gracias a don Juan Lucas, el primer párroco que tuvo Minas de San Telmo, nos compró una zapatilla de esparto y otra de suela de rueda de camión". Así que con diecisiete años en Minas de San Telmo en los años sesenta o se emigraba o se salía por una vocación, como fue su caso. Se marcha con los religiosos de San Juan de Dios, donde estuvo unos tres años, pero no le acababa de convencer, sus miras eran otras, así que se decidió a hacer el servicio militar y le mandaron a Ceuta, al Monte Hacho. Allí conoce a otro Isidoro, Isidoro Lezcano Guerra, que era jefe de meteorología. Los fines de semana que tenía libre le ayudaba a la labor que venía realizando con los más necesitados, los dos eran entonces seglares. "En Ceuta lo pase bien, ayudaba a la gente en lo que yo quería; así que me quedé en allí y no volví más a mi pueblo". Pero también sufrió, porque "nos echaron de una casa, la envidia mala, porque no salía el nombre de esa persona, muy doloroso. Dios nos abrió puertas y nos fuimos a Marruecos, allí atendíamos a los que por cuestiones políticas no podían venir a España por el Régimen, suplíamos a la familia que habían dejado". Ayudaban además a tres matrimonios, una abuela y doce abuelos más otras veinte personas, incluido musulmanes a los que ayudaban dándoles comida y vistiéndolos con lo que les llegaba desde Tánger. En 1973 estando en Tánger el hoy cardenal de Sevilla, Carlos Amigo, les autoriza la Pía Unión de Hermanos Franciscanos de Cruz Blanca. Es el 28 de junio de cuando profesa como obrero de la Cruz Blanca junto al superior, Isidoro Lezcano. Ambos fueron los fundadores de los Hermanos de Cruz Blanca, cuyo instituto religioso fue aprobado en 1975 y hoy se encuentra extendido por toda España y tienen casa en Venezuela. Este periplo y la expansión del instituto le lleva a Cáceres, a un colegio de educación especial, se les puso un piso para que los chavales pudieran ser considerados como uno más, para que nadie les vieran mal, "hoy eso está mucho mejor, pero había familias que hasta ni los sacaban a la calle".

Dejó Cáceres muy a pesar suyo, pero "como somos de obediencia" se traslada a Tenerife y estando allí, en 1982, les dicen que se tiene que marchar a Algeciras, no estaba previsto este cambio, ni tampoco el giro que él desde esta orilla del Estrecho le daría a la labor asistencial a los inmigrantes. En la casa de los Hermanos de Cruz Blanca venían siempre acogiendo a necesitados, pero el boom de la inmigración que se da a partir de 1999/2000 le llevará a tener una actuación muy directa. Cuando llegaban de forma masiva el Gobierno no tenía nada previsto para atender a doscientos hombres en el cuartel, a dos mujeres embarazadas o con un niño pequeño. Cogió a todos desprevenidos y de ahí surgió la idea de que los Hermanos de Cruz Blanca acogieran a las mujeres inmigrantes. "Siempre hemos acogido inmigrantes, pero no venían mujeres ni mucho menos embarazadas, me dio pena, me acordé de cuando era niño, al ver a una de ellas con un hijo de un mes, que viniera en esa patera, me acorde de las necesidades que yo también había pasado de pequeño". Recuerda que un día a la media hora de llegar una mujer la manda a que se quitara el salitre y se duchara. "Me dice: ¡gloria!, ¡baby¡; yo no sabía ingles, y ella hacia gestos de que le dolía mucho la barriga, le insistía que se duchara. No sabía que a los cinco minutos iba a tener una niña en el mundo; fue un milagro, podría haber ocurrido en el Estrecho". De las mujeres subsaharianas acogidas han parido aquí unas doscientas, son doscientos niños que cuando se van con sus madres les llaman y les dicen "papa, estoy bien" o le tiran besos por el móvil.

Otro día llegaron cuatro chicas que estaban casi de nueve meses y se marcharon a Madrid, "les pagué el billete y se fueron porque las mafias, los amigos o sus supuestos maridos les habían dicho que los niños tenían que nacer allí", recuerda. "A las mafias les tienen que dar de todo, pero ellas son tan inocentes que se fían de esa gente", denuncia. Al principio llevaba a las embarazadas a misa y "la gente se asustaba al verlas bajar de la furgoneta con esos bombos"; él con su buen humor, les decía a los feligreses: "Estos son los bombos, ahora viene la música, con los clarinetes". Es de los que afirman que para cambiar el mundo "no hace falta hacer grandes cosas", sólo prestar un poco de atención a los ancianos en un asilo, o a los inmigrantes en la calle. Asegura que "si España fuera racista a mí no me llegarían inmigrantes. No hace falta creer en Dios para ser buena persona, pero nosotros tenemos que ver a Cristo en ese inmigrante que viene por ahí. Siempre hay dificultades, pero es una alegría recibir una carta que ponga 'Padre Patera. Algeciras. Cádiz' y con alguna ayuda".

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