Iberoamericano

Pasión futbolera en el cine

  • La épica de los mundiales y los sueños infantiles por salir de la pobreza con un balón llenan cientos de películas y documentales iberoamericanos

Doscientas mil personas enmudecidas en un instante. Una fiesta nacional suspendida. Discursos que no salen del papel y miles de recuerdos tirados a la basura. Incluso vidas arrojadas por las ventanas.

Sólo el fútbol desata una pasión capaz de desencadenar sucesos increíbles. Sólo en los países iberoamericanos se vive esa pasión como en ningún otro lugar en el mundo. Un hecho histórico en el deporte como el Maracanazo sólo podía tener como protagonistas dos países de Sudamérica, donde el fútbol es más que deporte y se convierte en una religión que mueve a millones de fieles devotos, capaz de paralizar países enteros.

Esa increíble historia asociada a la final del Mundial de 1950, cuando Uruguay arrebató la Copa que todos adjudicaban a Brasil antes de salir a jugar al templo de Río de Janeiro se recoge en Maracaná, el documental que se proyecta esta noche en la sesión del ciclo Mas Cine con la que el Festival de Cine Iberoamericano homenajeará al balompié y, más concretamente, al Recreativo de Huelva por su 125 aniversario. Aquel histórico partido, probablemente el más famoso y emblemático de todos, que aún ostenta el récord de público en competición oficial, con 199.854 personas en sus gradas, es un compendio de todo lo que ha hecho del fútbol una pasión universal, elevada entonces a su máxima potencia. Este deporte no volvió a ser el mismo desde entonces y mantiene ahora ese momento entre la épica del hecho y el romanticismo de sus protagonistas.

En la película uruguaya se trata de ofrecer una narración nueva del Maracanazo, sin pretender ser la definitiva. Recupera el mito pero lo contextualiza en la Sudamérica de las dictaduras, donde el fútbol fue un vehículo para la propaganda política en más de una ocasión. "Maracaná es una metáfora sobre la manipulación de los pueblos a través del deporte y la voluntad de los individuos intentando dignificarse más allá de las fuerzas externas que lo doblegan", afirman sus responsables.

El estreno de Maracaná en abril pasado, ante 10.000 personas, en el estadio Centenario de Montevideo, otro escenario mítico en el fútbol mundial, es prueba de que los uruguayos no olvidan la gesta. Los aficionados necesitan mantenerla viva en unos tiempos en los que el mercantilismo es el amo y apremian los resultados entre la exquisitez del juego, antes obligado, ahora extraordinario, casi secundario.

Poco encajaría ahora Obdulio Varela, el irrepetible capitán del Uruguay campeón del 50, que proclamaba que su patria "es la gente que sufre". Por eso huyó de las celebraciones aquella noche del 16 de julio en Río y se fue a las calles a beber con los vencidos, para llevarles su consuelo.

Otro nombre de la mitología futbolista del Maracanazo fue el portero brasileño Moacir Barbosa, héroe convertido en villano por aquel gol de Ghiggia que le costó una condena popular perpetua. "No sólo perdí yo la final, había diez más", se defendió inútilmente durante décadas. Un pequeño documental brasileño de Jorge Furtado y Ana Luiza Azevedo, Barbosa, trató de restituir su honor, en vano, en 1988.

Ahora los directores Andrés Varela y Sebastián Bednarik hacen su homenaje particular a aquellos personajes irrepetibles, mártires del éxito y del fracaso, sacándoles del recuerdo lejano por el nuevo Mundial brasileño este año. Es casi un deber entre los países iberoamericanos que el cine documental se ocupe del fútbol como acta notarial de una parte muy importante de la historia popular. Como también el cine de ficción no elude un deporte tan arraigado en la sociedad, ahora y desde los primeros años del siglo XX.

En 2006, el argentino Carlos Sorín llevó a las pantallas la historia de un humilde obrero que encontraba un tronco de árbol, lo tallaba y enseguida los hinchas más enfermizos asociaron a una icónica imagen de Maradona celebrando un gol. Hasta propiedades curativas le encontraron a esa reliquia del hombre/futbolista en cuya mano se encarnó una vez Dios, destino de un viaje muy personal. El camino de san Diego cuenta la pasión transformada en devoción, irracional para muchos, totalmente justificable para tantos otros.

El fútbol aparece en el cine como alternativa a la pobreza, canalizador del sueño del pueblo, como ese pequeño Comeuñas, protagonista del drama argentino Pelota de trapo (1948), de Leopoldo Torres Ríos, que crea con sus amigos del barrio el equipo Sacacorchos, antes de convertirse en futbolista profesional.

Más reciente es otra historia, de vertiente social parecida, recogida en la venezolana Hermano, de Marcel Rasquin, que ganó el Colón de Oro hace cuatro años, en 2010. El protagonista es un joven de los suburbios de Caracas que trata de evitar la violencia de las calles que le rodean jugando al fútbol para sacar a su familia de la miseria. El sueño de tantos niños en el continente, que se hizo realidad en muchos de los que se convirtieron en figuras mundiales.

