Crítica 'Purgatorio'

Honestamente, llamémosle infierno

Purgatorio. Sección Oficial. Terror, España, 2014. Dirección: Pau Teixedor. Guión: Luis Moreno Intérpretes: Oona Chaplin, Andrés Gertrudix, Ana Fernández, Sergi Méndez.

¿Una de fantasmas en la Sección Oficial? ¿Y por qué no? El cine español, al igual que la literatura, no ha mostrado reparos en arrinconar lo fantástico bastante más allá de los márgenes visibles, hasta relegar multitud de películas y creadores a las orillas nefastas del underground. Todo tiene sus excepciones, claro, y por ahí andan Alejandro Amenábar y Juan Antonio Bayona, cuya semilla iconográfica se deja notar, también, en películas como este Purgatorio, debut de Pau Teixedor, con una Oona Chaplin evocadora de aquella maltrecha Shelley Duvall que se dejó los nervios en el Hotel Overlook.

Tiene Purgatorio dos presupuestos interesantes de entrada: el primero, la buena idea de vincular una historia de terror a los inhóspitos paisajes urbanos que ha dejado tras de sí la especulación inmobiliaria, abandonados antes de tiempo, como en Seseña; y el segundo, la posibilidad de indagar en un instinto tan contradictorio como el de la maternidad a través de un juego de equívocos de niños buenos y niños malos; y, de paso, de niños vivos y niños muertos.

Pero, ay, si una idea no basta para hacer una película, dos tampoco son suficientes. Purgatorio presenta los mismos males que hemos visto año tras año, película tras película, en la Sección Oficial del Festival de Cine: una carencia de pulso notable, falta de imaginación a la hora de contar lo que se quiere contar, una dirección de actores ineficaz, un ritmo que avanza a trompicones, un criterio que parece aleatorio a la hora de poner la cámara y, en fin, la sensación de que la cosa está rodada con los pies. No faltan, eso sí, trucos fáciles de ánimo ingenuamente perturbador, pero hasta la música presenta una sangrante falta de sintonía con la imagen. Todo es al uso, y todo falla. Y no es una cuestión de falta de presupuesto: Purgatorio, ciertamente, se podría hacer con cuatro perras. El problema es más bien otro, el de siempre: que quien decide embarcarse en esto tenga algo interesante que contar. Al final los acontecimientos se precipitan porque sí, con una resolución que juega a parecer confusa cuando en realidad resulta vergonzosamente simplona. Y tanto Oona Chaplin como el resto del reparto hacen lo que pueden. Bien o mal, da igual.

Así que habría sido más honesto llamar a esto Infierno: el que sufre el espectador durante 80 minutos que parecen años.

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