Huelva

Huelva y Emigrantes dejan la aldea con la alegría de una intensa romería

  • Las dos hermadades de la capital realizan el primer día del camino de vuelta con un fuerte calor durante la jornada

  • Las comitivas conviven juntas en la explanada de Gato en el almuerzo

La tristeza del amor existe. Que no es igual que la del desamor. Y en el Rocío se esconde entre los pinos. Como un tupido velo de polvo que avanza al ritmo de ruedas de carreta. Concretamente en Doñana. Aunque, al fin y al cabo, el paraje es Rocío. Y Rocío es Doñana. Una historia de querer y poder que alimentan cada uno de los simpecados que se adentra en los caminos. Una historia que se resume en una Salve mirándola a los ojos. Una historia que se encierra en la pasión a una madre congelada en el tiempo, como el corazón de sus devotos.

La vuelta a casa es un reflejo del amor en la distancia. De los jóvenes que se alejan con billete de ida y vuelta. Y uno extraordinario. La aldea se quedó vacía de romeros. Ausente de peregrinos y simpecados que buscaron su camino de regreso a casa. La última hermandad en abandonar sus aposentos rocieros fue la Matriz, que puso el rumbo a Almonte con la cabeza alta de una nueva romería que culminó en el éxtasis de la procesión cuando el salto a la reja desordenó los corazones del resto, enfundándolos en la sinrazón tan especial de un Lunes de Pentecostés.

La Hermandad Matriz de Almonte fue la última en abandonar la aldea de El Rocío

Y si la distancia es triste, el reencuentro se vira emocionante cuando la cúspide es Huelva. La Hermandad que preside Antonio Sánchez de Piña se postró al completo en el Real a las 10:15. Todo recogido y preparado para volver a añorar su casa hasta el año que viene. El Simpecado como un imán para los peregrinos y los caballos como guardianes centinelas de la reliquia marinera. El tamboril abrochó el último fleco hasta el santuario, donde la despedida fue un torbellino de sentimientos encontrados. De miradas cómplices a los pies del altar. A despedida, melancolía y besos silenciosos. Como en la distancia. Los caballistas con el sombrero en el pecho y mostrando sus reverencias. La Blanca Paloma como punto de partida. Y tras los rezos y oraciones entre el Simpecado y Ella, la comitiva arrancó con la dificultad de no mirar hacia atrás, aunque fuese de reojo.

El cielo azul marcó el camino durante toda la jornada desde que la Hermandad progresaba por el barrio de Las Gallinas ante la atenta mirada de los vecinos de la casas. En la retaguardia del Simpecado, las carrozas sumergieron el vacío interior con más ambiente que nunca con guitarras y cantes que mantuvieron durante el camino. En otras, el descanso fue protagonista a los pies de las mismas con la calma en el reflejo de los rostros de la satisfacción del deber cumplido. Otra romería que se escapa sin remedio alguno pero con la mente puesta en lo vivido y en lo que está por venir. Y así suspiraban muchas historias en el camino. Muchos peregrinos no cesaron de rebuscar entre los recuerdos de días atrás, mientras que otros se zambullían en una soledad celestial enfrascada en el interior de uno mismo y con el único pensamiento de la Virgen. Y de su cara, ya que muchas de las conversaciones entre los romeros trataron los instantes en los que la Blanca Paloma fue hasta la casa Hermandad de Huelva.

La comitiva en el camino de vuelta aminora en número pero no en devoción, esfuerzo y sacrificio. Los vivas al Simpecado, los cantes, y las oraciones marcaron los minutos del camino alrededor de la carreta. Con pequeñas paradas enfrascadas en recuperar fuerzas para continuar. Muchos caminaban por delante, así como los caballistas que conducían como guías al resto. El calor hizo mella en todos y cada uno, hecho que produjo un incremento de la necesaria hidratación a lo largo de las arenas.

A su paso por La Charca en el camino de vuelta la vivencia es distinta. Más íntima. Más improvisada. Tiene un duende en el ambiente para unos pocos que saborearon las dedicatorias en forma de cante y compás al Simpecado. Las sevillanas que quedaron en el tintero. Las rumbas pegadizas que se antojan imposibles de no tocar las palmas y los vivas del hermano mayor, Antonio Garrido.

La comitiva continuó su camino. El mismo que la Hermandad de Emigrantes que precedía unos cientos de metros más adelante y que buscaba la explanada de Gato para almorzar. El paisaje alumbró el camino de ambas hermandades entre los altos pinos y el olor mezclado a aire puro y natural.

El reloj marcaba las 13:30 cuando Emigrantes hizo la entrada en Gato para que a continuación hiciera lo propio Huelva. Un momento de convivencia. De unión de las dos hermandades de la capital que compartieron terreno en un almuerzo con sabor rociero. La estampa era perfecta cuando una sevillana sonó desde la garganta de un romero, la música desde una guitarra en lo alto de un caballo, y dos romeros bailaban en un afán por buscarse en los ojos a la Virgen del Rocío.

Momentos para compartir y sobre todo para descansar. Muchos fueron los que aprovecharon la oportunidad para caer rendidos en una siesta. El lugar era lo de menos. En el suelo, bajo un árbol, o incluso apoyados en la carreta.

El camino continuó dirección Cabezudos y Bodegones para que Huelva llegase a la Matilla y Emigrantes a Tres Rayas, donde pasaron la noche, respectivamente. Las hermandades de la provincia también recorrieron los caminos de vuelta en los tramos colindantes y directos hacia cada una de sus poblaciones.

El regreso es todo y nada al mismo tiempo. Y "lloraron los pinos del coto despidiendo a las carretas", como escribe la sevillana, porque el amor es triste cuando de verdad duele, pero qué especial es, si es en primavera cuando florece.

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