Muchos antes, en la segunda y tercera década del XX, Friendenreich -el futbolista más grande que nunca existió, según algunas crónicas- se alisaba el pelo para ocultar su condición de mulato y saltar al terreno de juego para hacer con el balón las diabluras que sólo estaban a su alcance. Aún tardó unos años Brasil en permitir que hombres de piel negra jugaran en clubes y en la selección, entonces de uniforme blanco impoluto, que el Maracanazo cambió por el característico verde y amarillo con el que llegaron los títulos mundiales con Pelé, Garrincha, Didí, Jairzinho o Romario.

Hasta en la colombiano-estadounidense Manos sucias, que compite este año por el Colón de Oro, un diálogo lleva los prejuicios raciales a un debate sobre el futbolista más grande: ¿Pelé o Zico?

Precisamente la selección brasileña más increíble de todas, la de 1970, se convierte en la vía de escape para el niño protagonista de O ano em que meus pais saíram de férias, de Cao Hamburger, ganadora en Huelva del Premio Especial del Jurado en 2007. Como trasfondo, la dictadura militar de los sesenta en Brasil y de nuevo el fútbol como entretenimiento de masas, como también habla Maracaná.

Los mundiales paralizan países enteros y son el centro de atención también de películas que reflejan cómo se alientan sentimientos patrióticos entre la población, con la sombra de la manipulación.

Un documental argentino de 2003, Argentina 78: la historia paralela, de Gonzalo Bonadeo, Diego Guebel y Mario Pergolini, incidió en el ejercicio propagandístico realizado con el Mundial de 1978 por el régimen de Videla, como antes, en 1934, hizo Mussolini con el primer campeonato italiano, ensombreciendo la épica de aquel Kempes colosal y la victoria de la albiceleste ante Holanda. El fútbol fue utilizado para apelar a la unidad nacional, como en España 82, en plena guerra de las Malvinas, ocultando las barbaridades cometidas entre la población, que aún el cine sigue denunciando. Enfrente, La fiesta de todos, otra película documental, esta vez de encargo oficial -dirigida por el prestigioso Sergio Renán, autor de La tregua, viejo conocido de Huelva- y aún muy criticada en Argentina por la condescendencia de su discurso.

Pero también el deporte fue utilizado como elemento pacificador. En Mi mejor enemigo, del chileno Alex Bowen, vista también en el Iberoamericano en 2005, el enfrentamiento bélico de 1978 entre argentinos y chilenos era el telón de fondo para que un grupo de soldado de ambos bandos abandonase las trincheras de la Patagonia por unas horas para hermanarse jugando a la pelota, dejando a un lado rencillas políticas que ellos mismos no alcanzaban a comprender. Berlanga tiró en La Vaquilla de los toros; aquí, en Sudamérica, no podía haber mejor distracción que el fútbol.

También el colombiano Sergio Cabrera, después de su aclamada La estrategia del caracol, triunfadora en Huelva en 1993, dirigió en coproducción con España Golpe de estadio, mezcla de política y fútbol, en clave de humor, con una guerrilla y un ejército colombianos que hacen una tregua para ver el Argentina-Colombia que acabó con el histórico 0-5 que valió el pasaporte a Estados Unidos 94.

El Mundial de España 82 dejó también un documental en honor del fútbol más modesto de América: Uno, la historia de un gol (2010), de Carlos Moreno y Gerado Muyshont, que retrata las vicisitudes de la primera participación mundialista de un país, entonces sumido en una cruel guerra civil, que encajó la mayor goleada en un Campeonato del Mundo, cuando Hungría le endosó un 10-1. Por encima de todo quedó la alegría y el orgullo de aquel tanto de Luis Ramírez, el único hasta ahora de los salvadoreños en la ronda final.

El chileno Andrés Wood se estrenó con Historias de fútbol, que le valió en 1997 una mención especial del jurado del festival de Huelva como mejor director. En ésta, el papel del fútbol en la sociedad de su país, a distintos niveles y a través de tres pequeños cuentos, cada cual más cercano.

Se puede hacer una lista interminable del cine iberoamericano (también español) que consagra el fútbol de distinta forma. Y más que seguirán apareciendo, sin poder eludir un tema inequívocamente latinoamericano. Puede que pronto salga una narración vinculada al Maracanazo de 2014, y la estrepitosa goleada encajada por Brasil ante Alemania, en las semifinales del Mundial del verano pasado. Pero por mucho que lo llamen así, en poco se parece al drama que hizo llorar a todo un país en el 50. Para quienes poco saben de aquello, hoy tienen una cita en el Gran Teatro con Maracaná y la épica del mejor fútbol.

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