Tres pisos | Festival de cine de Sevilla

De padres e hijos

Moretti, Buy, Giannini y Rohrwacher en una imagen de 'Tres pisos'.

Moretti, Buy, Giannini y Rohrwacher en una imagen de 'Tres pisos'.

Cuánta razón tiene el colega portugués Luís Miguel Oliveira cuando hermana este nuevo filme de Moretti con los últimos Almodóvar, dos cineastas que parecen haber alcanzado la madurez lejos de todo artificio o de los juegos metaficcionales de antaño para abrazar un gusto compartido por el melodrama austero, seco y despojado casi hasta el mismísimo hueso, conteniendo siempre el desbordamiento, huyendo rápidamente hacia adelante en relatos repletos de material dramático horadado por elipsis rotundas que no hacen prisioneros.

Como en La habitación del hijo, Tres pisos aborda las relaciones entre padres e hijos, la ternura, el miedo, la culpa, las contradicciones o el dolor de la separación, a través de tres historias que espejean entre sí en tres pisos de un mismo edificio en un barrio acomodado de Roma. En uno de ellos, un padre vive con angustia la posibilidad de que su hija haya sido objeto de abusos por parte de un vecino senil al tiempo que se deja seducir por una adolescente; en otro, una mujer que acaba de tener una hija brega con su soledad y los fantasmas de la locura hereditaria; en un tercero, un severo juez y su esposa sufren las consecuencias del atropello causado por su hijo en la potente escena que abre el filme desde las alturas.

Sin necesidad de entrelazarlas, las tres tramas del filme abordan desde diferentes ángulos la compleja tarea y las etapas de la paternidad y las relaciones con los hijos, en un mapa de los afectos, carencias y traumas contemporáneos que Moretti observa con lucidez y mesurado optimismo. Melodrama atemperado, es posiblemente el compositor Franco Piersanti quien mejor lee el tono del filme, que proyecta también en la neutralidad de su imagen y su puesta en escena ese deseo de ir al grano, de la manera más transparente posible, hacia el camino de la verdad y las emociones verdaderas. Apenas unos borrones de apunte social afean una nueva película mayor de un Moretti tan inteligente como para dejarse patear y quitarse de en medio.    

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