Borrar el historial | Festival de cine de Sevilla

La 'mochufa' contra Zuckerberg

Blanche Gardin y Corinne Masiero en una imagen de la comedia 'Borrar el historial'.

Blanche Gardin y Corinne Masiero en una imagen de la comedia 'Borrar el historial'.

No se le podrá negar a Delépine y Kervern (Louise-Michel, Mammuth, I feel good) haber sabido entender, ver y escuchar el mundo contemporáneo a ras de adosado suburbial en esta comedia de vocación excéntrica y modos deformantes que retrata en viñetas y con la voluntad de hacer un gag por escena la deriva desquiciante del personal en tiempos del capitalismo digital.

Los protagonistas de Borrar el historial, vecinos de un barrio residencial en mitad de la nada, viven su particular batalla cotidiana contra la soledad, el hastío y la alienación entre teléfonos móviles, aplicaciones, compras por Internet, adicción a las series, vídeos de Youtube y claves de seguridad que los ata al consumo compulsivo y al endeudamiento perpetuo como patético modo de vida.

Delépine y Kervern los retratan como si de personajes de un cómic se tratara, con ese tono caricaturesco amplificado por un cierto feísmo aberrante en la puesta en escena y con la complicidad de un elenco de cuerpos singulares donde, además de los tres protagonistas Gardin, Masiero y Podalydès, aparecen como episódicos otros habituales de la pareja y el género como Poelvoorde, Lanners, el omnipresente Lacoste o, en un cameo estelar, un Michel Houellebecq siempre dispuesto a la autoparodia.

Dentro del tono grotesco general, la cinta se permite incluso algún gag farrelliano que hará las delicias de los amantes del exceso escatológico. Pero a la postre, la sátira irá cediendo a la inevitable búsqueda de redención de unas criaturas extorsionadas por su propia torpeza, una redención que los restituya como buenos padres a los ojos de sus hijos, también víctimas del estercolero digital. Digamos que es entonces, en ese no menos delirante tramo final viajero a los cuarteles generales del enemigo invisible, cuando la película pierde parte de su fuelle y su mordacidad a cambio de la moraleja.