War Room

Lo poco sexy de estar en la oposición

  • Mientras que el Gobierno marca la agenda de los debates, el principal protagonismo de la oposición consiste en romper esa tendencia y ser creativos

War Romm: Lo poco sexy de estar en la oposición

Salvo contadas excepciones, todo gobierno ha tenido que haber pasado antes por la oposición. Saber exactamente a qué se está oponiendo y comunicar correctamente son dos requisitos para que esa dura etapa del político sea efectiva. Porque, admitámoslo, estar en la oposición no es sexy. Pero, si hay que estar, habrá que hacerlo con sentido.

Perder unas elecciones no implica necesariamente tener que abandonar la carrera electoral; a veces la derrota es necesaria para preparar el camino hacia un futuro gobierno.

Más complicado lo tienen aquellos que, gobernando, pierden en la ratificación. Lo que en marketing político se denomina fracaso en la entrega, o lo que es lo mismo, incumplimiento del programa electoral, condiciona sin duda la reelección, hasta el punto de que lo más probable es que termine con su carrera. A juicio de Manuel A. Alonso y Ángel Adell, “existe una percepción pública de incapacidad y mala gestión que le hará perder credibilidad. Lo que un político no ha hecho gobernando es imposible que lo recupere siendo derrotado por su deficiente gestión”. En opinión de ambos autores “su salida política vendrá motivada por sus vínculos y presencia en el seno del partido, y es ahí donde deberá realizar las presiones políticas correspondientes”.

Al margen de esta circunstancia, la oposición es un paso casi obligatorio para cualquier político y, sin embargo, la comunicación política no siempre trata a la comunicación de oposición con la profundidad y los rasgos diferenciales que su importancia requiere. Y no son pocos los desafíos de las oposiciones a la hora de enfrentarse, discursiva y electoralmente, a los oficialismos.

Impactar y destacar. En eso consiste en gran medida el trabajo del político en la oposición. ¿Cómo conseguirlo? Realmente no es fácil, porque quien gobierna decide los temas que marcan la agenda y, por tanto, controla el debate. Además, el gobierno maneja una serie de resortes instituciones, económicos y comunicacionales que le conceden ventaja. Y, por si esto fuera poco, los partidos en la oposición también tienen que competir con el resto de las formaciones políticas que se encuentran en tablero.

Pablo Casado en la reciente sesión de control al Gobierno en el Congreso de los Diputados. Pablo Casado en la reciente sesión de control al Gobierno en el Congreso de los Diputados.

Pablo Casado en la reciente sesión de control al Gobierno en el Congreso de los Diputados.

La estrategia discursiva del gobierno es diferente a la de la oposición. Mientras que los partidos que se encuentran gobernando destacan sus logros, fortalezas y ventajas con respecto al resto de fuerzas políticas, los partidos en oposición tienen que tomar decisiones. Por un lado, o rebatir al partido en el gobierno reconstruyendo sus encuadres en función del espacio ideológico que ocupen, o por el contrario realizar ataques más agresivos que, si bien no siempre son preocupaciones reales de los ciudadanos, les permite ocupar un espacio en la mente de los electores, ganar posiciones con respecto al resto de los partidos contrincantes y desarrollar un discurso que pueda ser fácilmente recordado.

Además de una estrategia discursiva diferente, los papeles también están repartidos. Oficialmente, el gobierno es el que hace, mientras que la oposición queda relegada a un papel menos atractivo, es decir, es el que dice, pero no hace. Tal como lo expresan los sociólogos Ignacio Ramírez y Hernán Vanoli “el gobierno resuelve cosas y la oposición pone palos en la rueda”. En ese marco “ser oposición y sexy al mismo tiempo se vuelve muy difícil”.

¿Oposición a qué?

Ambos autores firman un interesante artículo, Mejor que decir es hacer: desventajas simbólicas de la comunicación opositora, en el que alertan sobre la necesidad de evitar el modelo de oposición administrativa para aventurarse en la construcción de metáforas más potentes y radicales.

Si el oficialismo gestiona la agenda pública y administra gran parte del humor social, no cabe duda de que la oposición tiene muy difícil generar un discurso potente y atractivo que lo posicione como alternancia. Los autores proponen como punto de partida el objetivo estratégico revertir la situación, variando el estéril discurso centrado en oponerse a los que hacen cosas, es decir, a los gobernantes. Exigirle al gobierno más hechos o declarar que lo que hacen es insuficiente no son más que variaciones de un discurso poco rentable que reduce a la oposición al papel de auditor o de supervisor del protagonista de la escena.

Un camino alternativo, según Ramírez y Vanoli, sería construir e inventar antagonistas simbólicos de los cuales el gobierno sería una encarnación. Ese es el sendero que exploraron, y con muy buenos resultados, Podemos con la casta, Donald Trump y su rebelión contra la tiranía de lo políticamente correcto o Vox con sus narrativas sobre identidades y valores en riesgo.

Donald Trump en una imagen reciente, es el perfecto ejemplo de lo políticamente incorrecto. Donald Trump en una imagen reciente, es el perfecto ejemplo de lo políticamente incorrecto.

Donald Trump en una imagen reciente, es el perfecto ejemplo de lo políticamente incorrecto.

Frente a una oposición que audita y que contrasta realidades con promesas “como si las preferencias ciudadanas se alteraran a través de un Excel”, Ramírez y Vanoli proponen la construcción de “metáforas potentes y radicales mediante las cuales el malestar social pueda ser traducido retóricamente como antagonismo político” para terminar afirmando que “la decisión estratégica más importante que debe tomar una oposición radica en decidir a qué se opone”.

La estrategia política dispone de recursos suficientes para desarrollar una oposición creativa como la que proponen estos autores. De hecho, el relato político acude al sistema de arquetipos, es decir, patrones o moldes de conductas que son símbolos culturales e imágenes grabadas en el inconsciente colectivo y que nos ayudan a entender las relaciones políticas.

Para el profesor de storytelling Liberato Pérez, un líder de la oposición “debe tener claro quién gobierna y elegir un arquetipo lo suficientemente potente para poder contrarrestarlo. Si el presidente Sánchez encarna el arquetipo de gobernante-explorador, su principal opositor (Casado) no puede ser el arquetipo de un hombre corriente. Puede escoger el mismo arquetipo y utilizar líneas de comunicación que lo presenten como más innovador y más aventajado que el propio presidente”. En ese sentido, no tiene dudas: “si el PP es un partido que prima la estabilidad económica, el arquetipo de su líder debe ser el de gobernante-mago que ofrezca a la ciudadanía una opción alternativa que desgaste al rival sobre la base de contrarrelatos, desmontando poco a poco el discurso”.

www.charotoscano.com

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