Cien años de José Nogales

Desde Madrid. Los onubenses

  • El siguiente artículo merece una lectura detenida. Además de señalar y denunciar el defecto que el pueblo de Huelva tiene de olvidar a sus hijos más preclaros, que sustituye por la atención excesiva a insignificantes políticos, da noticias de algunos de estos huelvanos ilustres (Ángel Manuel Rogdríguez Castillo)

He leído con mucho gusto la noticia del acuerdo con que el Ayuntamiento de la simpática villa de Alcalá de Guadaira se honra, perpetuando en una de sus calles el nombre de Gutiérrez de Alba.

Yo, que no puedo ver sin torcer el gesto la servilona adulación con que los políticos de octava fila nos están enmascarando las calles más históricas con nombres de una vulgaridad que espanta, pro hinchar necias vanidades y servir menudos panes del caciquismo, aplaudo siem-pre, sin reserva alguna, cuando juzgo la distinción merecida y el acuerdo acertado.

No quiero hablar de Sevilla, porque la epidemia del azulejo es ya irremediable: se han roto todos los frenos del pudor y habrá que partir las calles en trozos para que durante una semana al menos, disfruten del honro apetecido los concejales y sus parientes, los políticos todos, ¡que ya es legión! Y hasta los acreedores del Ayuntamiento que aspiren a cobrar sus réditos en esta clase de disparatado honor.

Hablaré de Huelva y no ciertamente para entregar a la poco piadosa sátira el abuso que también viene haciendo de la letra de molde para honrar a gentes que bien pocas veces puede verse en ella a no ser en las esquinas... Y sabido es que para eso, con tener un amigo concejal, es lo bastante.

Allí tiene calle todo el mundo... hasta el marqués de Lerma. Esto parece un colmo, y lo es.

En cambio no tiene ninguna el doctor Antonio Jacobo del Barco.

-¿De qué comité es ese caballero? Preguntarán algunos de mis queridos amigos que andan en esas cosas tan inútiles y meritorias.

-De ninguno. De vivir ahora, no sé si querría ser miembro "ora honorario, ora efectivo, si que también oficioso" de los cincuenta y ocho comités y medio que hacen libre, feliz e indepen-diente a la ciudad más tristemente política de cuantas hay.

Mis paisanos, los de Huelva, se llaman onubenses porque aquel otro paisano nuestro, Antonio Jacobo del Barco, escribió un libro lleno de erudición y buen sentido, de verdadera crítica histórica, encaminado a demostrar, contra el parecer de Ocampo, de Rodrigo Caro, de P. Flórez y otros, tenido por verídico y aceptado, que la antiquísima Onuba Estuaria no conve-nía con el actual asiento de Huelma ni Gibraleón, sino con el de Huelva. Y así es la verdad, plenamente confirmada.

"Obligación que tiene cualquier nacional de mirar por la Gloria de su patria ha movido mi pluma a formar esta disertación". Dice Del Barco en el comienzo de su obra.

Merced a ella, determínase el punto exacto en que los fenicios desembarcaron en aquellas costas: -muy interesante para la historia minera de la región.- Otros puntos importantes quedaron esclarecidos, y otros algo obscuros todavía tienen el camino abierto a una investigación provechosa; entre otros, el origen de Niebla, cuya fundación, hasta ahora, fundadamente, la atribuyo a los fenicios, y algún día diré por qué.

En la iglesia parroquial de San Pedro todos los años debe celebrarse un acto ordenado por Del barco en su testamento otorgado en 28 de Mayo de 1782, consistente en pagar cincuenta pesos en oraciones a doce sacerdotes que concurran y asistan al coro durante la octava del Corpus, con lo demás que consta en dicho testamento, que ignoro quién lo cumplirá.

Antonio Jacobo del Barco se juzgó obligado a mirar por la gloria de su patria: su patria no se ha juzgado hasta ahora, en la misma obligación para con el docto escritor y humanista.

Trigueros

En la misma deuda está el pueblo de Trigueros con el autor de la descripción crítico topográfica de las Caritérides y de La Beturia vindicada don Miguel Ignacio Pérez Quintero, persona muy docta y de gran autoridad en su tiempo. Y ya que allí lleva una calle el nombre de Fernando Belmonte, por la misma razón y con igual derecho debe ostentar otra la de tan erudito y significado escritor de crítica histórica, como lo fue Pérez Quintero.

Y si a llenar estos huecos vamos, señalaré muy a la ligera, cómo el pueblo de Palos debe honrar la memoria del piloto Antón Alaminos, verdadero descubridor del Yucatán y piloto mayor en tres o cuatro expediciones de tanta importancia como la de Cortés a Méjico.

En esta conquista asombrosa, tomó parte desde el comienzo hasta el fin, Francisco de Medina, natural de Aracena, soldado afamado y de mucha cuenta, capitán de entrada más tarde, a quien cita expresamente en tres ocasiones de empeño el escritor Bernal Díaz del Castillo "porque era hombre el soldado que se tenía por principal".

Por su diligencia, buena fama y principalía lo nombró Hernán Cortés capitán para acudir al socorro de Simón Cuenca en la desgraciada expedición a Xicalango, donde pereció peleando bravamente con los españoles que mandaba el Cuenca y con los indios.

No sé que en mi pueblo se recuerde de ningún modo al glorioso soldado de la conquista de Méjico ni haya una calle que lleve el nombre del capitán Medina.

Casi todos los pueblos de la provincia de Huelva, a poco que busquen, hallarán gente significada a quien dedicar sus calles, principalmente de los tiempos heroicos de la conquista de América.

Algo mejor es esto que ir poniendo en las esquinas la lista de comité o el censo electoral junto con los nombres de políticos de altura tan poco gloriosos por desdicha suya y nuestra.

Yo pensé una vez en hacer una reseña de la mayor parte de los onubenses que intervinieron en la conquista de la tierra americana. Hay tipos deliciosos. Recogí un montón de datos que irán saliendo, no en la forma en que me propuse, sino en otra algo atropellada y anecdótica, más para el periódico que para el libro, ya que así las circunstancias me lo imponen.

Así, por adelantado, y para que gusten del sabor, recordaré que el primero que vivió en Yucatán, a donde lo arrojó un naufragio, fue Gonzalo Guerrero, natural de Palos, quien adoró los ídolos, se hizo cacique, tuvo mucha hacienda, mujeres e hijos, y cuando Hernán Cortés lo reclamó para que lo acompañase en la conquista, dijo que él era ya indio y no quería ir, y además que con las narices, las orejas, y el befo de abajo horadados y labrada la cara no se quería presentar a sus paisanos.

Los primeros que sufrieron pena de azotes por dos veces, "cada doscientos azotes" en el continente americano, fueron los hermanos Peñates de Gibraleón, por hurtar unos tocinos y por querer partir luego a La Habana. El primero que quemó la Inquisición, en Méjico, fue Alonso Hernando, de Niebla, por judaizante y otros excesos.

Los hay heroicos, maleantes, traviesos, inquietos todos, pero con un relieve tal en su perfil, que encantan sus cosas, como nos encantan los personajes admirables de nuestras novelas picarescas.

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