Una mujer fue quien sembró en Rodríguez la pasión por la lírica. En Tarragona, donde fue destinado en sus años mozos como agente de la benemérita, conoció a su primer amor, ese que permanece de forma indeleble en tu retina a pesar de que los años borren ciertas huellas y recuerdos del pasado. A su regreso a Andalucía, la distancia le obligó a poner punto y final a su relación, siendo durante el afloramiento de esos recuerdos cuando las musas que precisa la poesía se hicieron presentes para que su pluma diera forma y cuerpo a unos versos que, asegura, "surgieron de forma espontanea y sin que antes hubiera leído poemas de amor".

Este rocianero afirma que sus poetas preferidos son Odón Betanzos, Juan Ramón Jiménez y Federico García Lorca; sin duda magníficos maestros y referentes de los que aprendió la métrica, la sutilezas y matices que encierran las palabras y la belleza de contar bajo la forma de la lírica sus vivencias, pensamientos o la belleza que encierra la naturaleza. Poemas de gran factura que han visto la luz en la revista Solera, la cual edita la Fundación Odón.

A sus 76 años este rocianero de adopción gusta de la literatura y la prensa diaria, materia a la que de forma 'religiosa' se abandona cada día. La de literato pudo ser su profesión frustrada, aunque matiza que siempre se ha sentido feliz en el plano profesional desde que se "licenciase como agente de la Guardia Civil". Sin embargo, Rodríguez ha desempeñado multitud de funciones como vigilante de arbitrios municipales, un puesto de trabajo que se vio obligado a abandonar cuando "se extinguió este cargo en las corporaciones municipales". De aquí pasó a ocupar el puesto de policía local, mientras que en su última etapa profesional ejerció las labores de auxiliar administrativo. Ahora que la jubilación le brinda todo el tiempo del mundo, su obra creativa crece sin parangón, aunque su espina clavada continúa siendo el que no haya podido ver aun publicado un libro que recogiese toda su pródiga obra.