Gente Inteligente

Gestionar las expectativas y hacerse ilusiones, dos habilidades inteligentes que son compatibles

  • No suponer, no generar expectativas, no esperar demasiado de nadie… Si es capaz de hacerlo, le será más fácil mantener el equilibrio emocional. Pero que no sea a costa de sus sueños

Gestionar las expectativas y hacerse ilusiones, dos habilidades inteligentes que son compatibles

Gestionar las expectativas y soñar o desear, a priori, no parecen ser dos capacidades demasiado compatibles, aunque las dos son necesarias. Por eso es un verdadero fastidio, la verdad. Porque gestionar las expectativas para no hacerse demasiadas ilusiones, presuponer menos y esperar lo justo, es genial para conseguir sufrir poco y ser más feliz. Sin embargo, también puede dinamitar otra capacidad muy necesaria para nuestra felicidad: soñar y desear eso que queremos que pase.

Soñar nos permite disfrutar de eso que soñamos casi como si estuviera ya pasando. Sin el cómo en según qué experiencias oníricas o imaginaciones vívidas. Disfrutamos así más de las cosas que pasan y del camino hacia nuestras aspiraciones. De hecho, esos sueños nuestros son uno de los motores de nuestras conductas, el alimento de nuestra voluntad, porque mantienen encendida la llama de nuestra motivación. Así de importantes son.

Pero claro, ¿cómo podemos soñar y, a la vez, no tener expectativas? ¿Cómo esperar y no esperar lo que deseamos?

Límites sociales y emocionales

La vida en sociedad está llena de límites. Para convivir nos regimos por normas, a veces escritas y a veces no, que limitan. Están las leyes, claro, pero también está las normas sociales: la distancia a la que hablarnos según es nuestra relación; los temas de que hablar y no hablar en función de la situación; lo que podemos o no podemos hacer dependiendo de dónde estemos y con quién… Son sólo algunos de los muchísimos límites sociales.

Pero, además, tenemos otro montón de límites: los emocionales. Estos están más relacionados con nuestro ser interior y nos hablan de cómo nos relacionamos emocionalmente con nosotros o nosotras y con las demás personas: cuánto enfadarme según con quién y por qué; hasta dónde dejar ver mis pensamientos o sentimientos; qué tolerar y qué no tolerar; cuánto esperar de mí o de otras personas; hasta dónde hacerme ilusiones…

No se angustie. Estos límites, bien llevados, no nos encorsetan, todo lo contrario. Los límites emocionales nos ayudan a poner orden y bienestar en nuestras vidas, también a conocernos mejor y a tener relaciones sanas con quienes nos rodean. De hecho, su salud emocional está muy relacionada con la salud de sus límites emocionales, y de cómo los comunica.

El sueño y las expectativas son dos realidades contrapuestas. El sueño y las expectativas son dos realidades contrapuestas.

El sueño y las expectativas son dos realidades contrapuestas.

Por eso es tan importante reconocer y cuidar nuestros límites, incluido el que nos ponemos para gestionar nuestras ilusiones o nuestras esperanzas. Eso es inteligencia emocional: la capacidad de cada persona para colocar sus límites donde los necesita, en este caso, para decidir cuánto quiere esperar de una situación, de otra persona o de sí mismo o sí misma.

¿Soñar o no soñar?

En cuestiones de inteligencia emocional hay una fórmula magistral que orienta muy bien el camino: ‘cuídese para poder cuidar a las demás personas’. Y no hay mejor forma de cuidarnos que revisar dónde tenemos nuestros límites emocionales y decidir si los queremos mantener ahí o los queremos cambiar.

Llevado esto a cómo gestionar las expectativas, ya estará concluyendo usted por, quizás experiencia propia, que es dificilísimo esperar poco y soñar mucho a la vez. Vamos, que cuanto más importante es algo para usted o más le ilusiona, más expectativas se crea. Y, al contrario, cuando consigue no esperar demasiado para no sufrir o no correr el riesgo de la decepción, no lo disfruta tanto.

Quizás la pregunta adecuada no sea si soñar o no soñar con eso que deseamos, sino ésta otra: ¿merece la pena?

A la hora de colocar su límites sobre el nivel de esperanzas o de ilusiones que hacerse con una relación sentimental, una amistad, un trabajo o un viaje, por ejemplo, pregúntese: ¿quiero arriesgarme o no quiero arriesgarme a sentir el dolor de la posible decepción? Y usted dirá: pues depende. Lógico. Y en ese ‘depende’ es donde están las reflexiones más importantes para saber qué hacer, sobre todo si decide que sí merece la pena, para hacerlo con conciencia.

El sueño y la realidad son dos entidades contrapuestas. El sueño y la realidad son dos entidades contrapuestas.

El sueño y la realidad son dos entidades contrapuestas.

Optimismo consciente

La conciencia es lo que distingue al buen optimismo, que es ese que no pierde de vista la realidad, aunque se centra en los aspectos más positivos. Por eso, ante la pregunta del párrafo anterior sobre si quiere o no quiere arriesgarse, el optimismo consciente se arriesga. Pero no con un arriesgarse a lo loco. Este optimismo toma conciencia de que efectivamente se está haciendo muchas ilusiones, lo acepta y lo disfruta, y es consciente de que puede que no ocurra lo que espera. Eso es gestionar la expectativas inteligentemente.

En general, arriesgarse tiene cosas positivas y negativas. Si se arriesga, disfruta más desde el minuto cero. Si no se arriesga, se puede ahorrar la decepción.

Arriesgarse suele ser sinónimo de valentía, de salir fuera de la zona cómoda en la que no crecemos. Pero si no se arriesga, se puede ahorrar la decepción.

Si se arriesga, le da una oportunidad a la aventura, a la sorpresa, sin suposiciones defensivas, y entrenando su flexibilidad. Y claro, si no se arriesga, se puede ahorrar la decepción.

Ahora le toca a usted decidir. ¿Por qué o por quién merece la pena arriesgarse?

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