War Room

Negociar con el enemigo es posible

  • En una etapa de polarización y antagonismo como la actual, los adversarios se convierten en sujetos que hay que eliminar como manera de entender la política

War Room: Negociar con el enemigo es posible

Se le atribuye a Winston Churchill la frase “nuestros adversarios están enfrente, nuestros enemigos, detrás”. En la bancada de enfrente en el Parlamento británico se sentaban los laboristas y los whigs (forma despectiva de referirse a los covenanters presbiterianos) mientras que detrás se encontraban unos jóvenes políticos ambiciosos perteneciente al Partido Conservador a los que el primer ministro dedicaba su implacable frase. En política, adversarios y enemigos son conceptos distintos. Con los primeros se aspira a negociar y a los segundos se desea aniquilar.

La política es el ejercicio del poder, y de hecho la democracia no es ausencia de conflicto. Sin embargo, estamos viviendo una etapa de polarización y de antagonismo entre las distintas partes de nuestro sistema político que está deteriorando el debate público hasta el punto de que el adversario se ha convertido en enemigo al que se ataca, incluso personalmente, para su destrucción total.

La diferencia entre enemigos y adversarios son profundas. De hecho, el presidente de Estados Unidos que puso fin a la guerra de Vietnam, Gerald Ford, solía decir que durante su vida política “había tenido muchos adversarios, pero ningún enemigo”. Todo lo contrario, al también mandatario estadounidense, Donald Trump, un reconocido y gran coleccionista de enemigos.

Tanto el adversario como el enemigo comparten la idea del enfrentamiento, pero tienen matices distintos. El político y jurista Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón publicó hace años un artículo en el que expresaba que la distinción entre ambas categorías es sobradamente conocida: “los adversarios concurren en la búsqueda de objetivos comunes y por eso se enfrentan, ya sea en el mercado, ya sea en las elecciones, ya en cualquier otro tipo de conflicto. Los enemigos se enfrentan porque el objetivo de cada uno de ellos es la destrucción del otro; el conflicto se vuelve existencial”.

El primer ministro británico Winston Churchill en uno de sus gestos más característicos. El primer ministro británico Winston Churchill en uno de sus gestos más característicos.

El primer ministro británico Winston Churchill en uno de sus gestos más característicos.

Llegar a situaciones críticas ocurre en muchas ocasiones y, parafraseando de nuevo a Churchill, en esas situaciones en las que el conflicto se agudiza incluso el diablo resulta un aliado conveniente. “Cuando un país, pero también un partido, su grupo dirigente o su líder se encuentra acosado por la opción entre victoria o desaparición, elige la primera a cualquier precio”, escribe Herrero de Miñón.

Las posiciones radicales tienden a cerrar espacios intermedios, lugares donde son posibles los acuerdo. Porque ¿qué es la política si no diferencia? En todo gobierno, ciudad o partido existen diferencias, y el gran desafío de los políticos es resolver esas discrepancias. La confrontación en política juega un papel y son los ciudadanos quienes resolvemos esas diferencias en favor de un gobierno u otro, un sector del partido u otro.

La confrontación tiene un límite, “un escenario más allá del cual no resuelve nada”, en palabras del experto en psicología política Daniel Eskibel. “Tu antagonista no va a desaparecer -augura- y ese al que te enfrentas con toda tu alma y crees culpable de todos los males no es una especie en extinción. Por el contrario, seguirá representando a una parte de la sociedad”.

La guerra convierte a amigos en enemigos. El corazón con que vivo es la novela de José María Pérez Peridis ganadora del premio Espasa. Está protagonizada por un médico falangista y otro republicano al que la Guerra Civil convierte en enemigos. Sobre la política actual, Peridis reflexiona sobre la necesidad de tener adversarios, no enemigos. “Es terrible. No se puede jugar al fútbol once contra nadie. Se juega once contra once, pero no son enemigos, por más que los entrenadores y los hinchas calienten el ambiente y exciten las pasiones. No se dan las circunstancias de un enfrentamiento civil, ni de lejos, pero el político calienta la atmósfera innecesariamente”.

JoséMaría Pérez, Peridis. JoséMaría Pérez, Peridis.

JoséMaría Pérez, Peridis.

O yo o el otro

En la lucha contra el enemigo funciona una lógica excluyente: o yo o el otro. Se trata de una escena donde no hay espacio para ambos, donde uno triunfa y el otro sale derrotado. En esa lógica “se abre un inmenso abismo y se produce una confrontación hasta que uno de ellos literalmente desaparezca. Aunque suelen desaparecer los dos”, asegura Eskibel. La única solución es “negociar para resolver las diferencias. Tarde o temprano hay que negociar, y quien cree que la política es sólo confrontación, puede estar condenado a desaparecer”.

En la misma línea se pronuncia el experto Antoni Gutiérrez-Rubí: “hay una gran diferencia entre la dureza y la agresividad; la contundencia y la inquina; o la consideración de los rivales como adversarios o enemigos. A los primeros se les combate democráticamente y se compite con ellos electoralmente; a los segundos se les pretende destruir. Hay un abismo”. A su juicio construir la victoria política sobre la destrucción del rival tiene cinco grandes inconvenientes: la destrucción del enemigo nunca es completa; no hay victoria sin costes; no hay paz ni estabilidad; el verdadero enemigo está fuera; y la guerra no es inteligente, la testosterona política desplaza a la neurona política.

Se negocian huelgas, guerras, dictaduras, revoluciones armadas, la toma de rehenes… siempre llega el momento de la negociación, porque la política no es todo o nada. La recomendación de Eskibel es clara: “no hagas caso al pequeño círculo de radicales que te empuja con aplausos y vítores hacia el abismo ni a esa zona de tus propios impulsos que te lleva a querer exterminar políticamente al otro. Si dos enemigos políticos avanzan uno contra el otro, frontalmente y hasta el final, ambos serán apenas un montón de escombros”.

Tanto uno como otro representan a importantes sectores sociales y en una lucha fratricida la sociedad se resiente: “negocia para ahorrar sufrimientos a tu pueblo, incluso para salvar tu proyecto político. Con el tiempo se ve que los buenos negociadores terminan salvando los proyectos políticos. Los más radicales, intolerantes y drásticos suelen ser sus enterradores”, concluye.

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