En lo que va de mes me han llevado al trabajo unas seis mujeres. Apenas me separan de mi oficina unas siete paradas de autobús, puede ser que unos 3.400 metros y unos tres bostezos que se turnan a lo largo del recorrido desde mi casa hasta el centro de la ciudad. Pero la cifra concluyente está en las seis mujeres protagonistas de esos 16 trayectos que he realizado desde el primero de junio hasta hoy. No deja de sorprenderme, a mí quién lo diría, que soy feminista convencidísima, no solo que esas mujeres conduzcan con tremenda maestría los autobuses de Tussam, sino que estén conduciéndolos porque no nos engañemos, no era lo normal. Mientras escribo esto yo misma me convenzo del daño que hacen los clichés que se instalan en nuestra mente, hasta en las personas que desde hace años luchamos contra ellos. En lo que me va de vida, 29 años, quizás me haya encontrado con una mujer conductora o chófer de autobús cada año y eso con muchísima suerte. A veces ni eso. Eso aquí, porque cuando uno viaja se da cuenta de la posición que ocupa en la fila del orden mundial. Fuera, el viajero da por hecho cosas, las asume como normales y necesarias y, dentro, se desinfla a críticas voceadas en las barras de los bares. Por eso la cifra me sorprende, porque ahora, antes de pasar el bonobús por ese cacharro que pita, con los ojos aún pegados y la desidia previa al café de la mañana, que me espabila y cura la malaleche, balbuceo un buenos días sin ganas que antes me respondía una voz masculina con las mismas ganas que yo de empezar a producir. Ahora la apuesta sube y ya no sé quién se esconde tras el robusto papamóvil de los transportes sevillanos y me tengo que esforzar un poco más que antes para averiguar qué rostro me espera al otro lado de la mampara. Lo de que las mujeres conducimos mal es ya casi una religión social. Por eso esas mujeres me apasionan tanto, conduciendo esos gusanos que a cada cambio de sentido obedecen de una forma diferente y que siempre he creído complejo de intuir. Es raro verlas, y no debería serlo. Por eso hoy voy al trabajo con más ganas que ayer. Pensando en que quizás algo haya cambiado. Puede que sea una ley paritaria que haya salido del Ayuntamiento sevillano y que apueste por la inclusión de las mujeres en los servicios públicos. Puede que a alguien se le haya ocurrido que es buena idea y que con eso rellenará unos cuantos votos cuando lleguemos a las municipales y razón no le faltará. Aunque también cabe la posibilidad de que sea la sociedad en general la que al fin esté despertando y, de repente, todo esto que llaman despectivamente una moda que caerá en desuso, esté dando sus primeros resultados.

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