Pasarela

Cantantes a los que se les esperaba a ver qué traían en verano

  • Raffaella Carrá fue la primera 'extranjera' que se coló entre los intérpretes estivales

  • Lalo Rodríguez fue la avanzadilla de los estribillos llegados de América

No habría venta de carretera y choza playera que en 1960 no tuviera sonando por la radio El Porompompero de Manolo Escobar. Sonaba a todas horas y copaba los espacios de discos dedicados pero nadie imaginaba que había nacido el fenómeno de canción del verano: temas machacones unidos a las vacaciones y tardes de playas y verbenas nocturnas (con toda su evolución como fiesta y discoteca). Al argentino Luis Aguilé se le eleva como el creador de un fenómeno premeditado de Canción del Verano, que se daba codazos con un montón de grupos melódicos y solistas de "canción ligera" que se apuntaban a ser los reyes del guateque mientras por ahí sonaban los Beatles, los Rolling y "melenudos" similares. En 1966 triunfa en el verano español la primera canción en inglés, Black is black, de los autóctonos Los Bravos. Algo empezaba a moverse.

Entre la rumba de Peret, triunfando incluso tras el Telón de Acero, y El puente de Los Mismos el turismo fue lo que realmente empujó el desarrollismo del país mientras boqueaba la dictadura. Eran los verano de los grupos pop, de Fórmula V (Eva María y la boicoteada La fiesta de Blas) y los Diablos (Un rayo de sol). Los que darían adiós a Franco en una juerga de Torremolinos fueron los Desmadre 76 y su Saca el whisky, cheli... "que vamos a hasé un guateque". Los guateques también optaban por la estrella televisiva Raffaella Carrá, la italiana que con su acento de futbolista yugoslavo animaba la transición con su Fiesta y recomendando sabiamente que para hacer bien el amor había que venir al sur. Caliente, caliente.

En esas ya estaba el hispano-francés Georgie Dann invitando a bailar El Bimbó. Mientras la democracia se estabilizaba en el país, con el felipismo en la renovación hacia Europa, Dann martilleaba con sus adaptaciones caribeñas, picaronas y tontunas, de El africano (Mami ¿qué será lo que quiere el negro?) y sus revisiones propias de perogrullo sudamericano tipo El chiringuito y las pechugas y conejos de La barbacoa. Fue el más esperado cada verano hasta la riada llegada realmente desde América. El puertorriqueño Lalo Rodríguez fue el primero, en 1988, con Devórame otra vez. El siguiente sería el dominicano Juan Luis Guerra. La gente creía en principio que Ojalá llueva café era un georginada más. Por entonces por aquí nos había surgido el agropop de No me pises que llevo chanclas, ideales para acompasar un cubata en la orilla de Matalascañas.

La Macarena de Los del Río trascendió mucho más allá de ser una cancioncilla de verano, cuyo último representante con esa vocación fue King África, desde La bomba del 2000. La década entrante, con permiso del fugaz El Koala, estertor de ese agropop ochentero, fueron intérpretes estelares de vocación discotequera, en calculadísimos productos de marketing para golpear con una sola canción. Shakira, Pitbull, Enrique Iglesias y Luis Fonsi saben que un estribillo adecuado y un videoclip les convierte sin prisas en amos del verano.

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