1989

Ilusión e incertidumbre ante la nueva década

  • Huelva esperaba en el umbral de los 90 con el peso de las cuestiones irresolutas. El papel ante el 92, aún en el aire.

No fue el 89 un año de noticias sonadas. A excepción, claro está, del mazazo que supusieron los hundimientos de varios pesqueros onubenses en aguas del Atlántico, cuyo drama vino a engrosar la triste cuenta de víctimas de las localidades costeras. En marzo, un golpe de mar acabó con el Sanlúcar I, con base en el puerto de Lepe, y que en el momento del hundimiento llevaba siete tripulantes. Sólo sobrevivieron tres de ellos. El funeral y las jornadas de luto por los marineros paralizaron por completo la actividad del pueblo. Meses más tarde, en diciembre, otra tragedia sacudió, en esta ocasión, a Isla Cristina. El Panchita Reina del Mar desapareció a unas millas de la costa de Mazagón y el rescate de los seis marineros que quedaron atrapados en su interior se convirtió en una odisea que se prolongó muchos meses.

La peste equina fue otro de los temas que más preocupó en la provincia, escaldada como estaba por los enormes perjuicios que otra epizootia, la peste porcina, había ocasionado. El peor de los pronósticos se confirmó y, de hecho, pese a lo breve del brote, Huelva fue la zona más afectada. Medio millar de caballos murieron, la mitad del total de la región.

A las pérdidas económicas que sin duda generó la epidemia ganadera, hay que sumar ese verano el varapalo ocasionado en el sector turístico por el cierre de playas. Punta Umbría y Cartaya se vieron afectadas por episodios de prohibición del baño por contaminación en las aguas, pero sin duda, fue Matalascañas la que se llevó la palma. En el núcleo costero, prácticamente dependiente de los resultados veraniegos, la contaminación de la playa por aguas fecales y el cierre total de la misma ocasionó un auténtico crack económico.

Hubo una historia más que destacó y que conmovió a toda España: la del pequeño Manuel Miguela, aquejado de una grave enfermedad hepática, que necesitaba con urgencia un trasplante de hígado para poder sobrevivir. Al final, los llamamientos, primero de los padres y más tarde de toda la ciudadanía, tuvieron respuesta con el más solidario de los gestos: la donación del órgano que Manuel precisaba.

Al margen de estos hechos, unos con final feliz, otros con el peor de los resultados, Huelva vivía en compás de espera ante los importantes acontecimientos que deparaba el 92, con el temor de no jugar el papel que, por historia, merecía en los fastos del V Centenario. En marzo, Huelva Información reflejaba en sus páginas el descontento por la inactividad del Patronato, y a mediados del mismo mes se anunciaba que Huelva había quedado excluida del área de exenciones fiscales de la Expo. El colmo del escarnio fue una publicación de la Junta sobre el Plan Andalucía 92 que situaba La Rábida en la provincia de Sevilla.

Pero no todo serían decepciones al respecto. En septiembre, la infanta Cristina presidió la botadura de la réplica de La Pinta en el astillero de Isla Cristina, dando a la localidad proyección nacional, y en octubre, la Junta de Andalucía anunció una inversión de 2.000 millones de pesetas en Palos y Moguer como un "acto de justicia histórica". Eso sería todo. De momento, la participación de Huelva en la muestra universal se reduciría a su presencia en el pabellón de Andalucía.

Pero Huelva tenía más ilusiones que cumplir, y sin duda, la más importante era la de convertirse en una provincia más desarrollada en cuanto a infraestructuras. En este aspecto, las obras de la A-49 marchaban a un ritmo razonablemente bueno, e incluso llegó a anunciar la Junta una carretera Huelva-Cádiz a cuatro años vista. No llegó, como tampoco ha llegado la estación de tren sobre cuya ubicación se discutía en aquellos días.

Sí se alcanzó una solución para dos conflictos del año anterior. El vertedero, finalmente, no sería situado en Gibraleón, noticia que fue recibida con festejos entre los vecinos. También consiguió el Consistorio almonteño desbloquear el proyecto Costa Doñana.

El año terminó con otro problema sin resolver: las inundaciones que se producían cada vez que arreciaba un temporal, a las que en este 89, además, se sumaron los desprendimientos de los cabezos.

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